Martes, 19 de Abril de 2005
Moisés Romero
{mosimage}En los desastres bursátiles más recientes se ha
culpado al pequeño inversor de ser el principal artífice de los
desaguisados, porque se decía que no posee los nervios de acero de los
grandes inversores institucionales. El maestro Kostolany puso de moda
hace muchos años el término manos débiles y manos fuertes, para
definir la posición de los inversores pequeños y de los grandes en la
marabunta enloquecida que, con frecuencia, se ceba sobre las Bolsas.
Los débiles, claro, son los pequeños. Los fuertes, los grandes. No obstante, el
tiempo pasa y con él la mayor parte de las modas, que son
suplidas por otras. Si Kostolany levantara la cabeza no daría crédito
al comprobar que las manos débiles son ahora los hedge funds y los
grandes fondos de inversión, porque el inversor final ha confiado en
ellos. O lo que es lo mismo, ya no hay manos fuertes, al menos como
antaño. Los inversores finales son ellos.
Los elefantes barruntan mal tiempo unas veces y
agua otras. En la Bolsa se mueven como en la selva, es decir, lentos
pero con pisadas que retumban y se oyen en la lejanía. Cuando el jefe de la manada eleva la trompa hacia el cielo anima al resto a seguir sus pasos. Comienza la estampida.
La manada arrasa con todo lo que encuentra a su paso y quienes se atreven a
ponerse delante mueren en el intento, son arrollados sin piedad ni
miramiento.
Los elefantes de la Bolsa barruntan desde finales de 2004 mal tiempo,
pero hasta la semana pasada no se pusieron a correr en busca de otro
destino. Han seguido al jefe de la manada, aunque éste les llevase al
precipicio. El antes y del después de la Bolsa, en una visión temporal
breve, situaba los principales índices bursátiles del mundo en negativo hasta
mediados de agosto del año pasado. A partir de ahí se inició una
remontada gloriosa, hasta cerrar el ejercicio en positivo, justo cuando nadie
daba un euro por ello.
En ese antes y después de las Bolsas no ha cambiado nada. Eso es
lo más curioso. El petróleo por las nubes, los crecimientos económicos
inciertos, las contradictorias cifras estadísticas referentes al estado
de salud de los consumidores, las advertencias sobre peores resultados
empresariales en términos comparativos, el peligro de mayores empujes
inflacionistas, las burbujas históricas inmobiliaria y de los bonos y la amenaza
constante de episodios de tensiones geopolíticas renovadas; todo ello apenas ha
variado desde agosto del año pasado.
¿Qué hay de nuevo? La secuencia temporal, apuntan los mejores
analistas. O dicho de otro modo, la sensación de que el tiempo corre
rápido y los grandes desequilibrios no se corrigen.
La sensación, por tanto, es que los mercados han ido muy lejos en sus
correrías y que ahora toca descansar, que en Bolsa es lo mismo que
decir que pintan bastos. En este escenario, los hedge funds no se
andan con chiquitas. De igual modo que compran por lo mejor, sin
reparos, también venden por lo mejor y el último que apague la luz.
Respecto a la manada y a los jefes de la misma encontramos en nuestra
documentación un hecho que no ha sido resaltado de manera conveniente.
A principios de la semana pasada, los analistas del banco estadounidense
Merrill en el
último informe de perspectivas globales recomendaban infraponderar la
renta variable a la vez que consideraban que los nuevos movimientos en los mercados de
bonos, para descontar los riesgos de una inflación descontrolada, podrían
suponer una oportunidad de compra. Además, estimaban que el dólar se
beneficiará de la aversión al riesgo de los inversores.
Por regiones apuestan por Asia y en sectores, revisan a la baja el
sector de la energía por motivos tácticos y aprecian la aparición de
valor en telecomunicaciones y bancos.
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