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La Europa de las Regiones: La Revolución Francesa 2.0

Lunes, 13 de Noviembre de 2017 Santiago Niño Becerra

Hoy estamos en 1937. También en la segunda mitad del Siglo XVIII, y en concreto en 1785. ¿Cómo es eso posible?.

Cada período histórico ha estado caracterizado por un sistema económico y social, un conjunto de normas y principios filosóficos, jurídicos y culturales que determinan una estructura general de comportamiento. El modelo es la forma como el sistema se manifiesta en cada momento, es decir, como opera en cada momento. Desde principios del S. XIX el Sistema vigente en el planeta es el Capitalista, independientemente de que, a día de la fecha, haya zonas que parece que ya se encuentran más allá del capitalismo a la vez de que en otras de la sensación de vivir en el pasado remoto. Pero a la vez, la forma como ese capitalismo se manifiesta, el modelo operativo, es totalmente diferente hoy a como lo era en 1965, en 1923 o en 1872, aunque en esos tres años el sistema fuese el mismo.

Los sistemas, y por descontado los modelos, se agotan, y lo hacen porque los elementos sobre los que se han construido han dejado de ser válidos por la propia evolución de las cosas: la Historia, en su dinámica evolutiva, va llevando a la sustitución de bases, de puntos de vista, de argumentos conceptuales, entrando en conflicto esos elementos nuevos con los que en ese momento aún se hallan vigentes, produciéndose, cuando ello sucede, el agotamiento del modelo y en ocasiones del sistema en uso. Siempre, en los últimos dos mil años, el proceso ha sido idéntico, y siempre esa secuencia de ‘agotamiento-diseño de un nuevo modelo (o sistema)’ se ha producido en forma de crisis.

Dentro de nuestro sistema un cambio de modelo se produjo tras la Depresión. En 1929 el modelo entonces en uso entró en crisis, crisis que con altas y bajas se prolongó hasta 1947 cuando un nuevo modelo comenzó su operativa. Crisis que tuvo dos manifestaciones en 1930 y en 1937.

Algo de muchísimo más calado, aunque en la misma línea, sucedió en 1517 cuando Lutero publica sus 95 tesis poniendo en marcha una cadena de conflictos que desembocaron en las Guerras de Religión ocurridas entre 1546 y 1555 y que concluyeron con la consolidación de la ética protestante que abrió las puertas a un nuevo sistema económico y social a partir de principios del siglo XVII. Ahora nos encontramos en un momento parecido.

Avancemos un poco más. En 1785 y 1786 se produjo en Europa una crisis fortísima que arruino cosechas y cabañas ganaderas. Aunque afectó a gran parte de Europa, fue en Francia donde tuvo una mayor incidencia debido a tres factores: una población elevada lo que equivalía a una mayor masa de miseria; una monarquía y nobleza particularmente estáticas; y una burguesía de tamaño medio y reducido pero muy dinámica y especialmente afectada por el inmovilismo institucional existente. A eso se añadía una atmosfera intelectual muy activa manifestada en el Enciclopedismo.

Lo que sucedió a continuación es conocido. En 1789 la prisión de La Bastille es tomada por la multitud lo que pone en marcha un proceso de crisis que ha pasado a la Historia como la ‘Revolución Francesa’ y que finaliza en 1815 con el Congreso de Viena. Un proceso que puso fin a un modelo basado en el Despotismo Ilustrado, en la especulación (La Burbuja de los Mares del Sur en 1720, por ejemplo), y una creciente presión ejercida por tendencias que buscaban la sustitución del mito por parte de la experiencia y del empirismo (David Hume, “Enquiry concerning human undersanding” publicado 1748, entre otros); todo ello impulsado por una nueva energía aplicada a la producción: el vapor.

