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Factor de sostenibilidad

Santiago Niño Becerra - Lunes, 20 de Mayo

Ya sabrán a qué me estoy refiriendo, sí: a las pensiones. Vienen muy malos tiempos para los pensionistas, tanto para los actuales como para los futuros (mucho más para los futuros). (Sugerencia: echen una ojeada al texto que El País del 19 de Mayo publica en su Pág. 30).

Las pensiones. Su ‘reforma’ es la siguiente tras la primera fase de la ‘reforma’ del despido, de la educación y de la sanidad; quedará una: la de la prestación por desempleo. Una vez se haya completado esa primera vuelta de ‘reformas’ de estos cinco capítulos del modelo de protección social, vendrá la segunda vuelta: posiblemente la definitiva.

Las pensiones, ¿cuál es la razón de esta ‘reforma’ que se está diseñando?. Pues una muy simple: hay pocos fondos y cada vez va a haber menos fondos (el mismo hecho de que se planté una reforma lo supone) para pagar unas pensiones que, tomando como base el momento actual, cada vez, se supone, habrá que pagar a más: más pensionistas percibiendo una pensión, y cada vez, se infiere, serían de importe superior: debido a su revalorización periódica.

Ante esa tesitura, se continúa argumentando, sólo hay dos opciones: una es aumentar ingresos, bien a través del aumento de cotizaciones sociales, bien de la implantación de un impuesto específico; la otra es la de reducir el monto total a pagar en pensiones y repartir tal monto.

La primera opción está descartada en todas partes, en todos los países. Por un lado, las expectativas de crecimiento, ya para después de esta crisis, con el nuevo modelo y una vez estabilizada la situación, pienso son reducidas: del 0,X%, todo muy eficiente y con mucha productividad, pero nada que ver con la abundancia vivida en años pasados; en consecuencia habrá menos para todo y lo que se dedique a algo, por ejemplo a pensiones, no podrá dedicarse a otra cosa. Por otro, ya no habrá una necesidad política para que las pensiones sean elevadas o, incluso, que existan: ni habrá que mantener una paz social ni habrá una Guerra Fría que templar; pero es que tampoco habrá una necesidad económica: el consumo como motor fundamental de crecimiento caerá, luego ya no será preciso el mantenimiento de poderes adquisitivos sostenidos de una población que ya no es productiva. Por otro más, ya no existirá ninguna razón ideológica que busque el bienestar de esas tercera y cuarta edades.

En consecuencia, si el monto a pagar en pensiones debe reducirse, el camino a seguir debe abordar tres realidades: 1) el importe medio de las pensiones actuales debe ser menor; en qué medida lo sea cada pensión, ya se verá; 2) el importe medio de las pensiones futuras deberá reducirse, también se verá en cuanto lo hará cada pensión; y 3) la tendencia evolutiva del monto anual disponible para pagar pensiones debe suponerse decreciente. Como consecuencia de ello se ha decidido elaborar una fórmula que de forma automatizada y dejando poco margen para la interpretación calcule anualmente (o en períodos de cuatro años, parece ser) de qué importes dispondrán como ingresos los pensionistas.

Políticos en el Gobierno de uno y otro color lo negaron en el pasado: las hemerotecas ahí están, pero las pensiones, el importe que cada mes va al bolsillo de los jubilados, va a ser menor, y, pienso, va a ser tendencialmente menor a medida que los años vayan pasando; el punto de partida es muy simple.

Al ir aumentando progresivamente la esperanza de vida, ha ido aumentando, tanto el número de pensionistas como el número de años que esos pensionistas perciben su pensión, y ya con los recursos actuales el mecanismo es insostenible. Dirán que eso ya se debió ver cuando en los 50 se puso en marcha el sistema, y sí, seguro que se vio, pero en la década de 1950 la década del 2010 se veía como la Eternidad, por lo que nadie se ocupó del tema. (En España la cosa fue más grave porque España no llegó al modelo de protección social hasta los 80, mala suerte para la ciudadanía española). Pero lo peor para este tema de las pensiones no se halla en el presente sino en el futuro.

Enfrentado a un futuro de escasez el planeta va a tener que elegir en qué emplea esos recursos. Demasiados pensionistas viviendo demasiados años y percibiendo pensiones crecientes no es un supuesto compatible con un escenario de recursos escasos. Cierto es que a medida que el modelo de protección social se vaya ‘reformando’ -sobre todo en el apartado sanitario- la esperanza de vida irá cayendo, lo que se verá favorecido por la caída de los ingresos por pensiones que irá degradando las condiciones de vida de los pensionistas y disminuyendo su esperanza de vida. Como la otra opción de momento no es contemplable y la reducción de la esperanza de vida será relativamente lenta, la única opción justificable desde el lugar que hoy ocupan la política, la moral y la ética actuales es la reducción de las pensiones.

Lo que puede esperar cada pensionista en España a partir del 2019 (primeramente se habló del 2032 pero la operativa se quiere adelantar al 2014 con aplicación al 2019: imaginen las expectativas de ingresos tan terroríficas que se estarán barajando para adelantar trece años la puesta en marcha efectiva del proceso) es una caída efectiva de su pensión (eso, pienso, lo notará ya a partir del 2014 vía revalorizaciones) tanto en cuantía anual -importe nominal- como en términos reales -poder adquisitivo- ya que el nivel de precios nunca va a volver a estar vinculado a las pensiones (probablemente ese sea uno de los motivos por el que se está diseñando un nuevo IPC: inflación subyacente y descontando el impacto de la imposición indirecta que se considere no tener en cuenta). Y así un año tras otro hasta que, pienso, la pensión de jubilación se convierta en un subsidio único a modo de prestación marginal.

En un escenario como ese es cuando la prolongación de la edad de jubilación cobra todo su sentido: las personas ocupadas, pura y simplemente, no podrán jubilarse a no ser que pertenezcan a una élite que haya podido ahorrar, de algún modo, porque su renta se lo haya permitido (una minoría) o aquellas otras que trabajen de forma continuada para grandes corporaciones en puestos de alta generación de valor, y en su contrato figure una renta a pagar por la empresa una vez la persona no pueda continuar desempeñando en ésta sus tareas; evidentemente, otra minoría.

¿Un panorama de caída de las condiciones de vida de las personas ‘jubiladas’?, pues si. Por un lado, una menor recaudación como consecuencia de un muy elevado desempleo estructural fruto de una necesidad decreciente de factor trabajo junto a unos salarios medios menores que aportarán menores recaudaciones; por otro, un crecimiento económico reducido que no permitirá mejorar los ingresos públicos. Pinta mal el escenario de mañana mismo para la mayoría de pensionistas, peor considerando que cada vez es mayor el número de familias en las que la pensión del abuelo o de la madre es un ingreso esencial en la economía doméstica.

¿El ‘factor de sostenibilidad de las pensiones’?, un mero artificio lingüístico-aritmético para reducir las pensiones. Al igual que en todas partes hubo un Plan E, en todas habrá un factor de sostenibilidad que degradará el estándar de vida de los pensionistas debido a la imposibilidad de mantener el actual, pero, y la Historia es un argumento, posiblemente esa degradación será mayor en el reino. ‘¿Por qué lo llaman amor …?’.

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.




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