Cuando la Sra. Thatcher pronunció su famosa frase, el 75% del presupuesto comunitario se dedicaba a la agricultura, y de esos dineros, proporcionalmente, quienes más se beneficiaban eran menos de un millón de agricultores franceses, agricultores que votaban unas opciones políticas muy concretas. El razonamiento de la Sra. Thatcher era simple: si el Reino Unido es un contribuyente neto y el Reino Unido no se beneficia prácticamente de ese presupuesto agrícola, "give my money back", y los demás estuvieron de acuerdo y nació en cheque británico.
Dos eran las prioridades de los grandes de Europa a finales de los 80: tener unas normas de obligado cumplimiento para todos los miembros que forzasen a avanzar y a profundizar en la liberalización de la economía, y llegar al consenso de que, algún día, Europa se ampliaría hacia el Este. En 1991 España dijo, alto y claro, que o le daban pasta -bastante- o iba a oponerse a las dos pretensiones, y los demás estuvieron de acuerdo en darle pasta.
De aquel 75% que del presupuesto comunitario se dedicaba a agricultura, se pasó a un 45%, con la diferencia, más otro 10%, se constituyó una cosa nueva denominada Fondos de Cohesión que los países ricos transferían a los pobres a fin de que éstos crecieran y se acercasen a aquellos. Las normas susodichas se firmaron en la ciudad de Maastricht y el consenso para la ampliación futura fue alcanzado.
Una de las cosas que en Europa se pusieron en marcha tras la II Guerra Mundial fue el modelo de protección social. Mucho se ha dicho sobre los motivos que impulsaron a ello, motivos altruistas, de justicia, incluso de caridad cristiana; la verdad es mucho más simple: el modelo de protección social contribuía al crecimiento y, por si sólo, brindaba un paraguas individual a cada ciudadana/o con el que éstos se sentían protegidos y satisfechos y ayudaba a tapar sus oídos a mensajes políticamente incorrectos.
Mientras los acuerdos firmados entre países no influyeron en la entidad jurídico-política de los Estados firmantes, mientras lo obtenido por el crecimiento fue suficiente para pagar los costes del modelo de protección, mientras la tarta mundial dio para los comensales que en aquellos momentos estaban sentados a la mesa y para los nuevos que se fueron incorporando, no hubo mayores problemas, pero cuando todo esto empezó a cambiar a finales de los 70, el llamado modelo europeo empezó a ser cuestionado por el poder económico; la conclusión fue que había que reformarlo, y se justificó diciendo que su reforma era imprescindible para su supervivencia.
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.
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