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Ideologías, dogmas y la tragedia de Germanwings

Juan Ramón Rallo - Miercoles, 01 de Abril

Una de las mayores polémicas políticas surgidas a raíz del trágico accidente de Germanwings fue la motivada por las declaraciones de Eduardo Garzón, hermano del líder de IU Alberto Garzón, cuando escribió en Twitter: “Maldita sea esta sociedad capitalista donde una compañía aérea antepone el beneficio empresarial a la seguridad de los pasajeros”. Muchos han criticado con dureza a Garzón por instrumentar políticamente a los muertos, por la ruindad de querer sacar partido propio de las malhadadas víctimas.

Desde la absoluta distancia ideológica, permítanme romper de entrada una lanza por Eduardo Garzón. Evidentemente, instrumentar una tragedia es un acto despreciable y criticable pero, ¿verdaderamente el economista de ATTAC estaba instrumentando la tragedia o, en cambio, se limitó a denunciar a quien él juzgaba sinceramente culpable de la misma (esto es, al capitalismo)? Nótese que en el segundo caso no se estaría instrumentando la tragedia: como mucho se estaría cometiendo inconscientemente un grave error. Quien maldice a un asesino por el crimen que ha cometido no instrumenta políticamente el asesinato: tan sólo expresa su rechazo y su censura ante su execrable acto. Por eso, si Eduardo Garzón verdaderamente creyera que el capitalismo, por su perverso funcionamiento interno, es el responsable último del accidente, su tuit sólo estaría expresando la misma instintiva repulsa moral de quien censura al asesino: de hecho, desde su sincera perspectiva el capitalismo sería el asesino. ¿Es eso lo que cree Eduardo Garzón?

Por el poco trato personal que he tenido con los hermanos Garzón, diría que sí: desde su óptica, el capitalismo es el culpable y, por tanto, su tuit se limitaba a expresar un sentido reproche persona hacia quien él juzgaba responsable de esa tragedia. Lo que acaso cabrá reprocharle a Garzón es el presupuesto fáctico que adopta —que el capitalismo es el culpable del accidente— y no tanto las implicaciones morales que extrae de ese presupuesto fáctico —“maldita sea esta sociedad capitalista”—. Es decir, lo que cabrá reprocharle es el error de establecer una relación de causalidad entre la existencia de capitalismo y este accidente aéreo: sobre todo cuando parece haber sido el resultado de un sabotaje por parte del copiloto.

Un error más profundo

Sin embargo, a mi entender, la crítica que puede dirigírsele a Eduardo Garzón es incluso previa al hecho de haberse equivocado responsabilizando al capitalismo del accidente de Germanwings. La cuestión que deberíamos plantearnos es: ¿cómo llegó Eduardo Garzón a semejante conclusión (que motivó su polémico tuit)? Como es sabido, uno puede llegar a una conclusión por métodos deductivos o inductivos: partiendo de unas leyes generales pueden extraerse conclusiones particulares (deducción) o partiendo de unos hechos particulares puede establecerse leyes generales (inducción).

¿Empleó Eduardo Garzón la inducción? No lo parece. La evidencia empírica no apunta en la dirección de que el capitalismo promueve los accidentes aéreos —la siniestralidad aérea está en mínimos históricos— y, cuando Garzón publicó su tuit, no existía información alguna de que Germanwings escatimaría en seguridad. Es verdad que el economista de Attac ofreció como prueba de su exclamación anticapitalista un video en el que se denunciaba la inseguridad de Ryanair (compañía que jamás ha tenido un accidente con víctimas), pero cualquiera sabe que de un único caso particular no pueden extraerse conclusiones generales. Por tanto, no parece que la inducción haya sido el método empleado.

Más verosímil resulta que Garzón se valiera del método deductivo. De hecho, en la carta que escribió como réplica a las críticas recibidas, puede leerse: “Siempre he denunciado y siempre denunciaré que se anteponga el ahorro económico a la seguridad de los pasajeros o de los clientes, lo cual no es más que un fruto derivado de la lógica capitalista”. Es decir, Garzón partía de la premisa de que la lógica capitalista antepone el ahorro económico a la seguridad y, por tanto, cabía deducir que el accidente de Germanwings era consecuencia de la lógica capitalista que contamina la sociedad en la que vivimos. Pero, siendo así, el problema no se hallaría en la lógica capitalista, sino en el mal uso de la lógica que efectúa Garzón: aun cuando fuera cierto que el capitalismo antepone el beneficio a la seguridad, el accidente de Germanwings sólo sería imputable al capitalismo si se hubiera debido a un fallo de seguridad (no en otros supuestos: terrorismo, sabotaje, etc.) y en este caso no parece haber sido así (y, sobre todo, era imposible saber si había sido así cuando Garzón escribió su tuit). Por consiguiente, ni siquiera tomando como válida su premisa anticapitalista, Garzón estaba en posición de precipitarse en responsabilizar al capitalismo del accidente.

