En los años de la Revolución (Francesa, naturelment), Aulnay-líт¨s-Bondy, que esa era entonces su denominación, contaba con unos 600 habitantes agrupados en las 1.560 Ha con que contaba el municipio y de las que 200 eran de bosque. En 1903 la localidad adopta su nombre actual: Aulnay-sous-Bois y en 1926, la villa habíÑ‚Âa alcanzado los 21.636 habitantes.
Hoy, en nada se parece Aulnay-sous-Bois a aquel lugar que los parisienses ?descubrieron' en el último cuarto del siglo XIX; el motivo radica en la brutal transformación que todo el Departamento al que la localidad pertenece -Sein-Saint Denis- sufrió a partir de los años 60 al transformarse, primero, en un conjunto de ciudades dormitorio y, más tarde, en una aglomeración de colmenas-vivienda -20 pisos de altura y 25 m2 de superficie habitable- destinado a la emigración.
Hoy, transcurrido más de tres meses -¿tanto, ya?- desde el comienzo de los sucesos que en los últimos díÑ‚Âas de octubre y en los primeros de noviembre sacudieron esa zona y otras de parecidas caracteríÑ‚Âsticas, situadas en los aledaños de otras grandes ciudades francesas y continúan apareciendo análisis que diseccionan sus causas y consecuencias; entiendo que todos esos análisis -al menos todos los que yo he leíÑ‚Âdo- no atinan a identificar la que, pienso, es la causa primera de tales sucesos: la transición sistémica en la que el sistema económico -y social- se halla inmerso.
Posiblemente, Francia sea el paíÑ‚Âs en el que el fenómeno de la emigración haya alcanzado una mayor dimensión, y no sólo por el número de emigrantes y de descendientes de los emigrantes que residen en el hexágono. El modelo francés de emigración -empleos de media y baja cualificación, asimilación y agrupamiento en barrios situados en los bordes de las grandes ciudades- es un tíÑ‚Âpico exponente de los años del crecimiento económico continuado en el que el pleno empleo, para los nacidos en el paíÑ‚Âs y para los inmigrantes, era real.
Los emigrantes llegaron -les fue permitida la llegada- porque eran necesarios y si se fue permitiendo su reagrupamiento familiar fue porque se consideró un mal menor y porque significó un nuevo aporte de mano de obra a la economíÑ‚Âa francesa, pero hoy, con tasas de desempleo del factor trabajo cercanas al 30% en algunos de esos barrios y del 50% entre los jóvenes sin estudios (sin datos, ni siquiera aproximados, de los niveles de subempleo), y con un modelo de protección social en retroceso, los problemas han surgido ante el incidente más nimio porque a la situación de cambio sistémico que se vive en el planeta, en Europa y en Francia, la realidad social reinante en estas banlieues es un caldo de cultivo ideal para el conflicto.
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de EconomíÑ‚Âa IQS. Universidad Ramon Llull.
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