{mosimage}Los contoneos de la zíngara en la plaza del pueblo enloquecían a mayores y pequeños. Con vestidos multicolores y pañuelos bien abrazados al cuello, la gitana nos introducía con sensualidad en un espectáculo que siempre defraudaba. O el oso pardo no se podía tener en pie o el chimpancé estaba decrépito, en los huesos y además, con actitudes y gestos obscenos. Lo importante era, no obstante, la excitación inicial y claro, la excusa para asistir a un entretenimiento en aldeas sin cine ni televisión entonces. En la Bolsa de 2005 las nuevas zíngaras seducen con sus gestos. Otra cosa será el resultado final.
Ahora que la Bolsa parece enderezarse, después de una sequía devastadora tras el estallido de la burbuja de los valores tecnológicos en marzo de 2000, salen a escena magos y encantadores de serpientes; zíngaras y tragasables; majorettes y saltimbanquis. Afloran también, los echadores de cartas y los visionarios. Más lejos, con una carreta convertida en tienda, alguien vende el último milagro de crecepelos.
Ahora que la Bolsa quiere mirar al Norte, aunque a veces se tambalea y hace perder los nervios a los más templados y curtidos operadores del planeta, los gestores intrépidos se desgañitan en una loa desmesurada, aunque en muchos casos rancia, a las empresas que representan. La zíngara más hermosa, en la que más repara la Bolsa en estos momentos, es la de las empresas de capitalización media y pequeña. Es un segmento de fácil maniobra en tiempos de lujuria y ansias bursátiles, como ahora. Son compañías, cuando el viento sopla a favor, susceptibles de protagonizar grandes movimientos al alza y máxime en momentos como ahora, en los que las sesiones bursátiles son largas y no hay techo en la subida.
Las zíngaras son, en la mayor parte de las ocasiones, responsables de alto nivel de las empresas protagonistas de los desmanes alcistas, de las que deleitan a los especuladores con grandes oscilaciones intradía. Son ejecutivos/as que aventuran un mundo mejor, sin límites en la valoración de sus activos y con crecimientos exponenciales que dejan boquiabiertos a los asistentes al espectáculo.
Las zíngaras van cubiertas de abalorios, con cuentas de cristal que imitan el diamante, cuentas ensartadas que no valen un euro, pero se pagan a precio de oro. Es la historia de siempre. En épocas de mejora de las expectativas es más fácil seducir y también, caer en la trampa. Multitud de empresas de tamaño medio y pequeño llevan años postradas, al borde del impago y sin capacidad de maniobra. Aprovechan, ahora como antaño, la marea para salir a la orilla y pedir dinero con el que financiar sus nuevas ilusiones, que volverán a defraudar.
La marea en la Bolsa está alta y muchos náufragos han pisado la arena. Pero no todos sobrevivirán. La historia de la Bolsa está repleta de situaciones como éstas. El inversor debe ser hábil en la ejecución de sus decisiones y por supuesto, no sucumbir a los cantos de sirena, porque cuando baje la marea, que bajará, el mar los puede engullir.
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