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La deflación derrota a unos impotentes bancos centrales

Jueves, 03 de Marzo de 2016 Carlos Montero

Los bancos centrales tienen un miedo mortal a la deflación. Es por eso que la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Canadá, el Banco de Japón y el Riksbank de Suecia, entre otros, tienen un objetivo de inflación del 2 por ciento. No adoran una subida de los precios, pero se preocupan por las consecuencias de una disminución general de los precios al consumidor, por lo que necesitan un cortafuegos. Por desgracia, parecen incapaces de cumplir sus objetivos en el entorno económico actual.

Los guardianes de la política monetaria están fascinados con Japón, donde los precios de consumo han disminuido en 48 de los últimos 83 trimestres. “Este largo patrón de deflación hace que los consumidores japoneses retrasen sus compras esperando un descenso de los precios”, señala Gary Shilling, presidente de A. Gary Shilling & Co. y autor del libro La edad del desapalancamiento: Estrategias de inversión para una década de bajo crecimiento y deflación. “Pero el resultado es un exceso de inventarios y de capacidad productiva, que provocan precios aún más bajos. Esto confirma las expectativas, provocando que el consumidor retrase sus compras en un círculo vicioso. El resultado de esta espiral de deflación ha sido una débil economía con un crecimiento promedio del producto interior bruto real de sólo un 0,8 por ciento anual desde principios de 1994.

Los bancos centrales también temen que en una situación de deflación, la carga de la deuda permanezca fija en términos nominales, pero la capacidad para cumplirla cae en sintonía con el descenso de los ingresos nominales y la reducción de los flujos de caja de las empresas. Así, las quiebras se multiplican, mientras que el endeudamiento, el consumo y la inversión de capital se debilitan.

Como ya he dicho en varias ocasiones, la deflación sigue siendo un peligro claro y presente. Es preocupante que las medidas que están implantando los bancos centrales no estén funcionando. En primer lugar, como reacción a la crisis financiera, rebajaron sus tasas de referencia a corto plazo hasta esencialmente cero, y rescataron a los bancos afectados y otras instituciones financieras. Eso pudo haber evitado el colapso financiero, pero hizo poco para estimular el endeudamiento, el gasto, la inversión de capital y la actividad económica. Las entidades financieras solventes ya tenían una amplia liquidez. Recortar los costes de endeudamiento a niveles récord estimuló los precios de los activos, como las acciones, pero benefició poco a la economía.

Por otra parte, los bancos tenían demasiado miedo a prestar. Y a medida que resistieron los intentos de dividirlos para eliminar el problema de "demasiado grandes para quebrar", los reguladores les privaron de actividades rentables, tales como operaciones por cuenta propia y la creación y venta de derivados complejos. Eso les obligó a enfocarse de nuevo hacia el negocio tradicional y menos lucrativo de los préstamos - sacar beneficio de pedir prestado dinero a corto plazo a bajos tipos para prestarlo a más largo plazo para sacar beneficio. Pero este negocio era más importante en un momento en el que se estrechaban los tipos de corto y largo plazo, haciéndolo aún menos atractivo. Con la cantidad de capital que los bancos están obligados a reservar frente a sus actividades de trading aumentando, ahora están tan regulados que muchos de ellos probablemente hubieran deseado haberse dividido.

El siguiente movimiento de los bancos centrales fue introducir la flexibilización cuantitativa (QE), la compra de grandes cantidades de deuda pública y otros valores. A medida que la Fed compraba miles de millones de dólares en activos, los vendedores utilizaron todo ese dinero para comprar renta variable. Eso provocó un repunte exagerado de las acciones, pero no provocó un crecimiento económico.

La Fed detuvo la QE en octubre de 2014; pero el BCE y el Banco de Japón aún están ampliando sus programas, y han reducido las tasas de interés hasta territorio negativo. Saben muy bien que unos costes de intereses iguales o por debajo de cero causan múltiples distorsiones financieras como el incremento del apetito por activos de riesgo en búsqueda de rentabilidad. Así, ponen su dinero en hedge funds, capital privado, bonos basura, renta variable y deuda de mercados emergentes y otros activos de riesgo. Pero están rezando para que las tasas negativas estimulen la inversión y el gasto. En un contexto de deflación, las tasas nominales deben ser aún más negativas que la tasa de los precios al consumidor para crear tasas reales negativas.

Los bancos centrales lo han intentado casi todo, pero en el clima deflacionario actual la política monetaria es impotente y los responsables políticos están demostrando una gran ineficacia. Esa es una buena noticia para los bonos del Tesoro y el dólar, pero malas noticias para las acciones y las materias primas.”

 

Fuentes: Gary Shilling

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