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¿Se hubiese podido evitar?

Santiago Niño Becerra - Miercoles, 20 de Junio

A cada día que pasa una creciente parte de la población tiene claro que vienen tiempos duros, aunque no quieren aceptar que serán durísimos; pero aún una escasa parte de la ciudadanía ha asumido que lo que se ha ido no va a volver jamás y creen que tras ‘estos años’ de penurias ‘España volverá a ir bien’.

Algo que he detectado últimamente es el creciente número de preguntas que me formulan en el sentido de ‘¿Hubiese podido ser evitado esto que ha sucedido?’. Efectivamente se trata de una variante del ‘¿Por qué hemos llegado aquí?’, pero esta pregunta tiene un matiz fundamental: busca qué se hizo mal, no tanto para que no volver a caer en el mismo error -cosa imposible: los errores nunca son iguales- como por expiación de una culpa cometida: ‘Aquello que hicimos mal, lo que fuese, ¿se hubiera podido evitar?’. La respuesta es contundente: no, en absoluto, por ello nadie ha tenido la culpa de lo sucedido.

Esta crisis sistémica en la que estamos inmersos es fruto de una serie de hechos acaecidos y actos cometidos hace años, de ocurrencia inevitable, al igual que de ocurrencia inevitable fue la especulación inmobiliaria y bursátil y el endeudamiento desmesurado que se produjo a lo largo de los años 20 y que desembocó en la Depresión.

La utilización de la electricidad como combustible desde finales del s. XIX, junto a un aumento descomunal de la productividad acaecido a partir de 1923, unido a una característica prìa de los seres vivos y que la humanidad logiquiza, llevó a lo que inevitablemente sucedió a lo largo de los años 30. Algo parecido sucedió en 1875, casi lo mismo ha sucedido ahora.

¿Hubiese podido evitarse?, sí. Imaginen que una madre o un padre llega a su casa y allí les espera su hijita. Habían ido a visitar a una tía que tiene una pastelería en la que elaboran unos caramelos que a su niña le encantan, y la señora les había dado una caja de esos caramelos para la niña.

Los padres, cuando lleguen a casa tienen dos opciones. O bien dan toda la bolsa de caramelos a la niña lo que desencadenará en la niña una indigestión de campeonato, o bien le dicen a su hija: ‘Mira lo que nos ha dado para ti la tía Luisa. Vamos a guardar la caja y cada día te daremos dos’. La niña protestará, y los padres le explicarán la razón de que actúen de tal modo; y si la niña sigue protestando le dirán: ‘Mira. Ahora no puedes entenderlo pero sería perjudicial para ti que te diésemos la caja entera’; e intentarán distraer a su hija con un juego para que deje de pensar en los caramelos.

Nunca, ¡jamás!, la humanidad ha actuado así: administrando acertadamente lo que tiene y preguntándose de qué modo puede optimizar aquello a lo que tiene alcance. La humanidad siempre ha tratado de llegar a lo que estaba más allá de lo posible, máxime desde con las Revoluciones Industriales ha podido obtener, en proporción, más de lo que aportaba.

No, lo que sucedió entre principios de los 90 y mediados de los 2000 fue inevitable, sobre todo porque ya veníamos de una fase anterior en la que se había forzado la máquina mucho, mucho desde el lado de la oferta y ahora había que darle cancha a la demanda y estrujarla hasta que no quedase nada que sacar; es decir, había que hacer lo normal.

Y en este caso: en estos años, lo normal fue megaproducir, hiperconsumir, superendeudarse al cuadrado, apalancar el apalancamiento apalancado, y hacer eso a todos los niveles: familias, empresas, bancos, ayuntamientos, gobiernos regionales y Estados, mientras de fondo iba sonando ininterrumpidamente una cantinela: ‘Si lo quieres lo tienes’. Y ‘El mundo fue bien’, y todo estuvo bien.

Y hoy, la situación es ya muy simple: existe una desconfianza enorme y creciente en la economía española debido al estado de debilidad, de dependencia y de endeudamiento en que la economía española se halla. Un círculo extremadamente difícil de romper. (Y además España ya no está de moda).

No, no pudo evitarse. Y recuerdenaquel verso:

“They are not long, the days of wine and roses”

Cuyo autor, Ernest Dowson, pertenece a una corriente artística que, no por casualidad, fue bautizada como Decandentismo”.

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Vuelvo a discrepar abiertamente con lo que expone el Dr. Paul Krugman en un texto: “La víctima griega”, El País, 19.06.2012, Págs. 26 y 27. Dice el profesor Krugman “(…) los orígenes del desastre (griego) se encuentran más al norte, en Bruselas, Frankfort y Berlín”.

Disiento. Los orígenes del desastre griego y no-griego se hallan en USA que, a finales de los 80, obligó al planeta a firmar un pacto por el que el resto del mundo sostendría y financiaría su economía a cambio de que USA consumiera de ese resto del mundo todo lo que no pudiera venderse y comprarse entre si. Ese contrato se retorció a principios de los 2000 cuando en USA se puso en marcha una economía hiperfinanciera con vida propia e independiente. (A principios de los 2000. Mmmmmm, ¡justo cuando nació el euro!).

Ahora, con el modelo agotado, todo ha escapado al control de los aprendices de brujo. La salida no está en que se rompa el euro ni en imprimir billetes, sino en más coordinación y en mucha más optimización.

Y no, pienso que en Grecia lo que sucedió fue que les dijeron que si querían la Luna podían tenerla, porque quienes podían les iban a dar los medios para que la tuvieran.

¿La culpa en Bruselas, Frankfort y Berlín?, OK, siguiendo por ese ahí también en Chicago, NYC, Boston, London, Tokyo y Taskent. Y seguro que me dejo algún sitio.

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.




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