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La culpa es del euro, no de Chipre

Lars Seier Christensen, co-fundador & CEO, Saxo Bank - Miercoles, 03 de Abril

Después de varias semanas convulsas, me gustaría hacer un balance de mis comentarios sobre Chipre y espero poder pasar en adelante a analizar otras cuestiones. Resulta sorprendente que un rescate de 10.000 millones de euros pueda mantener al mundo entero atónito durante tanto tiempo. Pero una vez más, si bien no se trata de un importe escandaloso, algunas de las implicaciones resultan impresionantes.

El hecho de que una economía pequeña se pueda destruir en un fin de semana, de por sí, asusta. Pero el destino de Chipre ha quedado prácticamente decidido al revelar la Troika la primera versión de su paquete de rescate. A nadie le sorprenderá que el remedio acabe siendo peor que la enfermedad, a la vista de los últimos esfuerzos realizados por la eurozona para salvar su proyecto. No existe una línea coherente, aparentemente no existe una coordinación en las declaraciones y los grandes planes dan la sensación de haberse improvisado de la noche a la mañana. Y los resultados son acordes: malos.

¿De verdad Chipre ha hecho cosas tan terribles para acabar en este destino fatal? Lo cierto es que no. Chipre contaba con cifras respetables tanto de crecimiento, como de deuda y economía públicas, y más aún si las comparamos con muchos otros países de la región. Chipre tuvo que crear un sector de servicios financieros fuerte, al tratarse de una isla pequeña sin sector industrial o agrícola de los que poder vivir. Chipre cuenta con una mano de obra preparada y angloparlante y cuenta con un marco jurídico británico. Así que, en general, no es un mal sitio para hacer negocios. Han sabido sacar el máximo partido de sus posibilidades.

Lo que ha fallado en Chipre ha sido que los banqueros contaban con que podían confiar en los políticos de la eurozona para devolver sus créditos. Invertir mucho en deuda griega no es algo raro para un país tan íntimamente ligado a Grecia, y algo no muy distinto de lo que hacen otros bancos con su propia deuda soberana (en este caso, cuasi-soberana).

Por las conversaciones que he podido mantener con grandes directivos del sector bancario chipriota, me ha quedado bastante claro que se sometió a una presión política nada desdeñable, al menos aquellos bancos que operan en Grecia, para que compraran bonos locales. Los riesgos de esta concentración se han subestimado claramente, pero básicamente se confiaba en que la eurozona apoyara a cualquier país con problemas graves, incluida Grecia. Recordemos que hasta hace pocos años, la gente creía que esta cuestión era una parte inherente del acuerdo sobre el euro, ya que de otro modo no habría habido una convergencia tan amplia en los rendimientos de los bonos.

Así pues, yo no creo que se pueda absolver de todas sus culpas al sector bancario en su conjunto, pero todos estos problemas han acabado afectando al sistema simplemente por la dinámica en marcha de la eurozona. Si no hubiera sido así, pocos inversores extranjeros se habrían aventurado a invertir en Chipre, ya que la dinámica del riesgo de un mercado de bonos soberanos cotizando libremente en dracmas habría prohibido tal exposición y habría llevado a un ajuste del riesgo mucho más rápido en función del valor de mercado. Incluso Grecia probablemente no habría llegado a la situación actual, sino que habría confiado en las devaluaciones competitivas, como hizo tantas otras veces.

Ahora, sin embargo, los problemas son mucho mayores de lo que los mercados capitalistas libres habrían podido tolerar. Así, ahora tenemos controles sobre el capital y restricciones de retiradas de dinero e impuestos sobre la riqueza de facto en la eurozona, lo que significa que difícilmente se puede afirmar que exista el concepto del euro en el mismo formato de siempre. Existen al menos dos tipos de euros: el restringido de Nicosia y el no restringido del resto de la eurozona. Unas dinámicas completamente diferentes y, en mi opinión, el comienzo de múltiples versiones del euro de aquí en adelante. Es probable que se adopten medidas similares en situaciones similares; incluso la gente se está preguntando ya si el siguiente país en caer será Eslovenia, Malta u otro mucho mayor.

El Financial Times nos recordaba el otro día la espeluznante advertencia sobre el control de capitales de Friedrich Hayek:

“Nada parecería al principio afectar menos la vida privada que el control estatal de las negociaciones de divisas y la mayoría de la gente vería su introducción con total indiferencia. Aún así, la experiencia de la mayoría de los países continentales ha llevado a que la gente pensante reconozca este paso como el avance decisivo en el camino al totalitarismo y la supresión de la libertad individual. Es, de hecho, la completa entrega del individuo a la tiranía del Estado, la supresión final de todos los medios de escape no sólo para el rico sino para todos.” (Camino a la Servidumbre, 1944).

Conviene ser precavidos ante las nuevas herramientas que se han introducido. El control del capital es una. Lo que parecía en gran medida una ampliación del impuesto sobre la fortuna es otra. Creo poderosamente que estas últimas semanas hemos sido testigos de un factor de cambio en las reglas del juego. Considero que todo y nada puede y debe esperarse ahora que la crisis de la moneda única se acentúa y esa apisonadora que es el euro se desplaza rescate tras rescate de un país a otro.

Son muy pocos los límites que la interpretación moderna de la democracia actual establece respecto de qué se puede y no se puede hacer a los demás. Una versión que solo exige el gobierno de la mayoría pero donde se ha perdido el respeto por los derechos negativos de las personas, tal y como los presenta la Constitución de Estados Unidos.

El blanco más sencillo será siempre la gente rica, o incluso trabajadores y ahorradores que hicieron bien las cosas durante toda su vida. A medida que este estado del bienestar desmesurado comience a derrumbarse de la mano de promesas imprudentes, sistemas de valores decrépitos y de una evolución demográfica insostenible, resultará fácil convencer a más del cincuenta por ciento de los votantes de que confiscar y robar el dinero de los demás está BIEN a ojos de Dios. Boston Consulting Group ha calculado que se requiere el 28 por ciento de TODA la riqueza privada solo para hacer frente a las deudas existentes. Es decir, no se trata de obligaciones futuras y el dinero puede tener un único origen… Sus bolsillos. Tengan cuidado.

Son muchas las cosas que han ido mal en estos últimos años, pero las semillas se plantaron hace muchos más. En forma de presión para que más y más gente tuviera “derecho” a ser propietaria, incluso cuando no se cumplían los requisitos clásicos para acceder a una hipoteca, de ahí las hipotecas subprime o de alto riesgo. En forma de “derechos” colosales no solo para los pobres, sino también para la clase media en los estados de bienestar, de ahí la magnitud del déficit público y la deuda. En forma de euro, un proyecto político grandioso sin base práctica; de ahí, una crisis tras otra y un dominó que se pierde en la distancia.

No cabe duda de que han sido muchas las instituciones financieras que han sacado partido de las manos en las que han estado. También son culpables y responsables del caos actual. No obstante, los problemas reales no tienen su origen en aquellas personas que han tratado de beneficiarse de las condiciones con las que se han ido topando. El problema real yace en el marco que han dibujado los políticos, que ha impedido que el libre mercado lidie con los excesos a la manera del capitalismo. Solucionar la crisis y dejar en entredicho modelos de negocio deficientes es parte del capitalismo y no siempre resulta alentador, pero, es un maldito signo mucho más eficiente y rápido que tratar de rescatar desesperadamente algo que ya está condenado. Y es un sistema que nunca permitiría que los problemas se multiplicaran hasta las cotas que hemos alcanzado.

Chipre es un muy buen ejemplo de todo esto. El problema no es Chipre. El problema es el euro.

 

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