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¿Cuál es el producto perfecto?

Joaquín Almendros - Viernes, 12 de Julio

Un producto sería perfecto si:Demostrase su capacidad para satisfacer una necesidad vital. Fuese asequible, barato, de coste despreciable respecto a su utilidad. Tuviese un mercado concentrado, de forma que bastase con ofrecerlo a unas pocas personas para conseguir toda su expansión posible. No tuviese competencia ni alternativas conocidas. Sencillo, pero el problema es que productos así no existen... ¿o sí?. Pues sí, veamos el caso histórico de uno de ellos.

En el siglo XVIII, una de las tácticas básicas de un duelo naval consistía en maniobrar de manera que el enemigo quedase expuesto a uno de los costados, preferiblemente colocado de proa o de popa, ya que así se le podía cañonear impunemente y, por el mismo motivo, había que evitar quedar en esa posición respecto a él. Era una cuestión de velocidad de maniobra que, en una fragata o en una corbeta de la época, con tres palos repletos de velas cuadradas y multitud de cabos, requería de una tripulación ágil y bien dispuesta, pues de ello dependía ganar la batalla o terminar en el fondo del mar. Era vital disponer de suficiente tripulación en buenas condiciones físicas, y a ello se oponía una enfermedad: el escorbuto, capaz de inhabilitar o matar al 80 % de los marineros.

James Lind estudió medicina en Edimburgo, y se unió a la marina británica. En mayo de 1747, a bordo del Salisbury, descubrió la cura para el escorbuto, una solución que no costaba nada (más que sustituir algunos barriles de carne ahumada o pescado salado, por otros de limones que, incluso, serían más baratos), era la única conocida, y solo tenía que exponerla ante el almirantazgo, un centro de interlocución.

Lind había descubierto un producto perfecto, así que intentó convencer al almirantazgo de que introdujese cítricos en la dieta de las tripulaciones. En 1753, publicó su Tratado sobre la naturaleza, las causas y la curación del escorbuto.

Pero hasta 1789 no se dio crédito a sus investigaciones. Es decir, tuvieron que pasar CUARENTA Y DOS AÑOS para que la armada británica comenzase a tomar medidas contra ese mal, que no estuvieron completamente implantadas hasta seis años más tarde, en 1795 fecha para la cual James Lind ya había fallecido. Transcurrieron cuarenta y ocho años en total, durante los que las pérdidas en vidas y naves fueron incontables.

Esta publicación está dedicada a todos los creadores que, disponiendo de un producto perfecto, aún están a la espera de que la 'armada británica' pruebe un limón.

Joaquín Almendros




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