Unos años después, en ese paíÑ‚Âs tuvieron lugar una serie de eventos que le catapultaron a la escena internacional, lo que contribuyó a que ese paíÑ‚Âs, literalmente, se pusiera de moda; cierto es que, coincidiendo en el tiempo, la economíÑ‚Âa mundial entró en recesión, pero eso se solventó incrementando artificialmente la capacidad de endeudamiento de las poblaciones de una serie de paíÑ‚Âses, entre ellos, en el paíÑ‚Âs de nuestra historia.
Pasaron los años y una nueva recesión vino a nublar el panorama económico internacional, aunque, en este caso, su duración y su impacto fueron mucho más breves que los de la anterior debido a que las facilidades para acceder al crédito fueron incrementadas hasta el absurdo, tanto para personas y familias, como para empresas. En el paíÑ‚Âs de nuestra historia, la disponibilidad de crédito también se disparó.
Quienes, en economíÑ‚Âa, deciden lo que tiene que suceder vieron que las rentabilidades del papel negociable, de los capitales, no alcanzaban las cotas deseables debido a que el sistema estaba entrando en una cierta atoníÑ‚Âa, la solución fue poner en marcha un invento por el que prácticamente todo el suelo del paíÑ‚Âs de nuestra historia era susceptible de ser convertido en urbanizable; habíÑ‚Âa capital, habíÑ‚Âa suelo, faltaba mano de obra barata, dócil, no reivindicativa; no importaba que su productividad fuese reducida, la solución a esa necesidad era conocida: la inmigración masiva procedente de paíÑ‚Âses míÑ‚Âseros.
Distintos Gobiernos formados por diferentes partidos políÑ‚Âticos fueron trayendo y regularizando inmigrantes, o permitiendo su entrada con visados de turista y su empadronamiento en los municipios en los que residíÑ‚Âan aunque su estancia fuese ilegal. Llegaron a cientos de miles, el porcentaje de la población inmigrante llegó a situarse en el 11% de la población de ese paíÑ‚Âs, y en alguna de sus regiones superó el 14%, la tasa más elevada de cualquier región del área continental a la que nuestro paíÑ‚Âs pertenecíÑ‚Âa.
El PIB, a base de deuda y crédito fue aumentando, aunque a costa de que la deuda privada superase el 215% del PIB, de que el déficit exterior fuese mayor del 11% del valor de la producción nacional y de que, falta de una políÑ‚Âtica planificada, las tensiones entre la población autóctona y la inmigrada fueran crecientes. Un hecho vino a perturbar, aún más, la situación: en los últimos cinco años, fue un signo de progresíÑ‚Âa en el paíÑ‚Âs que nos ocupa manifestarse enfervorizado defensor de la inmigración asíÑ‚Â como realizar abundantes declaraciones sobre lo necesaria que para la economíÑ‚Âa nacional la inmigración era.
Un díÑ‚Âa llegó la tormenta, pero no una tormenta cualquiera, sino la negrura más espesa que imaginarse pueda, en forma de una crisis sistémica que, empezando en las economíÑ‚Âas más avanzadas, cual si de una plaga de tratase, se fue expandiendo por todo el planeta; una crisis que, a diferencia de anteriores recesiones, no afectaba a los elementos coyunturales del sistema, sino a sus bases: al modo de producción.
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de EconomíÑ‚Âa IQS. Universidad Ramon Llull.
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