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La España furtiva de los 70 (II): “Las hurracas, hasta incluso, con el tiempo, aprendían a hablar…

Luis Alarcón Alarcón - Miercoles, 01 de Agosto

hurracaLa unidad familiar, los hermanos, aunque viviesen en distintas casas se reunían muy a menudo y claro,  no se perdían esos lazos de unión, no se perdía el amor a la misma sangre, ahora aún viviendo en el mismo pueblo los ves apenas una vez al mes y la falta de diálogo hace distanciar el cariño. Aunque no había mucho tiempo libre ni para los pequeños, el criar un cuervo ó una hurraca de pocos días después de haber salido del cascarón,  era algo casi normal en los críos de aquellos tiempos. El pájaro en sí era sacado del nido casi sin abrir los ojos y se criaba a base de gorriones que se mataban con el gomero después de haber corrido un buen tiempo detrás de él y dejarlo cansado en algún árbol que a duras penas podía subir. Los cuervos por ejemplo después de criarlos eran muy fieles y recuerdo que lo llamabas con graznidos y al momento estaba cerca de ti y venía volando, ya que para nada se les cortaban las alas, como no había frigoríficos en las casas a la hora de comer te mandaba tu madre a por una gaseosa fresca a la tienda y recuerdo que el cuervo daba vuelos de unos metros y se paraba a esperarte hasta llegar a la tienda.

Las hurracas, hasta incluso, con el tiempo, aprendían a hablar y decían algunas palabras, lo que hacían muy a menudo y sobre todo cuando las mujeres salían a coser y zurcir los péales a la calle, era coger todo lo que veían, como bobinas de hilo, dedales etc. Y lo escondían en algún agujero de alguna pared, algunas veces tan bien,  que luego era difícil encontrados. Una hurraca que dio nombre fue una tal María del tío Regis y que luego murió en un bidón a medio llenar de agua y que fue la desolación de las vecinas.


Los críos de aquellos tiempos se divertían a su manera y con muy pocos medios, se hacían chozas en las afueras del pueblo y se jugaba a los indios que aunque no había más de dos televisores en el pueblo, esas eran las casas donde íbamos a ver alguna película  del oeste y por eso sabíamos como eran, o por algún muñeco de plástico que entonces se cotizaban mucho. Una de las cosas que también se cotizaban eran las muletas, las muletas eran la cara de arriba de las cajas de cerillas, que siempre tenían un dibujo, una flor, un futbolista, una catedral, una perro etc. Estas muletas te las podías jugar de forma muy perspicaz, en algún rincón de las casas del pueblo se hacia una raya a la altura de un metro aproximado, desde ahí se iban tirando muletas apoyándolas en la raya y dejándolas caer hasta llegar al suelo, el que tiraba la muleta que caía encima de otra que ya estaba en el suelo ese se llevaba todas las que había en el suelo, pero aunque parezca  tan fácil, no lo era por que  dependía mucho la fuerza del aire y con aire era difícil montarlas y en cada jugada Podías ganarte quince ó veinte muletas y eso que nos poníamos de parapeto entre el aire y las muletas para que no les diese tanto el aire y que cayesen donde nosotros quisiéramos, el problema estribaba cuando estaba por pelos o no, y ahí si que había problemas de adjudicación.
Otro de los tesoros que teníamos eran los vendes, los vendes eran trozos pequeños de goma, normalmente de trozos de suela de bota, los más apreciados eran los que salían de la suela de unas chanclas que no existían en el pueblo y que seguro que eran de señoras que las traían de Madrid y aquí las gastaban Y tiraban, eran azules, la forma de jugar era la siguiente, se ponían en el centro de un circula unos cuantos vendes, dependía de los jugadores, después con una cuca se les tiraba hasta que salían fuera del círculo y así ibas reuniendo vendes pues luego era difícil encontrar ya que la  poca goma que había se utilizaba para muchas cosas y encontrarla tirada era casi imposible.

No había despuntado el alba y el indio ya llevaba media hora sentado en la piedra de la ladera las hoyas, con la escopeta de perrillos que le había dejado su padre, cargada, con cartuchos que él mismo había recargado, nervioso y con un cabeceo constante de izquierda a derecha, no quería que nada que se moviera le impidiera divisarlo por estar distraído, el tiro no tardó en llegar, el pequeño conejo zurcía despacio con las orejas en alto y el hocico sin dejar de moverlo intentando oler algo que no era del conjunto de su escenario, levantando la escopeta despacio y cuando el conejo ya mordía alguna que otra hierba, el disparo hizo tambalear la paz del amanecer y el conejo boca arriba y con un movimiento acelerado de las patas dejó de ser un animal vivo para pasar después a la esencia de unas exquisitas patatas. No se movió del sitio y en pocos minutos otro conejo pasó corriendo a pocos metros de donde el otro yacía inerte, el tiro tubo que ser mucho más rápido ya que a pocos metro el conejo desaparecería entra la espesura, pero el tiro fue certero, el conejo con un salto más grande de lo normal por la fuerza del impacto del disparo cayó en la misma posición que el otro y para la misma utilidad.

