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Los sesgos mentales que hacen a los ricos más ricos, y a los pobres más pobres

Carlos Montero - Viernes, 14 de Febrero

Cuando acudimos a los mercados financieros lo hacemos condicionados por innumerables prejuicios personales, que lo creamos o no, condicionan fuertemente nuestra forma de operar. Esto es algo que se aprende con el tiempo. Somos esclavos de nuestros sesgos de comportamiento. Todos nosotros.

Ahora bien, como señalan los veteranos estrategas de mercado Jeff Saut y Richard Russell en una nota a clientes, los prejuicios de los ricos difieren sensiblemente de los de los pobres. Esto ayuda a hacer a los primeros más ricos, y a los segundos más pobres.

En el mundo de la inversión, señala Russell, los grandes inversores tienen mayor ventaja sobre los particulares y los especuladores neófitos. La ventaja de estos inversores es que no necesitan a los mercados. Es una gran diferencia tanto en la actitud mental de unos y de otros, como en la forma en la que ellos manejan su efectivo.

Los inversores ricos no necesitan al mercado porque ya tienen todos los ingresos que requieren. Tienen dinero en bonos, Letras del Tesoro, fondos del mercado monetario, bienes raíces, acciones. En otras palabras, añade Russell, el inversor acaudalado nunca se sentirá presionado por hacer dinero en el mercado.

El inversor rico tiende a ser experto en el mercado de valores. Cuando los bonos están baratos y su rendimiento es irresistiblemente alto, compra bonos. Cuando las acciones son más atractivas, entonces compra acciones. Cuando los bienes raíces están infravalorados, compra bienes raíces. Cuando las obras de arte, o la joyería son interesantes, las compra. En otras palabras, el inversor acaudalado pone el dinero donde hay valor. Y si no lo hay en ningún activo, espera. Él no necesita el dinero y puede permitírselo. Sabe lo que está buscando y no le importa esperar semanas, meses o años.

Por el contrario, continúa Russell, los inversores pequeños se sienten presionados por hacer dinero. Necesitan que el mercado haga algo por ellos. Cuando no están comprando acciones al 3% de rentabilidad, se van al casino a intentar ganar en el juego de dados, o compran un billete de lotería, o invierten en un estúpido activo inmobiliario del que les habló un amigo. Y debido a que el pequeño inversor está obligado a que el mercado haga algo por él, es un perdedor consistente y constante. El pequeño inversor paga sobreprecios por los activos. A él le encanta jugar, así que las probabilidades siempre están en su contra. No entiende de composición de carteras, ni entiende de dinero.

El pequeño inversor duele estar endeudado y siempre está sudando para pagar el coste de su casa, del coche o del frigorífico. Es impaciente y constantemente se siente presionado. Se dice a sí mismo que tiene que hacer dinero rápido, y sueña con “dinero a lo grande”. Al final, el pequeño inversor malgasta su dinero en el mercado.

Ahora bien, y aquí está la parte irónica finaliza Russell, si desde el principio el pequeño inversor hubiera adoptado una política estricta de no gastar más de sus ingresos, si hubiera colocado sus ahorros en activos que le generaran un ingreso extra y estable, con el tiempo podría empezar a actuar y pensar como un hombre rico. En resumen, el pequeño inversor se convertiría en un ganador financiero en lugar de un perdedor.




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