Máxime cuando, además, la premisa de que el capitalismo antepone el beneficio a la seguridad resulta doblemente falaz: primero porque una de las claves que explican los beneficios de las compañías aéreas es su seguridad (si la gente demanda seguridad, las compañías que no la ofrezcan se arruinarán), de manera que en este caso concreto resulta indisociable la búsqueda del beneficio y la búsqueda de la seguridad. Segundo, y acaso más importante, el capitalismo es el sistema económico del liberalismo, y el liberalismo se basa en la libertad contractual: los contratos mutuamente consentidos son válidos; es decir, una parte es libre de aceptar contractualmente la asunción de cuantos riesgos quiera, pero la otra parte no es libre de imponerle a la primera la asunción de riesgos que no haya aceptado. Si las compañías aéreas vendieran a sus clientes unos niveles de inversión en seguridad que en realidad no acometieran, estaríamos ante un denunciable fraude contractual no a pesar de los principios del liberalismo, sino en virtud de esos principios: la primacía de los contratos voluntarios en las relaciones entre partes.

Pero que la premisa fuera falsa a poco que uno reflexionara levemente sobre ella no fue óbice para seguir tomándola irreflexivamente como axioma. A la postre, para quien considera que el capitalismo es el causante de la mayor parte de los males de la humanidad porque es un sistema intrínsecamente injusto —una premisa que no requiere mayor demostración que su mera enunciación—, tiene perfecto sentido que el dramático accidente de Germanwings también sea fruto del capitalismo. El propio Eduardo Garzón concluía su carta justificativa diciendo: “Y aunque finalmente se descubra que no ha sido éste el caso de hoy, daría igual: nunca es mal momento para criticar lo injusto y perseguir lo justo”. Es decir, que aun cuando su tuit inicial se pruebe radicalmente falso, nunca es mal momento para criticar al capitalismo: no porque se quiera hacer un uso ideológico de los muertos, sino por un convencimiento personal de que, en última instancia, los males de la humanidad proceden de un sistema social inadecuadamente diseñado para respetar estándares de justicia. Una tesis compartida por parte del movimiento anticapitalista que muestra dos de sus más extendidos defectos.

El primero, la ilusión de que el mal es siempre hijo de la injusticia y de que, por tanto, la construcción ingenieril de un sistema social justo implicaría la erradicación del mal: sucede que la justicia no puede prometer un mundo perfecto, sino sólo un modo imparcial y funcional de resolver los conflictos que inexorablemente emergerán dentro de un orden social compuesto por seres imperfectos y en el que el azar —la mala suerte— seguirá desempeñando su papel. Un mundo justo no es un mundo perfecto: no es un mundo compuesto por hombres nuevos que hayan superado sus limitaciones naturales ni un mundo donde los riesgos desaparezcan por entero; es sólo un mundo donde se intentan salvaguardar los derechos de las partes ya sea previniendo su transgresión o reparando el daño causado por otras partes.

Ceguera ideológica

El segundo defecto es el de filtrar todo análisis social y económico por el sesgo ideológico anticapitalista: suceda cualquier cosa mala que suceda, ese mal ha de guardar relación con el capitalismo y si la conexión entre un fenómeno malévolo y el capitalismo no resulta evidente, habrá que descubrirla o elucubrarla. Insisto en que semejante procedimiento no se debe a un intento de manipulación deliberada sino de una hipótesis de trabajo que jamás se revisa por cuanto se la ha incorporado como dogma de fe en la propia estructura de valores: el capitalismo es injusto y el mal deriva de la injusticia, por consiguiente la conexión entre el capitalismo y males específicos de nuestro mundo por fuerza ha de existir.

Más que criticar a Eduardo Garzón por una —a mi entender— inexistente mala fe, deberíamos criticarle por ceguera ideológica (o, si se quiere, por fanatismo ideológico). Es verdad que todos tenemos una ideología —marco conceptual de ideas e ideales acerca de cómo funciona y debe funcionar el mundo—, incluyendo aquellos que intentan camuflarla —o negarla— para imbuírsela más eficazmente a los demás. Pero toda ideología debe estar sujeta a revisión (motivada por la detección de errores en los razonamientos o por nuevas evidencias que la contradigan) si es que aspiramos a que sea una ideología que represente fielmente la realidad y que contribuya a mejorarla. Negarse por principio a revisar la ideología es lo que nos convierte en fanáticos ideológicos que bloquean cualquier posibilidad de entendimiento intersubjetivo.

Que Eduardo Garzón se ha equivocado en este caso resulta de momento bastante probable: la cuestión es si él —y el resto de anticapitalistas que suscribieron sus palabras con nulas evidencias y peores deducciones— reflexionarán sobre las causas que han motivado su error y procederán, en consecuencia, a revisar la solidez de algunas de sus premisas o si, en cambio, se refugiarán en la disonancia cognitiva del irreductible polilogismo para, en cambio, reforzarlas. Me gustaría pensar que seguirán el primer camino, pero la historia y la psicología humana nos demuestran que el segundo es, por desgracia, mucho más transitado.




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