La Carta de la Bolsa Imprimir Artí­culo

La realidad

Jueves, 16 de Julio de 2009 Santiago Niño Becerra

Una cosa es lo que se dice, lo que nos cuentan; otra muy diferente, lo que es. Hace unos días recibí un mail, de un lector, de un lector joven: 24 años de edad, de un lector joven que hace poco obtuvo su licenciatura. Lo reproduzco. Léanlo con detalle: 24 años: es el futuro.

“(...) me siento particularmente interesado por aquellos (de sus) artículos que tocan el tema de la juventud, dado que yo tengo 24 años, y mi “historia” hasta ahora es la que sigue:

ilustraciónLicenciado en (nombre de una titulación) por la (nombre de una universidad) (finalizado en septiembre 2007, justo cuando todo se tuerce); con notable alto de media y con especialidad en (denominación de una especialidad). Antes de eso, lo típico, fui pasando de curso sin esfuerzo estudiando el día anterior “porque es lo que toca hacer”.
Por cierto que en el verano del 2006 estuve de becario en una sucursal del (nombre de una entidad financiera), cobrando 360 euros brutos mensuales. Dentro de la sucursal, el caos, veías llegar a sudamericanos con contrato de obra y servicio que habían recibido en su casa cartas de préstamos preconcedidos de nosecuantos mil euros, y lo tremendo es que el director se los tenía que dar.
Bueno, una vez terminada la carrera entré en una importante empresa dedicada al sector de los medios de pago electrónicos. Por supuesto exigían ser licenciado, idiomas, preferiblemente ex-Erasmus, etc. El puesto de trabajo después era (denominaciones pomposas aparte) propio de un auxiliar administrativo, y como tal se paga a niveles mileuristas. La verdad es que se trataba de una empresa confortable salvo por el hecho de todo era a través de una ETT, con contratos de 3 meses. Yo encadené cinco de estos contratos, pero mis compañeros andaban por los veintimuchos y estaban aún en el mismo plan.
No obstante, creo que esta experiencia fue positiva, pues dada la actividad de la empresa pude ver de primera mano cómo se jodía todo, con perdón de la expresión, pero es que ver en la base de datos cómo un padre de familia paga la cuota de la hipoteca echando mano de 7 tarjetas de crédito distintas a mi me impresiona. Por otra parte, el ambiente interno era bastante enrarecido: la mitad de la plantilla, los mayores de 40, eran cuasi-funcionarios en el peor sentido de la palabra, y la otra mitad, pues en mi situación, estando unos y otros usados por la Dirección según una estrategia consciente de “divide y vencerás”. También existía un sentimiento de optimismo en cuanto a la crisis que paulatinamente se vio sustituido por una calma tensa francamente enervante.
Total, que entre unas cosas y otras me preparé unas oposiciones por las tardes y ya soy funcionario. Igual que antes, estoy por debajo de mi presunta formación académica, pero la estabilidad no la cambio por nada. Hasta mi ex-jefe me reconoció que había hecho lo correcto.

Sobre mis compañeros de mi promoción quiero destacar un caso, porque lo que hace va en la línea de lo que usted apunta en sus artículos: este chico está trabajando para uno de los principales grupos financieros del país, a través de una consultora que pertenece a dicho grupo (así se ahorran el aplicar el convenio). El trabajo de él y sus compañeros consiste en determinar los puestos amortizables en sucursales y Servicios Centrales vía prejubilación (este es un tema del que considero sería interesante conocer su opinión en algún artículo), debido, esto, tanto a la crisis como a toda la tecnología que quieren meter para convertir a las sucursales en un auto-servicio, dedicando al personal únicamente para vender “como sea”. Por cierto que a mi amigo y Cía les conocen como “Los Terminator”.
Y ya hablando más en general de mi generación, pues sí, yo pienso como sus alumnos: si tiene que estallar que estalle y que caiga quien caiga. La verdad es que muchos son (o somos) pasotas, incapaces de implicarnos a largo plazo, como dice el artículo sobre la Generación Ni-Ni (El País 22.06.2009, Págs. 34 y 35). Por una parte creo que es testimonio del fracaso de un sistema educativo y de una familia que nos ha tenido entre algodones sin prepararnos para el duro mundo, un fracaso nuestro también, pero igualmente quizá haya algo de decisión racional, aunque inconsciente: ¿Para qué sacrificarse, si se lo van a llevar crudo los de siempre?, ¿Para qué votar o hablar de política, si en el fondo todos medio-sabemos que esta “memocracia” es un decorado?.
Somos muchos los que ya no creemos en nada de lo que nos cuentan”.

A fin de cotejar las opiniones de mí lector remití el texto del mail (manteniendo el anonimato, naturalmente) a una muy buena amiga un poco más joven que el remitente del mail que Uds. acaban de leer: 20 años. Sobre estos temas ya habíamos hablado hacía escasos días, pero quería conocer su parecer directo tomando como base el texto en cuestión. Esta fue su respuesta (los estudios que está cursando mi amiga son completamente distintos a los de mi lector):

“Te dije que opinaba lo mismo que lo que pone en el texto. Tampoco puedo opinar más a fondo porque hay muchas cosas que, la verdad, no entiendo. Como creo que va a estallar que estalle cuanto antes. Igual si que es verdad que hemos crecido en un sistema educativo el cual no nos ha preparado para lo que viene, pero cuando venga no vamos a tener más remedio que estar preparados. E igual los que no están preparados son esos que están intentando tapar el marrón que viene, no nosotros (nuestra generación)”.

Significativo el sentido, ¿no?. Insisto: son el futuro.

(Ya hemos hablado en lacartadelabolsa sobre las prejubilaciones, pero no estará de más un apunte ahora que estamos asistiendo a sus últimos compases (no, no es un error: las prejubilaciones se acaban). Las prejubilaciones han sido, aún lo están siendo, un instrumento, una herramienta que ha cumplido una doble función. Por un lado han servido para permitir que muchas compañías redujesen sus costes; por otro, han servido para que la población desocupada no creciese. Lo primero se ha hecho, en gran parte, a través del dinero público: socializando esos costes: redistribuyendo el monto de las reducciones de plantilla; lo segundo se ha hecho a fin de no arrojar a la miseria a personas que, en su mayoría, no hubiesen vuelto nunca jamás a ser empleadas o, si lo hubiesen sido, su remuneración hubiese sido marginal.

Las prejubilaciones, pienso, han debido ser entendidas como un arabesco lateral del modelo de protección social, pero con una diferencia importante: así como el costo de un tratamiento realizado en un hospital público puede ser más o menos intuido por la persona que lo recibe, el coste que para la economía del reino han tenido las prejubilaciones realizadas es un absoluto misterio; a mayor abundamiento, los beneficios que por su explotación económica obtiene una empresa son conocidos o pueden serlo, sin embargo, ¿a cuánto ascienden los menores costes que las compañías obtienen al prejubilar a parte de su plantilla?.

En términos económicos las prejubilaciones sólo tienen sentido admitiendo que 1) la caída del consumo que se producirá al aumentar el desempleo no será vendible a otra demanda, interior o exterior; 2) el incremento que se producirá en la oferta de trabajo debido al aumento de la población desocupada no será absorbido por la demanda de trabajo; y 3) por motivos X no se desea que la tasa de desempleo sea elevada. El problema reside en que las prejubilaciones consumen numerosos recursos; mientras recursos ha habido, las prejubilaciones han tenido su recorrido, cuando los recursos escasean -escaseen- .... Fin del apunte).

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

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