{mosimage}Fue en las Navidades de 1997 la primera vez que el
presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos Alan Greenspan sacó
de su chistera el término exuberancia irracional para definir el
momento de euforia desmedida de las Bolsas. Los participantes en el
mercado tuvieron una reacción inicial alborotada y causaron fuertes
pérdidas en las acciones. Pero pronto se arrepintieron y volvieron a
las andadas. Un año después el viejo Greenspan volvió a hablar de
exuberancia irracional y nadie le hizo caso, hasta que en marzo de 2000
la burbuja tecnológica estalló. A principios de año, en concreto el 16
de febrero, Alan Greenspan habló de la exuberancia irracional de los
mercados de bonos. Nadie le ha hecho caso. Tampoco, cuando ha advertido
de manera reiterada de los precios de burbuja, burbujón que dicen, de
los activos inmobiliarios.
El mercado de bonos provoca importantes
quebraderos de cabeza a muchos gestores financieros, porque los precios
alcanzados rayan la locura y
lo que es peor, muestran una disociación categórica respecto a los tipos de interés reales.
El malestar entre los profesionales del mercado está justificado por el
temor a las consecuencias derivadas de una posible salida en tromba de
miles de fondos apalancados en bonos. O lo que es lo mismo,
un
crash en este mercado arrastraría al resto de los activos negociados,
sin distingos, dadas las múltiples conexiones de las grandes
instituciones en los diferentes mercados.
Reparan los
especialistas en la tozudez de los bonos a plegar velas y a adecuar sus
rendimientos y trayectoria a las exigencias del momento, que están
determinadas por tipos de interés reales en Estados Unidos cada vez más
altos y además,
en busca de la neutralidad histórica, es
decir, hasta llegar a niveles de entre el 4% y el 4,5% en los próximos
meses. La Reserva Federal de Estados Unidos ha subido los tipos de
interés oficiales en ocho ocasiones desde los mínimos históricos sin que se hayan producido correcciones paralelas en los precios de los bonos.
El estratega jefe de un gran banco extranjero recordaba hace unos días que el 16
de febrero el presidente de la Fed sorprendió al mercado cuando se refirió a
las bajas rentabilidades de la deuda como un "conundrum". Un
enigma que no encajaba con el escenario económico, los riesgos de
inflación y obviamente tampoco con las perspectivas para los tipos de
interés oficiales (el mercado espera tipos por encima del 4 % en los
primeros meses del año próximo). En aquel momento la rentabilidad de la
deuda a 10 años en Estados Unidos era del 4.16 %. En estos momentos es
del 4.19 %.
Aquel mismo día Greenspan
recalcó en su conferencia que los mercados pecaban de un exceso de
confianza. O de una prima demasiado pequeña a la hora de valorar los
riesgos. La reacción que se ha producido desde entonces ha
sido un aumento de la política restrictiva, compensando ampliamente la
subida de los spread de crédito el recorte observado por las
rentabilidades de la deuda. Pero como dice el estratega de un banco de
inversión, una cosa es la subida de los spread de crédito y otra bien
diferente es que haya empeorado la situación financiera de las empresas.
Así, la tasa de default en el primer trimestre ha vuelto a retroceder
hasta niveles mínimos de 1,08% frente a niveles de 4,6% en 2003 y 12,8%
en 2002, según los datos de los especialistas de Citigroup. Tampoco se
ha observado una mayor apelación de las empresas al mercado en busca de
financiación.
Entonces, ¿por qué han subido los spread de crédito?
Los estrategas de Citigroup sugieren que por su correlación con la
bolsa, lo que se ha traducido en subidas de los spread a medida que las
bolsas corregían (se trata de una correlación mayor a medida que el
ciclo está más avanzado) y por los problemas de algunas importantes
compañías, recordando a los inversores que deben ser muy selectivos.
La
exuberancia de la que habló Greenspan no ha sido, por tanto, corregida
en lo que respecta a los bonos y a los activos inmobiliarios. En las
Bolsas, como en el resto de los mercados, es malo dejarse abrazar por
el pesimismo pero, también, por el exceso de confianza. ¡Ay! de los bonos confiados.
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