En este nuevo escenario, en el de hoy, lo que se busca es el más-o-menos, según las circunstancias -la coyuntura-, para lo que será necesaria la cantidad de factores productivos que sea precisa, pero siempre tendiendo a que esa cantidad sea menos en términos proporcionales, y recurriendo a esa cantidad de factores allíÑ‚Â donde su coste sea menor, su disponibilidad mayor y su acceso más rápido.
La clave de tal cambio estriba en que los tres elementos ayer enumerados son hoy distintos. Como ya no existe la necesidad de mantener las fronteras nacionales entre paíÑ‚Âses con semejante nivel de desarrollo, se ?eliminan', lo que favorece el intercambio de bienes y servicios. Como, cada vez, la tecnologíÑ‚Âa ofrece más posibilidades, es más barata y es más sencilla de utilizar, puede sustituir -en un creciente número de operaciones- al factor trabajo. Como un creciente número de las funciones realizadas por los Estados pueden -gracias a la tecnologíÑ‚Âa- ser desestatalizadas, y como las funciones que los Estados realizan deben -en base a la búsqueda de menores costes- ser privatizadas, los Estados necesitan menores ingresos y el sistema puede ir entrando en una dinámica de reducción de recaudaciones impositivas directas. El problema, para la población está -estaba- planteado.
Destruido, a finales de los 80, el mito de que la tecnologíÑ‚Âa elimina empleos de baja cualificación y crea puestos de trabajo de cualificación elevada, el problema que ya níÑ‚Âtidamente es visible en el horizonte acongoja. Por un lado, cada vez menos población activa es necesaria para fabricar los bienes y servicios que en cada momento sean necesarios; por otro, y debido a lo anterior y a que la globalización también ha significado que la oferta de trabajo sea global, los salarios medios tienden a la reducción; por otro más, la esperanza de vida está aumentando, los gastos sanitarios creciendo y los Estados reduciendo unos gastos para los que cada vez tienen -porque no los precisan- menos ingresos.
Los Gobiernos inventan fórmulas para dilatar la manifestación del problema: alargamiento de la edad de jubilación; incremento del número de años a cotizar para tener derecho a una pensión; copago creciente de un mayor número de medicamentos y de servicios sanitarios; puesta en marcha de planes de pensiones de suscripción obligatoria, gestión privada y sin la garantíÑ‚Âa del Estado; aumento de la emigración para asíÑ‚Â incrementar el número de cotizantes... ignorando que el problema radica en que lo que sobra es población activa y lo que falta es capacidad de generación de rentas.
Que el modelo de protección social se está muriendo es un hecho; un hecho cuyo origen se halla en que el Estado del Bienestar en el que la economíÑ‚Âa planetaria entró a finales de la primera mitad del siglo XX, está en declive, un bienestar del que, en términos relativos, cada vez disfruta menos población de un mundo que, díÑ‚Âa tras díÑ‚Âa, menos población necesita. Vale, será asíÑ‚Â, pero lo que de esta historia a mi más me molesta, es que me la quieran vender con el paso cambiado.
En otra de mis Opiniones, ya utilicé, hace tiempo, un verso de Joan Manel Serrat, vuelvo a hacerlo: "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio"; bien pero, por favor, ¡que no nos digan que lo tiene!.
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de EconomíÑ‚Âa IQS. Universidad Ramon Llull.
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