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Pienso que no vamos bien

Santiago Niño Becerra - Lunes, 02 de Enero

Cuando, como en las últimas semanas, se están diciendo cosas como que para luchar contra y para evitar los ‘populismos’ que están llegando hay que estimular la economía, pienso que no vamos bien, que se ha llegado un punto en el que se pretende poner el carro encima de los caballos y que estos lo trasladen, ni siquiera que lo empujen, que es algo que ya se halla totalmente alejado de lo que debería ser: que tiraran de él.

Rebobinemos. El Sistema Capitalista principia su andadura tras las Guerras Napoleónicas. Un sistema económico –cualquier sistema económico– se caracteriza por cosas, pero por las que se caracteriza el Capitalismo implica que siempre debe haber expectativas de ir a más y expectativas para obtener los medios que posibiliten ir a más. Hasta mediados de la década de 1970 eso fue así, luego dejó de ser así porque la materia prima básica del sistema: la población, fue siendo cada vez menos necesaria, muy lentamente al principio, inconteniblemente deprisa en la actualidad.

Eso se tradujo es una progresiva desafección de las personas de los instrumentos ‘tradicionales de representación’: partidos políticos que habían sostenido opciones dentro de lo establecido, opciones que garantizaban y que propiciaban el ir a más, y la deriva de muchas de esas personas hacia la abstención o hacia opciones políticas que se hallan fuera de lo establecido: el populismo, independientemente de que el trasfondo de su mensaje sea entendido o de que las consecuencias de su victoria electoral sean diferentes a las de las opciones que ahora no son aceptadas.

Cierto, cierto: al gran poder económico le importa un rábano el nombre, el color y los rostros de los gobiernos así como los nombres de los partidos políticos en cuyas siglas se resguardan, y les importa un rábano porque el poder-de-verdad lo tiene él y lo sabe. Pero aunque con los populismos sea así también el problema reside en lo que la ciudadanía pueda llegar a pensar si se deja imbuir excesivamente por el mensaje populista y no digiere bien tal mensaje; por ejemplo: el UKIP –cuyo origen se halla en un grupo creado por un multimillonario, no por un líder obrero– tenía un solo objetivo; lo logró; UK debe irse de la UE; pero el proceso está creando reacciones no deseadas como la persecución en suelo británico al extranjero.

Ahora en USA y en la UE, y también en China (en Japón llevan años) se quiere volver al gasto público a fin de inyectar ilusión en esa ciudadanía que puede estar empezando a pensar cosas feas y para que vuelvan al redil de lo establecido; y se justifica: más gasto creará más actividad, se reducirá el desempleo, bajará la desigualdad, los Estados ingresarán más y los servicios públicos mejorarán; y todos seremos muy felices y comeremos perdices escabechadas. Pero las cosas, pienso, no serán así.

De entrada porque, sin populismos de por medio, esto ya se intentó en el 2009 con el Plan E y similares y generó unos déficits públicos y unas deudas públicas monstruosas, y luego, para arreglarlo, tuvieron que venir los recortes de gastos y las reducciones de salarios; ¡huy!, perdón, la consolidación fiscal y la moderación salarial. Pero de salida porque EL problema sigue estando ahí y nadie lo toca porque hay quienes ganan su buena pasta con él y porque es una de las columnas sobre las que se sostiene este invento: el planeta se debe a sí mismo 200 B $ y ¡¡¡¡NO SE LO PUEDE PAGAR!!!!, y estamos queriendo creer que si y actuado en consecuencia.

Los populismos existen porque la ciudadanía está hasta los ovarios y hasta los testículos de falsas promesas, de promesas a medias, de verdades incompletas, de imposibles verdades; de querer creer que sí; de pensar que ahora sí. Y por eso escuchan a quienes dicen cosas sencillas que, según se dice, pueden resolver problemas que se exponen como sencillos. Cuando lo cierto es que los problemas son muy complejos y los razonamientos que hay que hacer para abordarlos son bastante enrevesados.

En el planeta, pero sobre todo en las economías que juegan un papel en la globalización: existe un exceso de capacidad productiva monstruoso; la deuda privada es inabordable por las economías familiares; cada vez menos población activa es necesaria en unos procesos productivos crecientemente robotizados; y como consecuencia de ello la concentración productiva, de propiedad y de renta no cesa de aumentar.

Y como solución a eso se decretan anfetas a fin de que la población no piense en cosas no-convenientes.

La ventaja de este tipo de estrategias radica en que su inoperancia se ve pronto; el inconveniente es que se olvida: la ciudadanía es despierta pero es crédula. Puede que porque no puede ser otra cosa.

Casi se me olvida: ¡Feliz Año Nuevo!.

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.




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