Resulta que ahora, quienes mandan, se han dado cuenta de que sobran universidades, de que hay titulaciones en las que el número de alumnas/os es ridíÑ‚Âculamente reducido, de que en algunos estudios universitarios el nivel de fracaso es tremendo. Tal vez piensen que este es un tema que no les interesa, y, si piensan eso, se equivocarán; les interesa, ¡y mucho!.
La Universidad española adolece de muchíÑ‚Âsimos defectos, pero el origen de todos ellos es doble. Un origen, el remoto, proviene de la orientación inmovilista con que la Contrarreforma, allá por el siglo XVI, impregnó prácticamente todos los órdenes de la vida española; el otro, el moderno, fue parejo con el orden dictatorial que en España imperó desde 1939; evidentemente, este se hallaba en armoníÑ‚Âa con aquel.
Durante la segunda dictadura, en España, y fundamentalmente, “iban a la Universidad” dos tipos de personas: aquellas cuya renta -la de sus familias- les permitíÑ‚Âa que sus hijas e hijos no trabajasen, y aquellas cuyas familias realizaban sacrificios significativos para que pudieran dedicarse a tiempo completo a estudiar. De resultas de lo anterior, la población universitaria española era muy reducida y ser universitaria/o un signo de elitismo.
Cuando el Franquismo finalizó y comenzó la nueva etapa políÑ‚Âtica, una de las obsesiones de todos los Gobiernos fue aumentar la población universitaria; y el objetivo se ha cumplido, vaya si se ha cumplido (hoy el reino supera la tasa media de titulaciones universitarias de la OCDE: el 25%; España, el 26%); pero se ha cumplido mal; muy mal.
Básicamente, el aumento de la población universitaria española se ha producido debido a dos fenómenos. Por un lado, gracias al progresivo incremento de la renta media de las familias españolas, algo en síÑ‚Â mismo positivo; por otro, debido a un conjunto de medidas con denominaciones muy diversas y cuyo resultado global ha sido un descenso -en términos medios- en la calidad de la enseñanza y en los niveles de exigencia, pero no sólo en la enseñanza universitaria, no, ambos descensos se han producido en toda la fase educativa que media entre la enseñanza preescolar y el último curso de la universitaria. Si a lo anterior añadimos unos planes de estudios, en muchos casos, desconectados de la realidad, lo que obtenemos es una enseñanza preescolar, una ESO, un Bachillerato, una Formación Profesional y una Universidad pobres.
HabíÑ‚Âa que conseguir que la mayor cantidad posible de familias tuviesen a sus hijas e hijos en la Universidad, y, para ello, la mayor cantidad posible de chicas y chicos debíÑ‚Âan llegar a sus puertas. A la vez, las familias no debíÑ‚Âan sentirse agobiadas, ni por las repeticiones de curso de sus vástagos, ni con suspensos, ni con excesivas tareas para realizar “en casa”; entre otras razones porque la tasa de actividad española fue creciendo y las madres y los padres españoles cada vez podíÑ‚Âan dedicar menos tiempo a sus hijas e hijos. Finalmente, las alumnas y alumnos no teníÑ‚Âan que sentirse presionadas ni presionados, no sea que optasen por salidas traumáticas (recordarán los suicidios de adolescentes que se produjeron, en el reino, en los 80).
Los años fueron pasando y el mapa estudiantil español configurándose. Los suicidios de adolescentes desaparecieron, pero, a la vez, lo fue haciendo el sentido del esfuerzo. Las alumnas y los alumnos fueron viendo que iban pasando de curso a pesar de que lo que, en teoríÑ‚Âa, se les exigíÑ‚Âa era una cantidad de materia inmensa que a duras penas entendíÑ‚Âan, y las familias fueron viendo que los colegios e institutos les ocasionaban menos y menos quebraderos de cabeza. Con el tiempo se fue añadiendo otro fenómeno: el de la inmigración, que fue convirtiendo en guetos un creciente número de centros educativos. Pero el número de jóvenes que fueron llegando a las Universidades creció, entre otras cosas porque entre las familias se impuso una cantinela: “el hijo listo a la Universidad y el tonto a la Formación Profesional”.
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de EconomíÑ‚Âa IQS. Universidad Ramon Llull.
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