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Otra vez: desigualdad

Santiago Niño Becerra - Lunes, 25 de Mayo

Es un tema de moda: la desigualdad. Pregunta: ¿por qué está de moda?.

Una respuesta: porque es creciente. Otra respuesta: porque no se aprecia que en el medio plazo vaya a disminuir. Otra más: porque puede generar inseguridad social. Aún otra más: porque no tiene solución.

La desigualdad está aumentando desde mediados de los años 70 cuando empezó disminuir el gasto social y a ponerse remedio a la inflación de costes que desencadenó la crisis del petróleo; y comenzó a ser manifiestamente creciente desde que las políticas del Modelo de Oferta se generalizaron tras los triunfos electorales de Ronald Reagan y Margaret Thatcher a principios de los 80. En unos sitios –USA, UK– más que en otros, pero la tendencia ya estaba ahí: imparable. Vale, pero, ¿por qué empezó a aumentar la desigualdad?

Por un lado porque la necesidad de factor trabajo por unidad de PIB generada fue descendiendo debido a constantes mejoras organizativas introducidas en las unidades productivas; por otro porque el capital adquirió fuerza ante Gobiernos e instituciones y forzó bajadas de impuestos lo que redujo los ingresos públicos que financiaban un gasto público que mitigaba las diferencias sociales; por otro más porque el poder sindical comenzó a reducirse en paralelo a la disminución de la necesidad de factor trabajo; por otro aún porque se fue asociando ‘gasto público’ con ‘falta de esfuerzo personal', y tal asociación se acepto: ‘el gasto público era de débiles y creaba vagos. En mi último libro ‘La Economía. Una Historia muy personal’ analizo una frase de Margaret Thatcher que pienso resumen muy bien esta última idea a caballo entre lo filosófico y lo práctico: ‘Sólo es pobre el que quiere serlo’.

La desigualdad fue creciendo, pero no sólo porque los ingresos de ‘los ricos’ se disparasen, sino porque por la parte de abajo se fue formando una masa con unos ingresos proporcionalmente menores, crecientemente desatendida por el modelo de protección social, subempleada y con una posibilidades de movilidad social en declive.

También en mi último libro recojo y analizo una frese de Scott Burns, un economista conservador autor de “Disaffected Workers Seek New Hope” (Dallas News 21.08.1988, citada por Jeremy Rifkin en “El Fin del Trabajo”, Ed. Paidós 1997): “Los años 80 serán conocidos como la década de las vacas gordas, un período en el que la devoción empresarial se empleó para someter a la asustada masa trabajadora, mientras que la élite empresarial americana disfrutaba de todos los lujos”. Simplemente fue verdad.

En los 90 desapareció la última barrera que aún frenaba el desequilibrio social: la desaparición del ‘peligro rojo’, lo que aceleró las diferencias sociales al ser liquidados soportes sociales, liquidaciones que fueron vendidas como limpiezas que aumentaban los rendimientos del capitalismo popular, liquidaciones que fueron mitigadas por las facilidades para acceder al crédito y la orgía crediticia de los 2000.

El resumen de todo lo anterior es el de que la desigualdad no es, repito: no es, algo que haya nacido con la crisis, sino que es algo que empezó a manifestarse hace 40 años. La crisis ha acelerado un proceso que venía de atrás, la ha acelerado mucho, cierto, pero aceleró un proceso que no era nuevo, y el ejemplo más significativo es USA. En 1913 el 1% de la población más rica de USA poseía el 24% de la riqueza. Ese porcentaje se fue reduciendo gracias a diversos programas implementados en los años 30, 40 y 60, de forma que ese 1% más rico de la población controlaba 7,4% de la riqueza en 1974. Pero hoy ese 1% de la población USA es propietario del 25% de la riqueza. Y esa concentración va a más.

