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La deflación no es el demonio que nos hacen ver

Viernes, 04 de Abril de 2014 Carlos Montero

Hay una palabra que está en la boca de la mayoría de agentes económicos de los países desarrollados: Deflación.

Los últimos datos de precios de la zona euro muestran como diversos estados están sufriendo un periodo de peligrosa y sostenida caída de precios. La teoría nos señala que un escenario deflacionista retrae el consumo interno (los consumidores posponen sus decisiones de compra al estar cayendo los precios). La reducción de la demanda provoca caída en la actividad, incremento en el desempleo, y descensos adicionales del consumo.

Por otro lado existe un problema de endeudamiento, pues el valor real de los créditos aumenta. Si esto se produce en una economía altamente endeudada tanto por el sector privado como el público, y se le une una ralentización económica, los efectos pueden ser muy graves. Al menos en teoría.

Y decimos que en teoría porque hay una corriente de analistas que señalan que los datos históricos no demuestran que la deflación haya tenido repercusiones recesionistas en las economías salvo episodios aislados. El economista Chris Casey por ejemplo, director de gestión en WindRock Wealth Management, cree que los argumentos que se dan para denostar la deflación no se ajustan a la realidad.

Respecto a que provoca una caída de la demanda agregada, como sostiene el Nobel Paul Krugman, el argumento se basa en que este descenso es a perpetuidad siempre que se mantenga el escenario deflacionista. Pero la experiencia nos muestra que no es así, afirma Casey. La postergación de la decisión de compra, ya sea de individuos o de empresas, es coyuntural, recuperándose posteriormente. Casey afirma que este proceso lo vemos diariamente en la industria de computación/electrónica: El valor de usar un iPhone en los próximos seis meses es superior al ahorro de retrasar la compra.

Otro argumento común para difamar la deflación se refiere a la caída de los beneficios. Si caen los precios de venta de bienes y servicios, los márgenes corporativos caen también, reduciendo las ganancias de las compañías. Pero esto es solo una parte de la historia, según Chris Casey. Los márgenes de beneficio por definición son el resultado de dos factores: precios de venta y los costos. Es cierto que los precios de venta caen, pero también los costes de producción y en parecida magnitud. Por tanto, los beneficios no deberían verse afectados.

Estos argumentos se sostienen con los datos históricos. Estudiando los periodos deflacionistas y recesivos de los últimos cien años, vemos que salvo en la Gran Depresión de EE.UU. (y la década perdida de Japón añadiría), no existe una correlación directa entre ambos factores. En el 90% de los episodios deflacionistas no ha habido depresión económica.

Según la Escuela Austriaca de Economía, añade Casey, todas las recesiones comparten la misma fuente: La inflación artificial de la oferta monetaria.

Las malas inversiones causadas por los bajos tipos de interés provocan factores de tensión económica cuando los tipos vuelven a su nivel natural, determinado por la oferta y la demanda de los ahorros. En la recesión resultante, si los créditos entran en suspensión de pagos, si los Bancos Centrales contraen la oferta monetaria, y/o si la demanda monetaria sube significativamente, se puede provocar deflación. Aunque con mayor frecuencia los Bancos Centrales suelen expandir frenéticamente la oferta de dinero.

Así que la deflación, concluye Casey, es un síntoma temporal del anterior escenario y por tanto ha sido injustamente calumniada como fuente de recesión.

Los Bancos Centrales de todo el mundo están aplicando la política contraria. Relajan aún más sus medidas de flexibilización cuantitativa, reduciendo los costes de financiación, y provocando malas inversiones que serán causantes de la recesión posterior. Así lo cree la Escuela Austriaca como decíamos anteriormente.

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