Comisiones
Santiago Niño Becerra - Viernes, 20 de Julio ¿Las que cobran las instituciones financieras?; ¡pues claro!.Como ya les he comentado, recientemente he estado en Londres. Mi idea era ir con cuatro duros en el bolsillo e ir, por comodidad -y seguridad- tirando de tarjeta, pero lo cierto es que, a pesar de lo ultraextendidas que las tarjetas están, hay pagos que, aunque es técnicamente posible realizarlos con plástico, es más operativo hacerlo en metálico (a esta misma conclusión habíÑ‚Âa llegado en anteriores viajes, pero es que yo soy muy moderno y tiendo a pensar que la modernidad total acabará implantándose más pronto que tarde).
Bien, pues el hecho es que no, que necesitaba pounds, pero no queríÑ‚Âa pagar comisiones estratosféricas, asíÑ‚Â que accedíÑ‚Â a la web de la institución bancaria con la que más trabajo -una Caja- y averigíт¼é el lugar en el que en Londres teníÑ‚Âa -si es que asíÑ‚Â era- alguna oficina; la suerte me sonrió: en Waterloo Place, muy cerca de uno de uno de los sitios a los que teníÑ‚Âa que desplazarme.
La oficina se halla en un edificio sólido, austero, aunque con presencia; lo que me extrañó es que dicha oficina no teníÑ‚Âa el aspecto de una oficina bancaria: se trataba de una puerta de madera imponente, entreabierta, a cuya derecha figuraba una placa con los anagramas de un montón de Cajas españolas (un rápido vistazo me llevó a creer que estaban todas), y, encima de los anagramas, un rótulo que, más o menos, decíÑ‚Âa algo asíÑ‚Â como que ese edificio albergaba la oficina de representación en Londres de las Cajas de Ahorro españolas.
Franqueé la puerta e, inmediatamente a la izquierda, un cajero automático. Introduje mi tarjeta de débito, tecleé el importe, mi contraseña e, inmediatamente, los billetes aparecieron por la ranura. Todo perfecto. Abandoné el lugar y me dirige a donde teníÑ‚Âa que ir. La sorpresa me llegó después.
Cuando regresé a mi domicilio, y a fin de ver los movimientos que mi cuenta habíÑ‚Âa tenido en los díÑ‚Âas en que habíÑ‚Âa estado ausente, entré en ella a través de Internet, y mi sorpresa fue al ver que aquel reintegro que habíÑ‚Âa realizado en Londres habíÑ‚Âa sido gravado con una comisión del 4,09%, sin embargo, aún me sorprendió más el concepto que acompañaba al cargo: “Precio cajero ajeno”. Al díÑ‚Âa siguiente telefoneé a la oficina en la que reside mi cuenta.
Uno de los empleados, una persona amable donde las haya y a la que conozco desde hace un montón de años, me informó de la dura realidad. No importaba que yo me hubiese molestado en buscar una oficina de “mi” Caja en Londres, tampoco que me hubiese desplazado hasta ella a fin de realizar el reintegro, ni que no existiese alternativa al lugar al que yo me dirigíÑ‚Â a fin de operar con “mi” Caja, y no importaba todo eso porque resulta que, aunque se trate de la misma entidad, los cajeros situados en el “extranjero” tienen la consideración de cajeros ajenos, por lo que la comisión que se aplica en caso de reintegros es la correspondiente a cajeros de otras entidades.
Les aseguro que me quedé de pasta de boniato. En parte por inculto, en parte por lo absurdo de la situación. Estamos en Europa, las barreras están cayendo, todas las barreras; la informática y las comunicaciones nos permiten la conexión con quien sea y con lo que sea en lo que se tarda en hacer clic con un mouse, sin embargo, un reintegro realizado en la única oficina disponible de una entidad financiera española en un paíÑ‚Âs europeo tiene la consideración de operación realizada en un lugar extraño. ¡Alucinante!.
Entonces, claro, me puse a pensar. No es que técnicamente no sea posible que el cajero al que yo accedíÑ‚Â en Londres tuviese la consideración de cajero local, es que no interesa que lo sea; ¿por qué?, pues porque asíÑ‚Â la comisión puede ser muy superior, estratosféricamente superior. Los diferenciales de interés se están estrechando, ¿verdad?, en consecuencia, las comisiones se han transformado en una de las bazas de las instituciones financieras para obtener ingresos, y usan esa baza, ¡vaya si lo hacen!.
Hace años, en una clase, medio en serio, medio en broma, pronostiqué que, en unos años, se tendríÑ‚Âa que pagar por acceder a una oficina bancaria.
- Buenos díÑ‚Âas, veníÑ‚Âa a !
- Buenos díÑ‚Âas, son dos euros.
¿Habremos llegado ya a eso?.
(El final de mi historia no fue tan triste: amablemente mi Caja me abonó parte de la comisión que me habíÑ‚Âa cargado, parte; pero menos da una piedra).
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de EconomíÑ‚Âa IQS. Universidad Ramon Llull.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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