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EEUU paga el precio de su pérdida de poder: Freeland

Sabado, 23 de Abril de 2011 Reuters

La política económica ya dejó de ser un asunto exclusivamente doméstico. Esa es la conclusión que deberíamos sacar de la volatilidad vista en los mercados esta semana, cuando la agencia Standard & Poor's rebajó el panorama de la calificación de Estados Unidos. Esta es una afirmación conocida en los países más pequeños. Los países emergentes saben desde hace tiempo que las opiniones de Wall Street o del Fondo Monetario Internacional frecuentemente tienen más poder para definir sus políticas económicas que sus propios ministros de Finanzas. En el último tiempo, esa es una lección que también aprendieron algunos países occidentales altamente endeudados, como Grecia, Irlanda y Portugal. Ahora, a medida que declina el poder relativo de Estados Unidos en la economía global, es un hecho que los estadounidenses deberán acostumbrarse también a eso. Ese es uno de los mensajes importantes de la decisión de S&P esta semana, que básicamente fue una advertencia de que ya no da por seguro que Estados Unidos sea capaz de mantener su calificación "AAA". Hay muchas razones por las cuales la decisión de S&P debería ser tomada con pinzas. Por un lado, las agencias de calificación quedaron muy desacreditadas tras la crisis financiera y ya no merecen el estatus de Oráculo de Delfos, si es que alguna vez lo merecieron. Por otro lado, la advertencia de S&P no representa una novedad. Con un déficit fiscal equivalente al 10,6 por ciento del Producto Interno Bruto el año pasado y con una deuda bruta nacional de 91,6 por ciento del PIB, es obvio desde hace tiempo que las finanzas públicas de Estados Unidos están en problemas. Tampoco esa preocupación está limitada a los expertos. El déficit y la deuda se han vuelto un asunto de conversación también entre la gente común -y si no hay que mirar el ascenso del movimiento Tea Party- y un tema de debate en Washington por lo menos en los últimos seis meses. Pero hay una buena razón para que el panorama negativo de S&P haya obtenido tantos titulares. Se trata de un recordatorio de que la política económica estadounidense ya no puede ceñirse a los debates en Washington o a los caucus de Iowa. La política económica estadounidense debe pasar ahora también el escrutinio de los mercados globales y de los prestamistas extranjeros. TSUNAMI EXTERNO Esa es una vieja historia para casi todos los países del mundo. Pero Estados Unidos ha estado acostumbrado a ser la mayor economía del mundo y a ser dueño de la máquina impresora de la moneda de reserva. Ambos elementos siguen siendo verdaderos, pero menos que antes. Además, por su tamaño, la deuda del país implica que ya depende de la confianza de los compradores extranjeros de sus bonos. Eso significa que las decisiones económicas nacionales, como el nivel de gasto público o las tasas impositivas, ya dejaron de ser asuntos de incumbencia exclusivamente nacional. En los días de auge del llamado Consenso de Washington, tras la caída del Muro de Berlín y el triunfo del capitalismo occidental, los expertos estadounidenses solían dictar recetas desde Washington sobre cómo los países emergentes debían administrar sus economías. Aún se está lejos de que esto se revierta y que Estados Unidos tenga que obedecer recetas externas, pero la decisión de S&P es una señal de que el país necesitará comenzar a pensar cómo sus decisiones de política económica impactan en Pekín y Dubái, así como en New Hampshire o en los suburbios. Pero no es sólo la deuda lo que está haciendo la política económica estadounidense un tema de preocupación internacional. Tal como revelaron los recientes encuentro del FMI y el Banco Mundial, una de las consecuencias de la globalización ha sido dar a las decisiones económicas nacionales un alcance internacional más poderoso. Esto no es algo totalmente nuevo para Estados Unidos. Las quejas de Washington sobre el tipo de cambio de China son un ejemplo claro de la convicción pública de que la estrategia doméstica de un país es un tema legítimo -de hecho central- para el debate internacional. Ahora, el resto del mundo está comenzando a adoptar la misma visión sobre Estados Unidos. La semana pasada en Washington, el ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, reclamó que las políticas de alivio cuantitativo de la Reserva Federal estaban teniendo consecuencias no buscadas y perjudiciales en otras partes del mundo. Las bajas tasas de interés en países como Estados Unidos, dijo Mantega, son la "principal causa de muchos problemas económicos actuales". "Las restricciones políticas domésticas han sido invocadas por países emisores de monedas de reserva como una razón para adoptar políticas monetarias ultraexpansivas", dijo en una declaración ante una comisión del FMI. "Pero esto no cambia el hecho de que estas políticas generan efectos que han creado dificultades para otros países", sostuvo. Mantega no es el único que está preocupado. En un panel de discusión en Bretton Woods que me tocó moderar hace unas pocas semanas, Andrés Velasco, un ex ministro de Hacienda de Chile, advirtió: "Si uno es Brasil hoy o muchos de estos países del resto del mundo, uno mira por la ventana y lo que ve es a un tremendo tsunami de riqueza llegando. Y esto, que alguna vez hubiera sido bienvenido, ahora yo lo veo como algo terrible. ¿Por qué? Porque este tsunami pondrá dificultad a nuestras políticas, hará la vida muy incómoda si se es ministro de Hacienda". Cuando pensamos sobre los temas polémicos de la política exterior, pensamos primero sobre la intervención en Libia o la guerra en Afganistán. Pero el gran desafío a la hora de establecer relaciones entre países es el problema planteado por Mantega, Velasco y S&P: administrar un mundo en el cual las soluciones económicas domésticas son un tsunami económico externo para el resto del mundo. [Volver]