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?I WANT MY MONEY BACK?, O POR NARICES, VAMOS - y 4

Santiago Niño Becerra - Viernes, 17 de Junio

En Europa, como en otros muchos lugares, la gente cada vez vive más, los tratamientos médicos son cada vez más caros, los gastos en educación crecen y crecen y la cuantí­a de las necesidades de cuidado personal no para de aumentar; pero, también cada vez hace falta menos gente para producir lo mismo y también, cada vez es más rentable irse a otros lugares a producir los bienes y servicios que ahora se producen en Europa.

Como en otros sitios, los Estados europeos ya no pueden cuadrar unos ingresos a la baja generados por unos impuestos que el sistema fuerza a la baja, con unos gastos sociales al alza, y esos Estados europeos están vendiendo a sus opiniones públicas que para mantener el modelo europeo es preciso que la productividad aumente; pero sus ciudadanas y ciudadanos no se lo creen porque algo así­ no hay nadie en su sano juicio que se lo crea.

La moneda única ya está implantada, pero no ha hecho falta que nadie explicase a las europeas y a los europeos el funcionamiento de un área monetaria, lo han experimentado en sus propias carnes: los precios tienden a igualarse pero, evidentemente, sus rentas no.

Y aquí­ estamos.

El mosaico de paí­ses que es Europa ha vuelto a ponerse de manifiesto. Realidades distintas, necesidades contrapuestas, un problema común, y dentro de ese mosaico, unos perfiles crecientemente diferenciados. Europa se está empeñando en constituirse en un conjunto en el que todos sus participantes vayan al uní­sono, pero el uní­sono no existe y, a pesar de que el PIB comunitario crezca -muy poco- y de que los PIBs per cápita zonales crezcan también -unos más que otros-, las europeas y los europeos perciben, en su gran mayorí­a, que esas ansias de potenciar la Unión son más de expertos, grandes poderes económicos y polí­ticos que de sus vecinos y colegas, porque la realidad pura y dura está diciendo que la percepción de esas ciudadanas y de esos ciudadanos es la de que hoy no están viviendo mejor de lo que viví­an ayer.

Hablar de una mayor integración europea, de una unión polí­tica; decir que debe pensarse en el conjunto; pregonar lo positiva que será la entrada de Turquí­a, la de Rumania, la de Croacia, lo genial que está siendo la de Polonia, está bien para un plató de televisión y para un cocktail en los jardines de Luxemburgo pero, es algo muy difí­cil de entender para el trabajador de una compañí­a cuya planta, en la que ha estado trabajando durante quince años, va a ser deslocalizada a Eslovaquia, máxime si su gobierno le está diciendo que es necesario recortar sus prestaciones sociales y máxime si ve, semana tras semana, que cada vez es más elevado el porcentaje de su congelado salario que ha de destinar para meter los mismos bienes en su cesta de la compra.

Señores polí­ticos, señores expertos, señores miembros del poder económico, salgan a las calles de las capitales europeas, paseen por las pequeñas ciudades de las zonas rurales, visiten los vestuarios de las plantas industriales, vayan a las bibliotecas de las universidades de esta Europa nuestra y pulsen la opinión de la gente de a pie. Verán que la ilusión por Europa está cayendo no porque esas gentes se hayan vuelto antieuropeas, la razón es más simple: esas personas perciben que hoy no están viviendo mejor que ayer e intuyen que mañana van a vivir peor que hoy. Esa es la verdad, aunque, otra cosa es que la Europa que se está diseñando deba ser esa y no pueda ser otra, porque la cosa debe de ser así­; en una palabra, que deba serlo por narices, vamos.

 

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economí­a IQS. Universidad Ramon Llull.

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.




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