Obviar la reacción inmediata de los mercados a los
resultados de ayer en Francia es algo así como esconder la cabeza
debajo del ala. Magnificar los sucesos puede resultar, del mismo modo,
peligroso, porque los mercados no suelen beber en demasía de las
agitadas aguas políticas. O dicho de otro modo, el
sentimiento que abunda en los mercados es que Europa seguirá adelante,
que el tiempo apremia y que ni las industrias ni los ciudadanos se
encerrarán a cal y canto en sus casas. La vida, en fin, continúa. Los matices de última hora son más coloristas que otra cosa.
Por eso, los expertos más fríos consideran que los
mercados volverán con rapidez a sus fundamentales, que son los que mayor
influencia tienen en el proceso de formación de los precios de los
activos cotizados. En este último caso, la pelota está ahora en el tejado de la evolución
económica y de su impacto posible en los tipos de interés europeos. El
presidente del Banco Central de Holanda acaba de decir que no espera una aceleración del crecimiento a corto plazo, pero que un recorte de tipos
supondría un riesgo para la estabilidad de los precios a medio plazo.
El mensaje, por cierto, es ya habitual entre las autoridades europeas.
Osea, que los tipos no bajarán. Al menos como auguran los mejores
agitadores.