De aquella gran crisis que tuvo lugar entre 1789 y 1815 nació nuestro sistema: el Sistema Capitalista, caracterizado por una serie de principios y sustentado en una figura: el Estado que hacía de base y de eje. El Estado de las Revoluciones Industriales ha sido un Estado muy potente, omnímodo, omnipresente, con competencias en aumento desde la crisis de 1929; un Estado vinculado a unas fronteras, a un concepto de nación, de territorio, y a una estructura política: la democracia en alguna de sus formas. Un concepto, el de Estado, que daba por supuesto que ‘todos’, que el conjunto de la población, iba a ir a más porque su objetivo era que fuese a más debido a que toda la población, el conjunto de la población, era importante porque era necesario. Un modo de hacer que tomó forma y alcanzó su cima en el nuevo modelo puesto en marcha tras la II GM. Hasta hoy.

El concepto de Estado implica cohesión, unión, igualdad, oportunidades para todos, movilidad social, pleno empleo, protección. Los acuerdos de Saltsjobaden de 1938 pusieron la base: el Estado en el centro como garante, y a un lado la burguesía, el capital, y al otro el proletariado, el trabajo. Funcionó mientras este esquema fue necesario: en un escenario de Guerra Fría y mientras el trabajo, todo el trabajo fue imprescindible para generar PIB. A mediados de los 80 empezó a dejar de serlo. Y hoy ya no lo es.

A mediados del pasado mes de Octubre la oficina europea de estadística, Eurostat, publicó la edición correspondiente al 2017 del anuario de las regiones. (Lo tienen aquí: es gratuito: http://ec.europa.eu/eurostat/documents/3217494/8222062/KS-HA-17-001-EN-N.pdf/eaebe7fa-0c80-45af-ab41-0f806c433763 y el atlas de gráficos aquí: http://ec.europa.eu/eurostat/statistical-atlas/gis/viewer/?mids=BKGCNT,C02M01,CNTOVL&o=1,1,0.7&ch=C01,ECF,C06&center=51.07113,12.53045,2& ). Es un conjunto enciclopédico de datos cuyo resumen es muy simple: la mayoría del PIB de Europa se está generando en muy escasos lugares. (En los continentes asiático y americano se está produciendo un fenómeno semejante).

A esto añadan otro fenómeno del que ya hemos hablado en ocasiones: la tendencia imparable en todo el planeta, en el entorno postglobal en el que este se ha convertido, hacia el oligopolio, tanto en las actividades productivas como en las financieras y de servicios. De tal modo que, pienso, la ‘Revolución Francesa’ del actual Sistema: de nuestro Sistema, es precisamente la dilución del concepto Estado y la eclosión del poder de las grandes corporaciones centrado en esos muy escasos lugares en los que se concentra la mayor parte de la actividad.

Yo escribí en el mes de Septiembre en estas mismas páginas que Catalunya no necesitaba la independencia para alcanzar cotas elevadas de desarrollo económico, y hoy lo continúo pensando. Pero visto como están yendo las cosas es obvio que los tiros van a ir por otro lado. Catalunya será la primera zona, región, comunidad, cluster, en alcanzar el autogobierno; ¿la independencia?, puede; luego vendrán otras zonas otros lugares: repasen los mapas antes indicados.

Yo pensé que las instituciones y las autoridades europeas harían de motores de este cambio impulsándolo y favoreciéndolo, pero no ha sido así porque defienden su posición del mismo modo que la nobleza defendió sus intereses en la Francia del siglo XVIII. Pero nadie va a poder parar ese proceso porque el concepto de Estado está superado, agotado. Y no, no es un tema ideológico, ni político. Se tiñe con esos colores porque, pienso, la población tiene que sentirse partícipe del proceso, tanto la que se halla a favor como la que es contraria; pero detrás se encuentran razones muy prosaicas: eficacia, productividad, disponibilidad de recursos, … Y una nueva manifestación de la crisis que comenzó en el 2007 que ya está despuntando en el horizonte y que se sentirá en el 2018.

Pienso que Catalunya hubiera tenido bastante con un Estatuto como el de Gernika y con el desarrollo de las competencias que le acompañan, pero eso ya no es suficiente porque eso quedaba enmarcado por un perímetro que ha sido superado por la evolución de la Historia, por lo que ahora ya toca otra cosa.  Bienvenidos a la Revolución Francesa 2.0.

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