Desde hace meses los mercados financieros están enfrascados en la tarea dolorosa de volver a empezar, es decir, a desmontar la casa construida de manera artificial, con dinero fácil y barato, piedra por piedra. Es lo que los anglosajones llaman desapalancar, lo contrario de la etapa anterior. Esta labor no se hace de la noche a la mañana. Requiere mucho tiempo y gran paciencia. Los bancos y las instituciones de crédito abren poco a poco los cajones de sus balances, todos llenos de inmundicias. Hoy abren un cajón, mañana otro…y lo tiran al Gran Contenedor de basura que ha dispuesto Bush con su Plan de Salvación Nacional. Por eso, las cuentas que los bancos anglosajones vienen presentando en los últimos doce meses no se parecen nada a lo que se dijo y, mucho menos, a lo que prometieron. Parece como si el engaño del que es objeto el inversor final estuvieran consensuado con el proopi espejismo de la Reserva Federal de Estados Unidos. Es algo asíÑ‚Â como un envenenamiento a pequeños sorbos, hasta que todos los cajones de los diferentes armarios contables hayan sido abiertos y saneados. Por eso, la Reserva Federal dice que mejor sacar los muertos fuera del balance, que ya los enterrará alguien y, por lo tanto, pagará los cotes del sepelio, es decir, los contribuyentes.
Año y medio después del estallido de la Crisis Subprime, del crédito basura, la mayor parte de los actores en los mercados coincide en que el principal motivo de este fenómeno ha sido el grave endeudamiento de numerosos ciudadanos de todo el mundo, que han sufrido una pandemia consumista de tal calado, que les obligaba a pedir préstamos para paliar los efectos de los créditos pedidos antes y otros más para satisfacer éstos, y otros, y otros…. Inversiones inmobiliarias, que han fracasado antes de lo esperado por los cambios bruscos en los mercados y la desordenada, pésima, administración de los fondos, han generado una espiral de déficit crecientes, que han necesitado cada vez más recursos, nuevos créditos, para seguir adelante.
Lo mejor de esta situación es que no es nueva, lo que permite abrigar esperanzas de que, como en otras ocasiones, saldremos de la ciénaga ¿Cuándo? La ignorancia, ya sea interesada o no, de los efectos que las deudas excesivas pueden tener en el patrimonio de particulares, empresas e instituciones o, en su caso, la falta de requisitos exigidos antes de concederla, como ha sucedido en la gran formación de la burbuja inmobiliaria, la madre de todas las burbujas, ya es vieja conocida. Autores como Marc Reffinot apuntan que un fenómeno parecido ya sucedió en la década de 1930 tras el Crack del 29 y, pese a contar con esa experiencia, se permitió volver a endeudarse al cabo de los años siguientes…unos cuarenta años después.
“Todos somos y seremos más pobres en esta crisis, pero los que han contraíÑ‚Âdo un gran endeudamiento son los que peor lo están pasando y los que peor lo pasarán ante la imposibilidad de obtener nuevos créditos para tapar agujeros en caso de extrema necesidad. Además, los acreedores imponen condiciones más duras. Todo empeora cuando como ahora, el crecimiento de la inflación es alto, porque hace aún más difíÑ‚Âcil pagar la deuda. En el caso inmobiliario español y en el de las grandes corporaciones anglosajonas hemos comprobado que, con frecuencia, la deuda es tan grande que los implicados se ven incapaces de pagar los intereses. De este modo, entramos en el ciclo continuado del empobrecimiento. Por eso, el Plan de Salvación de Bush sólo corrige una parte del exceso”, me dice uno de los sabios de la Bolsa española.
“No es hay que descartar que a partir de ahora se hable de condonar parte de la deuda, como hace tiempo se condonó la deuda externa, porque las medidas de excepción de Estados Unidos se mostrarán insuficientes. La progresiva aparición de más y más paíÑ‚Âses lastrados por su enorme deuda causó a finales del siglo XX una conciencia general en muchos sectores sociales de la necesidad de la condonación de la deuda externa a los paíÑ‚Âses del tercer mundo incapaces de pagarla. Ahora se pretenderá algo similar con la deuda de las familias, aunque esta idea haya encontrado una fuerte resistencia entre diferentes sectores de los paíÑ‚Âses inmersos en la causa, que se resignan a pagar de su bolsillo lo que han dilapidado otros. Las deudas hay que pagarlas, pero intuyo que todos, endeudados o no, pagaremos las consecuencias. No es la mejor referencia para las Bolsas. Y el Plan de Salvación de Bush es parte, sólo parte, del fenómeno”, me dice.
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