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Huelga general

Martes, 28 de Septiembre de 2010 Santiago Niño Becerra

ilustraciónMuchos de Uds. se estarán preguntando, "Y este que escribe cada día, ¿qué opinará sobre la huelga de mañana?". Pues opinar, opinar, que es un derecho constitucional, y poco más, lo que sí pienso es que hoy no tiene sentido, ni una huelga general ni una parcial, pero no por lo que piensan quienes se han manifestado en contra de la convocatoria, que va; pienso que ninguna huelga hoy tiene sentido porque la propia conceptualización de una huelga no sirve para defender o para obtener unos derechos, perdidos irremediablemente por otra parte, y porque hoy, en su inmensa mayoría, quienes en teoría deberían realizarla no tienen la mentalidad necesaria, ni para llevar a cabo lo que en una huelga se lleva a cabo, ni para afrontar las consecuencias que de una auténtica huelga se derivan.

En 1834, en Tolpuddle, una localidad de Dorset, varios trabajadores fueron deportados a Australia durante tres años por el simple hecho de formar una hermandad de ayuda y soporte mutuo, detrás de la deportación se hallaba el haberse negado a trabajar las tierras de quienes aplicasen la reducción salarial del 30% (de diez chelines semanales a siete, con rumores de que iban a ser rebajados a seis: el límite de pobreza estaba situado en más de diez chelines) decidida por los propietarios de la zona. No sucedió absolutamente nada: aquellos hombres fueron apresados, maltratados y deportados, no sucedió nada porque había muchos como ellos (todos ingleses) para realizar aquellas tareas.

En las reivindicaciones obreras la masacre de Haymarket supuso un punto de inflexión. En 1886 las cosas eran ya muy diferentes a como habían sido en 1834. Hacían ya casi 40 años del período de hambruna en Irlanda que había puesto en marcha el proceso migratorio europeo hacia USA y la Segunda Revolución Industrial estaba ya llamando a la puerta. La matanza de Chicago fue el canto del cisne de un modo de hacer las cosas basado en la explotación, en la represión y en la violencia (1848, 1870), y abrió las puertas a un modo de afrontar las relaciones laborales más sustentado en el intercambio: salarios y ocio a cambio de buen comportamiento y de la cantidad de trabajo que hiciese falta.

Claro que continuaron habiendo huelgas (en las economías subdesarrolladas muy escasas y de nula repercusión), y represión, y explotación, pero todo empezó a ser de otra forma, y las huelgas más puntuales, menos violentas, por ambos lados; más reguladas, más, y aquí está el quid de la cuestión, politizadas. La última gran huelga que como tal puede ser recordada tuvo lugar en 1984: los mineros británicos paralizaron durante casi un año la extracción de carbón. Fue una huelga fundamentalmente política que puso de manifiesto el declive del sindicalismo, ¿por qué?, pues porque allí y entonces el modelo productivo demostró que, al contrario que antes, no necesitaba la mayor cantidad de factor trabajo que fuese posible, siempre y en todas partes, sino que necesitaba el factor trabajo que se necesitase cuando lo necesitase y donde lo necesitase, y demostró, también, que esos requerimientos que tenía podía cubrirlos con muchos menos trabajadores.

A eso, además, se añadía otra cosa. En 1848 la clase obrera, en todas partes, podía pasar hambre física, literal, en países como Bélgica o Prusia, en 1984, en Inglaterra, ningún trabajador pasaba hambre, al contrario, su sueño era comprarse un Austin y venir de vacaciones a Benidorm; es decir, hasta la II Guerra Mundial la mayoría de trabajadores tenían muy poco que perder, a partir de 1950 esos mismos trabajadores cada vez tuvieron más que perder: el modelo se encargó de darles “mochilas” apetitosas que podían dejar de tener si no era unos buenos chicos; y ello complementado y complementando una cosa más: la necesidad del factor trabajo: elevada, muy elevada entonces.

Hoy la necesidad de factor trabaja ha caído en picado y más va a caer a medida que la productividad vaya aumentando; además, la postglobalización permite cualquier combinación geográfica-productiva que imaginar podamos; más además, el planeta se halla inmerso en una crisis sistémica a partir de la que van a ser redefinidos los parámetros de funcionamiento del sistema: el modelo productivo: el modo de hacer las cosas; por último, dentro de la panoplia de factores productivos el valor añadido aportado por la mayoría del factor trabajo va perdiendo rango. En estas condiciones, una huelga ...

Insistimos: ¿una huelga hoy?. Cada vez es precisa una menor cantidad de factor trabajo para generar una unidad de PIB, además años de cultivo de individualismo visceral han borrado la conciencia solidaria que es precisa para llevar adelante una auténtica huelga, y, más además, el nivel de dureza que sería necesario en una huelga para revertir las medidas tomadas -que no son únicamente españolas- debería ser hoy tan tremendo que es inimaginable.

Pienso que una huelga hoy, cualquier huelga, o es imposible: una huelga revolucionaria, o no es eficiente (y además es cara para quien la hace) porque no consigue los objetivos buscados: defensa de los intereses de unos trabajadores oferentes de un factor trabajo que cada vez es menos necesario; además, acostumbrada gran parte de la población a tener bastante que perder, no secundaría, caso de ser planteado, un retorno a los métodos huelguísticos de hace 70 o 90 años. ¡Pero si esto que llaman huelgas da risa!: ¿qué clase de huelga es esa que fija unos servicios mínimos del 30%?, ¿qué demonios es eso de los “servicios mínimos”?.

Lean esto:

”¡Arriba, parias de la Tierra!
¡En pie, famélica legión!
Atruena la razón en marcha:
es el fin de la opresión”.

¿Saben que es?, es la primera estrofa de “La Internacional”. Claro: no es casualidad que su letra sea de 1871 y su música fuese compuesta en 1888. ¿Creen que alguien se dejaría matar hoy por entonarla o mataría por poder cantarla?. ¿Creen que tiene hoy sentido reivindicar lo que su letra reivindicaba?.

Bien, entonces, ¿nada puede hacer el factor trabajo para defender sus intereses, para intentar mantener sus derechos?, pienso que sí, pero también pienso que aún no ha llegado a esa fase: debe unirse, coordinarse, despolitizarse completamente y decirle al capital: “¡Oye tío!, nos necesitamos mutuamente, vamos a hacer algo juntos”; lo que sería cierto, aunque sólo parcialmente: parte del actual capital va a necesitar a parte del actual factor trabajo, la otra parte del capital va a ser barrida por la crisis y el resto del factor trabajo, o no va a ser necesario en absoluto o va a serlo en muy pequeña medida. Será mañana, sí; mañana.

“Agrupémonos todos,
en la lucha final.
El género humano
es la Internacional”.

(Especialmente para Sara)

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

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