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El problema “gringo” de Brasil: sus fronteras

Reuters - Domingo, 29 de Abril

Durante los primeros 500 años de historia de Brasil, casi cualquier cosa que quisiera cruzar sus fronteras podía hacerlo con relativa tranquilidad, ya sea ganado, indígenas o intrépidos exploradores.

Esa era está llegando a su fin.

El crecimiento económico de Brasil está obligando al país a lidiar con un problema considerado por mucho tiempo como una mera preocupación de países ricos como Estados Unidos: sus fronteras. El país ahora necesita reforzarlas para combatir el tráfico de drogas, el ingreso de inmigrantes ilegales y el contrabando en general.

La presidenta Dilma Rousseff, bajo la presión política de una epidemia de "crack" en ciudades brasileñas, está gastando más de 8.000 millones de dólares y revisando la estrategia de defensa de Brasil para abordar un tema que tiene implicaciones en el comercio, la agricultura y toda la economía.

La prosperidad de Brasil ha creado una nueva clase de consumidores con mayor poder adquisitivo. Son decenas de millones de personas que viven justo al lado de los tres mayores productores de cocaína del mundo: Colombia, Bolivia y Perú.

Brasil es actualmente el segundo consumidor mundial de cocaína, sólo detrás de Estados Unidos, de acuerdo a datos gubernamentales del país norteamericano. También es un enorme consumidor de marihuana, éxtasis y otros narcóticos.

El intento de Rousseff por controlar el flujo de narcóticos podría significar grandes cantidades de dinero para compañías que van desde la manufacturera de aviones local Embraer , que planea fabricar una nueva línea de naves no tripuladas para patrullar la frontera, hasta firmas extranjeras como Boeing, Siemens y otras.

Asegurar un área cinco veces más extensa que la frontera entre México y Estados Unidos, que se extiende a través de más de 16.000 kilómetros de jungla amazónica y límites con 10 naciones diferentes, está demostrando ser un gran desafío. También está generando un debate sobre si realmente vale la pena invertir tanto dinero y esfuerzo.

Para Rafael Godoy de Campos Marconi, teniente de la policía en el solitario y remoto puesto de control de los humedales de Pantanal, en el oeste de Brasil, la tarea parece imposible.

La unidad de Marconi es responsable de patrullar un tramo de 200 kilómetros de frontera con Bolivia, desde donde ingresa alrededor del 80% de la cocaína consumida en Brasil.

En un día cualquiera, Marconi cree que decenas de contrabandistas cruzan a través de su territorio con drogas escondidas dentro de sus zapatos, pantalones y ropa interior.

¿El problema? Marconi usualmente tiene sólo entre 10 y 12 hombres para cubrir todo el territorio. Dos semanas habían pasado desde su última redada.

"¡Oh!, ellos están afuera", dijo, señalando hacia el horizonte en medio de un abrasador calor y una densa humedad. "Pero somos tan pocos que saben exactamente dónde estamos", explicó.

Incluso aunque se duplicaran los recursos, sería "muy difícil" controlar una región situada tan profundamente en el interior de Brasil, sostuvo.

Con una sonrisa irónica, mencionó una solución que está en boca de muchos brasileños de la zona.

"Quizás si construimos un muro, como el que tiene Estados Unidos (en la frontera con México)", dijo. "Tal vez podamos detener a estas personas", indicó.

Brasil no construirá ningún muro.

Pero está intentando absorber las lecciones de Estados Unidos y apoyarse en Washington para conseguir recursos y asesoría técnica.

El jefe de las fuerzas armadas brasileñas viajó el año pasado a El Paso, Texas, junto a la frontera con México, para reunirse con militares y funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional estadounidense.

El nuevo énfasis de Brasil en sus fronteras y el obvio mensaje escondido que eso trae -el recelo con el que ahora mira a sus vecinos- está comenzando a crear una suerte de resentimiento en Sudamérica que solía estar reservado para cierto país de habla inglesa al norte del continente.

"Me duele decirlo, pero he escuchado a personas decir que somos los nuevos gringos", dijo Petro Taques, senador del estado de Mato Grosso, que limita con Bolivia.

"Controlar la frontera es un problema que Brasil nunca pensó que tendría que afrontar (...) y nos está obligando a hacer algunas cosas incómodas", declaró.

No obstante, Taques dijo que mejorar la protección fronteriza es "crucial" para la salud de la economía y la sociedad de Brasil y expresó su frustración porque los resultados no puedan verse más rápido, cuando ha transcurrido más de un año de la asunción de Rousseff a la presidencia.

"Hasta ahora, hemos visto muchos discursos", comentó. "Pero la gente que vive en la frontera no está viendo suficientes resultados", manifestó.

UNA FRONTERA INVISIBLE

Hasta hace poco tiempo nadie se tomaba en serio las fronteras de Brasil, ni siquiera sus presidentes.

Fernando Henrique Cardoso escribió en sus memorias una anécdota sobre unas vacaciones en Pantanal como presidente electo en 1994, cuando entró a Bolivia por error.

Junto a su esposa y un guardaespaldas fueron detenidos una hora más tarde por un soldado boliviano armado que les pidió los documentos de identidad. Ninguno los tenía.

"Tomó una buena media hora para explicarle, calmarlo y suplicarle, pero finalmente logramos convencer al soldado boliviano de mi identidad", recordó Cardoso.

"Nos dijo (...) que éramos las primeras personas a las que había tenido que detener cruzando desde la frontera brasileña y luego se disculpó por si nos había asustado con el arma", agregó.

Históricamente había pocas razones para reforzar la protección en ambos lados de la frontera. Brasil no ha ido a la guerra con ninguno de sus vecinos desde 1870.

Y durante la mayor parte de su historia, la hiperinflación y la inestabilidad política hicieron que la economía de Brasil fuese similar a la del resto de América del Sur. Por eso, pocas personas llegaban en busca de trabajo.

Todo eso comenzó a cambiar en la época en que Cardoso asumió la presidencia. Las políticas pro-inversión y los programas para reducir la pobreza han convertido al país en representante del cambio en el equilibrio de poder mundial a favor de los mercados emergentes.

Brasil superó a Gran Bretaña el año pasado como la sexta mayor economía del mundo y ahora es más rico que casi todos sus 10 vecinos, medido en ingreso per cápita.

Ese dinamismo, y una moneda inusualmente fuerte, ha atraído a inmigrantes de Sudamérica, que a menudo ganan en Brasil tres o cuatro veces más que en sus países. A julio del 2011 había más de 1,46 millones de extranjeros registrados formalmente en Brasil, un incremento del 50% respecto al año previo.

La masiva llegada de trabajadores extranjeros ha ayudado a aliviar un déficit de mano de obra calificada, mientras que la tasa de desempleo de Brasil toca mínimos históricos.

Pero también está empezando a causar malestar, sobre todo entre los sindicatos que forman la base política de Rousseff.

Su Gobierno prometió endurecer los controles fronterizos y las prácticas de deportación en febrero, después de dar amnistía a más de 4.000 haitianos que habían entrado ilegalmente al país, la mayoría de ellos por la selva amazónica desde Perú.

El número total de inmigrantes indocumentados en Brasil podría llegar a cientos de miles.

"Muchas de estas personas están viniendo en busca de mejores trabajos. Ese es el problema", dijo Paulo Pereira da Silva, congresista y jefe de Força Sindical, un poderoso gremio de trabajadores.

El descuido de las fronteras también contribuyó a un diluvio de importaciones baratas, que los políticos acusan de dañar la industria local.

"Innumerables" bienes de China y otras partes del mundo han ingresado a Brasil inadvertidos a través de




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