La Carta de la Bolsa La Carta de la Bolsa

Dados cargados

Santiago Niño Becerra - Lunes, 27 de Julio Todo lo que digo es con sinceridad, así que lo que sigue, también. Ya hemos hablado aquí de esto, pero volvamos: sobre el tema del diálogo social, tengo una duda: cuando se inició / convocó, ¿pensaban los protagonistas / participantes / convocantes que era posible llegar a un acuerdo que satisficiera a todas las partes, o se pusieron de acuerdo para montar un show que durase un par de meses, hasta, más o menos, las vacaciones, a fin de que la ciudadanía viera que algo se estaba haciendo para resolver no se sabe bien qué, aunque los protagonistas / participantes / convocantes tuviesen clarísimo que no iban a llegar a nada porque a nada es posible llegar?.

Si fue lo primero los protagonistas / participantes / convocantes del diálogo son unos benditos ilusos, y no lo digo con terceras, de verdad; si fue lo segundo mejor no digo lo que estoy pensando. Hay otra opción: que si llegaba a algún acuerdo habría foto, y, bueno, más adelante siempre podía ser modificado el acuerdo; por necesidad, naturalmente. Finalmente no se ha llegado a nada (aunque no estaría yo tan seguro de que al final no vaya a salir un conejo de alguna chistera), ¡porque no se podía llegar a nada!.

Vamos a ver, no se pueden, no-se-pueden, aunar tres posturas que son radicalmente dispares porque lo que pretenden son cosas, objetivos, diametralmente opuestos. (“Tres, no dos”, dice el del fondo; no: tres: los sindicatos y el Gobierno no buscan lo mismo).

No se pueden aunar: a) el mantenimiento de los empleos de la población ya ocupada, b) el aumento de la demanda de trabajo, c) la reducción de costes laborales, d) el incremento de productividad, e) el aquilatamiento / reducción del gasto público, f) la disminución de la presión fiscal. Pretender eso, hubiera sido como pretender, en siglo XVII, que papistas y calvinistas se pusieran a tratar el futuro del Cristianismo. Hay cosas que son físicamente imposibles, y ese pretendido diálogo social lo es ... sobre todo ahora.

Porque claro, si se hubiese planteado hace tres años cuando España y el planeta iban bien, a algo se hubiera llegado (hoy se hubiera roto eso a lo que se hubiera llegado, pero esa es otra historia), ¿por qué?, pues porque cuando las cosas van bien, todo son sonrisas y prisas para seguir haciendo negocios y ganando pasta, pero cuando las cosas van mal y peor pintan, los caparazones se endurecen y las cañas se tornan lanzas.

¿Quién lo tiene mejor en esta historia?, la patronal, naturalmente. Saben que viene una debacle, saben que va a sobrar más factor trabajo: a mansalva, evidentemente saben que entre sus huestes la mortalidad va ser elevadísima, pero cuando hablan no piensan en la clase de tropa, sino en quienes van a sobrevivir (solos o arrejuntados, tanto da). Saben que dentro de nada va a haber despido libre, y reducciones de impuestos directos, y bajadas de cotizaciones sociales, y todo lo que se les ocurra, lo saben porque va a llegar de forma natural: cuando el sistema comience a tambalearse y alguien grite “¡Sálvense quien pueda!”, se acabó. Insisto: tienen muy claro que muchos de los suyos no van a volver, pero son cosas que pasan, y, a la vez, saben que ellos siempre permanecerán.

¿Sabe todo eso el Gobierno?, pienso que también, pero el Gobierno tiene que dar una imagen muy concreta: ¡y la está dando!. (Y el principal partido de la oposición no sabe de requetearchidesobra)

¿Lo saben los sindicatos?, pienso que por descontado, pero juegan con algo a su favor: saben que quedan sindicatos para muchos años (que pinten mucho o poco será otra cosa), pero si han aceptado lo que llevan aceptando desde hace treinta años, ¿por qué no pueden aceptar, ahora o luego, un poquito más?; ¿qué Lassalle les podría recriminar muchas cosas desde su tumba?, puede, pero, ¿quien se acuerda hoy de ese alemán?.

Y yo, ¿saben lo que yo pienso?, pues que esté “diálogo” se empezó conociendo su final, o intuyéndolo; puede haber sido una partida en que alguien ha estado jugando con dados cargados. ¿Qué se puede haber pretendido?, pues preparar a la opinión pública para el desastre de Otoño generando munición para una batalla que ya está decidida de antemano. Se ha estado vendiendo a esa opinión pública la idea de que con una reforma laboral que reduciría costes e ingresos se aumentaría el empleo; luego, la reforma -o lo que sea- se llevará a cabo, como última opción.

Datos, datos, pero los verdaderamente importantes no se manejan: la tasa de cobertura del desempleo: el número de ocupados por parado. A mediados de los 80, más de 3; a principios de los 90, más de 5; pero a mediados de esa década muy poco más de 3; más de 8 al inicio de los 2000; más de 12 en el 2007, 4 y medio en Junio del 2009. ¿Es necesario explicar esas cifras?, ¿el porqué de esas cifras?. ¿Es preciso recordar que España tiene una de las tasas de actividad más bajas de Europa?.

Y los jóvenes. Su desempleo está creciendo: el 38%, y crecerá más, mucho más. “No hay nada”, me decía hace unos días un recién licenciado. ¿Cuál está siendo su repuesta, la de esos jóvenes?: estudiar una segunda carrera: está de moda. Los de arriba se alegran de que esté aumentando la demanda de estudios universitarios, ¿se han parado a analizar la composición de esa demanda?, ¿cuánta de ella pertenece a jóvenes que estudian otra licenciatura o grado porque “no hay nada”?. Población inactiva: esos jóvenes no figurarán en las estadísticas de desempleo: están estudiando, mantenidos por sus padres, por su familia: seguirán así porque, ¿son completamente necesarios?. ¿Estamos viendo a la generación de los eternos estudiantes?.

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.




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