Los ricos, tanto personas físicas como jurídicas cada vez van a ser más ricos por dos motivos: 1) porque el capital en cualquiera de sus formas va a ser crecientemente necesario e imprescindible para generar valor y 2) porque el factor trabajo cada vez va a serlo menos. A estos dos motivos base añadan otros dos complementarios: 3) porque la oferta de trabajo es creciente debido al crecimiento demográfico y la demanda de trabajo decreciente debido a la automatización de procesos productivos, y 4) porque ya no hace falta asegurar un nivel de renta determinado a fin de que se consuma la oferta generada ya que los precios de los bienes esenciales pueden disminuir y adaptarse a una renta básica gracias a la creciente productividad facilitada por la tecnología. Si a esto se suma unos Estados menguantes y un creciente poder de las grandes corporaciones, el resultado es la concentración de renta-riqueza-PIB en un reducido número de manos. ‘Elysium’ (Neill Blomkamp, 2013) no era más que la extrapolación realizada por la sociología ficción de esta realidad.

¿Cómo se arregla esto? No se puede arreglar. En los 50, 60 y 70, en lo más duro de la Guerra Fría, era necesario producir y que esa producción fuese consumida para volver a producir y repetir el proceso, proceso que tenía que ser implementado por poblaciones satisfechas y con expectativas positivas de futuro, en una atmósfera en la que la tecnología se había orientado a fabricar más –cantidad– pero no a ser más eficiente –productividad–. Por ello la desigualdad era entonces reducida, no por otras razones, por eso y solo por eso. Pero todo eso empezó a dejar de ser así en los 80, y hasta hoy.

Puede barnizarse todo lo dicho con tintes ideológicos, filosóficos y culturales, pero la esencia es muy simple: cada vez se precisa más capital y cada vez se necesita menos trabajo, y no para producir cantidades crecientes de todo, sino para producir las cantidades que sean precisas, cuando hagan falta y en aquellos lugares que sean necesarias, y no bienes con acabados anodinos y repetitivosos, sino con aspectos personalizados y con tallas a medida.

Ya, podría pensarse que una concienciación planetaria de oprimidos que llevase a una revolución mundial podría revertir tal proceso pero eso no es posible. Porque a diferencia del siglo XIX cuando para generar más PIB hacía falta más factor trabajo, ahora sucede lo contrario; y porque, a diferencia del pasado, los medios de seguridad del poder institucional son omnímodos. Es decir, porque las revoluciones ya no están de moda.

Entonces … ¿qué? Pues instaurar una renta básica que permita una existencia más o menos decente a un 40% de la población que va a ser poco o nada necesaria y fomentar el Tercer Sector a fin de que sustituir en parte, sólo en parte, la protección que unos Estados en declive político y financiero no podrán brindar. Pienso que poco más.

¡Ah! Y no escuchar recetas mágicas de quienes vean un cambio de ciclo a la vuelta de la esquina, ni promesas de unos políticos cuyo rol va en declive debido a que también ellos, pienso, van a ser menos y menos necesarios

Recuérdese que a lo largo de la Historia lo que llamamos desigualdad ha sido la norma, más aún, hasta finales del siglo XIX tal concepto no tenía significado y no fue hasta la década de 1910 cuando empezó a aproximarse a su sentido actual. Los años que median entre 1950 y 1980 han sido excepcionales en la mayor parte del planeta; ejemplos, mil: en esa época Kenia estaba considerada país de futuro, y como ese los que quieran ya que la prosperidad generalizada se consideraba un logro al alcance de la mano. Todo eso ya pasó, y ahora se está volviendo a una normalidad que el presidente de un gran banco calificó de nueva, pero no es cierto: es la de siempre, y por muchas vueltas que se den a números e índices la realidad no va a cambiar.

Ahora es un tema de moda y se escribe sobre él, mucho, mucho, porque hacerlo es una forma de dar esperanzas a su solución; hasta que un buen día la desigualdad deje de estar de moda y se empiece a hablar de otra cosa.

http://economia.elpais.com/economia/2015/05/20/actualidad/1432140402_925382.html y http://www.publico.es/economia/diferencias-ricos-y-pobres-cifras.html

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.




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