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El instinto nos ha permitido sobrevivir milenios pero nos ha hecho terribles inversores

Carlos Montero - Jueves, 06 de Marzo

Los inversores están inquietos y algo confusos. Por un lado los altos niveles alcanzados por las bolsas dan cierto vértigo. Los ratios de valoración son exigentes, y existen indicadores técnicos que sugieren una corrección cercana (para ser sincero, también lo sugerían hace unos meses). Por otro, a la menor corrección de la renta variable se ve entrar dinero con decisión, lo que lleva a los indicadores a nuevos máximos. ¿Qué pueden hacer entonces?

No les diré yo cómo tienen que operar en los mercados. Lo que les expondré es un hecho verificado desde hace décadas, y que se refuerza con cada nuevo dato que se hace público: Los inversores particulares tienden a comprar activos cuando estos han subido demasiado y venderlos cuando han caído en exceso.

Esta máxima, que seguramente hayan escuchado en muchas ocasiones, se ajusta perfectamente a la realidad. Según el último estudio de Morningstar, el patrimonio de los fondos de inversión promedio en los EE.UU. tuvo un rendimiento en la última década del 8,18% anual. El inversor promedio sin embargo, tuvo una rentabilidad del 6,52% anual.

Como señala Carl Richards en el New York Times, esta diferencia podría no parecer excesiva, pero si imagina que usted hubiera invertido hace una década 100.000 dólares en un fondo de inversión ahora tendría 219.517 dólares. Sin embargo, si usted hubiera invertido de forma personal o hubiera entrado y salido en ese fondo de inversión, el escenario más probable según los datos, únicamente habría ganado 188.066 dólares. Es decir, más de 30.000 dólares de diferencia o un 17%.

Este tipo de comportamiento inversor se justifica por varias razones. Una es que tendemos a considerarnos más listos, hábiles y cualificados de lo que realmente somos, y por supuesto, más que el promedio de la gente. Creemos que seremos capaces de batir tanto al mercado como a los fondos de inversión, a pesar que los datos demuestran que es bastante improbable que esto suceda.

Otro motivo de este comportamiento, como señala Richards, es que el ser humano está codificado genéticamente para centrarnos en las cosas que nos dan placer o seguridad, y evitar las que nos causan dolor. Ese rasgo nos ha mantenido vivos durante miles de años, pero nos hace terribles inversores. Cuando seguimos nuestros instintos naturales terminamos comprando cosas después de que han subido mucho, y luego cuando se dan la vuelta, vendiéndolas una vez que han caído tanto que sobrepasan nuestro nivel de sufrimiento. Normalmente esos momentos son asociados con techos y suelos de mercado.

Por otro lado, esta sociedad tan dinámica y estresante que nos hemos dado, ha reducido nuestra capacidad de ser pacientes. Queremos algo y lo queremos ya. Nate Silver señala en su libro “La señal y el ruido” que los tiempos de posesión de una acción llevan cayendo desde hace décadas. Hoy en día mantenemos un valor en nuestras carteras un promedio de seis meses. Nuestra inversión a largo plazo es ahora de seis meses. Cuando yo empecé a trabajar de gestor ese plazo era de 3 a 5 años. Warren Buffet lleva con valores en su cartera desde hace décadas. Ese incremento del  “dinamismo” a la hora de gestionar nuestras inversiones, lo que provoca es que reaccionemos emocionalmente ante factores coyunturales que generalmente suelen llevarnos a la toma de decisiones equivocadas.

Lo dicho, el instinto nos ha permitido sobrevivir milenios pero nos ha hecho terribles inversores.




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