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Blues en Asia: El AIIB y la nueva Ruta de la Seda

Steen Jakobsen, Jefe economista de Saxo Bank - Lunes, 30 de Marzo

Cada vez que voy a Asia me lleno de inspiración, pero esta vez he notado un intenso aroma de cambio y desaceleración en el aire, y con él llega una nueva decisión de China. En mi opinión, Hong Kong y Macao están siendo marginados por razones tanto políticas como económicas.

 

Históricamente, ambos enclaves han servido de puerta de entrada a China para inversiones extranjeras, pero, lo que es más importante, también han sido la puerta de salida del capital de China. Los típicos negocios de importación-exportación con base en Hong Kong y Macao han sido, a través de la sobrevaloración y también de la infravaloración de bienes, una fuente fundamental de prosperidad para los comerciantes de la China continental.

 

Ahora que la lucha anticorrupción contra el soborno está yendo mucho más allá de lo que todo el mundo esperaba, todos estas rutas de escape se están cerrando. La vigilancia se ha estrechado, y tanto Hong Kong como Macao se están sintiendo menos “queridos” desde el punto de vista político.

 

Mientras tanto, asistimos a reformas financieras y del mercado, como vimos ya con el programa “Connect” de conexión de las bolsas de Hong Kong y Shanghái, que proporciona a los extranjeros acceso a las bolsas que se operan en la China continental y permite a ésta acceder a la bolsa de Hong Kong.

 

Es un proyecto de poco alcance y utilizado sobre todo por habitantes de la China continental, pero es una apertura. Este año iremos un poco más allá, con la puesta en marcha de la conexión bursátil entre Hong Kong y Shenzhen. Pero que nadie se equivoque: Shenzhen es una bolsa de gran volumen con una capitalización de casi 3 trillones de dólares (el índice Hang Seng es de 3,5 trillones de dólares).

 

En lo que llevamos de año, el índice A de Shenzhen ha subido un 35% y las acciones que se operan son principalmente de empresas chinas pequeñas y medianas, precisamente el segmento que yo creo que tendrá un mayor rendimiento a nivel global en la próxima década.

 

El programa de conexión de las bolsas debe ser entendido precisamente como lo que es: un debilitamiento del estatus financiero de Hong Kong y una confirmación de los planes del presidente chino Xi Jin Ping de extender la iniciativa de “reforma y apertura” de Deng Xiaoping de 1979.

 

La versión de Xi, llamada “la nueva Ruta de la Seda”, es una iniciativa a la cual se ha dado prioridad máxima en el Congreso Nacional del Partido Comunista Chino de este mes de marzo, y se está implementando con capital político y monetario. En relación con este último punto, se ha creado un nuevo fondo para la Ruta de la Seda, el Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB), con 40 billones de dólares americanos, destinado a apoyar inversiones en infraestructuras en países relacionados con lo que los chinos suelen llamar plan "un Cinturón, una Ruta”.

 

Esta iniciativa puede que no sea un plan Marshall en sentido estricto, pero el resultado debería ser el mismo que consiguió la gigantesca inyección de capital de EE UU a Europa tras la Segunda Guerra Mundial y que, gracias al acceso al crédito y a la inversión en infraestructuras, facilitó la recuperación europea y convirtió a Washington en su principal beneficiario financiero y geopolítico. El plan Marshall fue lo que dio origen al poder hegemónico de EE UU.

 

La visión de Xi es crear una Ruta de la Seda en Eurasia, un enlace entre China occidental (una zona subdesarrollada y políticamente inestable), pasando por la italiana Venecia y llegando hasta la sudafricana Ciudad del Cabo. El plan tiene como objetivo facilitar el acceso al crédito y a las inversiones, lo cual, a su vez, debería crear fuertes vínculos entre China y Eurasia. Pero, a diferencia del Plan Marshall, todo el mundo puede tomar parte (al menos oficialmente) sin condiciones previas.

 

China tiene reservas de más de 4 trillones de dólares americanos que ahora mismo no ganan prácticamente nada en un entorno económico que se caracteriza por un crecimiento global más débil, una tensión social que constituye un reto cada vez mayor y la fuga de capitales. China se está quedando sin mercados de exportación, pero la nueva Ruta de la Seda asegurará a Beijing no solo intercambio comercial sino también influencia sobre las economías emergentes a lo largo y ancho de Asia y le permitirá poner un pie en Europa.

 

Con estos movimientos, China también se colocará en situación de ofrecer una alternativa real al Banco Mundial y al FMI, dominados por EE.UU. y Europa.

 

Todo esto es una prueba evidente de la mayoría de edad de China y de toda Asia. Durante las últimas décadas, su influencia se ha basado sobre todo en el hecho de ser un motor del crecimiento y la inversión, pero ahora también quieren tener algo que decir en lo político. Además, China quiere (y de hecho ya lo está intentando) aprovecharse del vacío creado por la crisis financiera y por un establishment político occidental que parece contentarse con ganar tiempo y que trata de evitar reformas a toda costa.

 

Ni China ni Asia pueden permitirse quedarse impasibles.

 

La idea del plan es implementar el deseo de China de internacionalizar el yuan y conseguir un mayor poder geopolítico. La respuesta global de otras potencias mundiales ha sido previsible: EE UU lo contempla como una escalada de la emergencia geopolítica de China y como la respuesta de ésta al interés, cada vez mayor, de EE.UU. por Asia.

 

Apenas se habla de la Ruta de la Seda en los medios de comunicación anglosajones, pero a día de hoy más de 60 países han firmado ya con el Asian Infrastructure Investment Bank y el nuevo plan de desarrollo del BRIC. EE.UU. (por supuesto), Japón (por supuesto) e India (por supuesto), se han quedado al margen. Al menos de momento.

 

Ese ambiente que he notado en Hong Kong es de desaceleración, cierto, pero es una desaceleración que presagia el nuevo salto adelante de Asia. Y es que cuando se reorganiza la producción en una fábrica es preciso detenerla, a menudo con un coste considerable.

 

Creo que tanto China como Asia están utilizando esta crisis para redefinir su plan económico global. En la década de 1990 (con la crisis de Asia), aprendieron que no podían “confiar” en los bancos occidentales en materia crediticia. Ahora, ya en la década de 2010, han aprendido que si quieren continuar ampliando su mercado de exportaciones, deben invertir incrementando el crédito y las infraestructuras.

 

Son pioneros en sacar el dinero del reino del “papel moneda” (léase, reservas en el Tesoro de EE.UU.) y en inyectarlo a la economía real.

 

Esto permite llegar a dos conclusiones:

 

Primera, que China seguirá creciendo significativamente después de esta desaceleración, que servirá de trampolín contra la corrupción y para alinear los intereses políticos de China antes de que el presidente Xi tome el poder pleno del país en sus cuatro últimos años de mandato (2017-2021). El mercado alcista chino podría ser una realidad, sobre todo porque en las bolsas asiáticas se sigue comprando poco en un sentido global.

 

Segunda, que ahora hay en el mundo dos superpotencias iguales: EE.UU. y China. Una situación que es un claro win-win para China pero un win-lose para EE.UU., que perderá su poder hegemónico pero ganará acceso a un crecimiento mundial mucho más importante; un caldo de cultivo perfecto para mercados más volátiles.

 

Cada vez que la historia ha visto un relevo entre dos superpotencias iguales, se ha traducido en inestabilidad y no creo que esta vez sea diferente. Es el precio que hay que pagar si se evitan a toda costa el cambio y la reforma.

 

En lugar de escribir la historia, nos convertimos en sus esclavos.




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