 

Desarmando la escopeta y metiéndola en un saco junto con los conejos, lo lleno de hierba para disimular la forma del saco y así llegó a su casa como muchos días, ya había comida para dos días, además de haber percibido una cantidad inmensa de adrenalina, como le pasaría a  cualquier cazador después de haber matado dos piezas. Por el camino ya venía pensando que al día siguiente se pondría de espera a la liebre y que con un poco de suerte y con el aire a favor también se traería una para echarle al puchero.


Y así lo hizo a última hora de la tarde, cuando el sol ya apenas se veía por las cuestas de Olivares ya estaba sentado en la cabecera de una parcela sembrada de trigo donde si Dios quería no iba a tardar mucho en aparecer alguna peluda, cuando el sol ya traspuesto y con la visibilidad bastante nula, una liebre salió de la espesura del chaparral a comer los tallos verdes de una siembra de trigo, que por aquellos tiempos se sembraba casi tanto como la cebada, cosa que ahora no ocurre, la liebre a saltitos pequeños levantaba sus grandes orejas y olía el aire para intentar oler algún olor extraño, el indio había acertado como casi siempre y  se encontraba en contra del aire por lo que la liebre no encontró en su delicado olfato nada anormal, por lo que se tranquilizó y no dejó de comer, el indio con el arma levantada y apuntando al animal apretó el gatillo al mismo tiempo que cerraba los ojos, el tiró impactó en la liebre pero no le dio en un sitio vital por lo que después de un gran salto se adentró en el monte bajo de chaparros y romero, con su aguda vista y aunque la visibilidad era casi nula fue descubriendo, pelo en alguna aleaga y sangre en alguna que otra piedra, al cabo de no mas de cincuenta metros de donde le tiro el tiro, la liebre yacía muerta y de la misma forma fue metida en el saco.

Su mujer era la encargada de desollarla y después de hacer las patatas ó el arroz en la lumbre, con muchas horas de cocción,  que tanto gustaba a todos, con ese punto especial a liebre que bien merecían mejor sabor las patatas al arroz que la propia liebre.


El gusanillo de las esperas le iba gustando cada vez más, y aunque no dejaba de hacer su trabajo diario no había día que a primera ó a última hora de la tarde se ponía a espera para llevar a su casa alguna liebre ó algún conejo.


Una vez de espera en los guijarrales, término de Albaladejo, su disparo fue oído por la guardia civil que campaba por aquellos lares, antes de que ellos lo viesen ya los había divisado él, y corriendo en dirección a la mata y con el fruto de su disparo escondido en una mata de chaparro fue a parar a los huertos donde como si nada hubiese pasado se puso ha escabar las patatas, los guardias después de más de una hora llegaron cansados a los huertos e iban preguntando a los hortelanos y hasta a él incluso, si habían visto a uno de camisa blanca corriendo por allí, el indio como se sabe todo, se quitó la camisa y se puso un suéter verde que tenía viejo en un palo de espantapájaros que aunque algo roto no pudo hacer mejor trabajo sino que el de despistar a los guardias. 

Aproximadamente a la hora de haber ocurrido el incidente por la zona contraría de por donde había despistado a los guardias volvió al sitio donde dejó la liebre y aunque con los ojos comidos por las avispas todavía estaba en buen estado y no olía mal por lo que también sirvió para hacer unas buenas patatas.


Ese sentimiento de cazar y de poder ser cazado producía en el indio tal satisfacción que aunque en más de dos ocasiones estuvo a punto de ser cogido por los guardias,  nunca dejó de organizarse para correr sus correrías con su saco y con su escopeta de perrillos.
Se recorría todos los términos, el de Albaladejo y el de la Parra sobre todo, ya que eran zonas libres, lo que ocurría es que a él lo mismo le daba que fuese día hábil que no, cualquier día era bueno para una espera.


Cuando llegaron los tractores, Ucero también fue uno de los sitios visitados por el indio, y allí en las mismas casas hundidas de Ucero, su escopeta también escupía plomo en los lomos de algún que otro conejo, llevándose días hasta cuatro conejos, hasta incluso tapaba las bocas y después con un azadón buscaba los conejos, llevándose así una paridera entera que luego criaba en su corral. A veces se esperaba hasta última hora de la tarde y cuando apenas se veía,  escondido en alguna de las pocas matas que hay en la ribera del pantano, tiraba a los patos que salían en bandadas de miles a postrarse en alguna parcela de cebada cercana a la orilla del pantano, aunque parecía mentira no lograba matar más de dos y algunas veces ninguno ya que los patos son muy duros y como no le alcance el tiro de lleno es difícil que caigan en el acto. Pero el pato no era un plato de su gusto, tal vez por que no lo sabían cocinar bien ó por que ese sabor no era  apropiado para sus papilas gustativas,  ya que no estaba muy acostumbrado a comer esas aves, por lo que la visita a las tiradas de patos no eran muy frecuentes.
Pero el invierno también llegaba a Villaverde y Pasaconsol y las nevadas eran muy frecuentes en esta zona, cosa que no disgustaba al indio ya que además de poner algún que otro cepo en algún sitio donde retiraba la nieve para dejar pasar a verse el marrón de la tierra y donde los gorriones buscaban de inmediato alguna semilla para comer, y digo que no le disgustaba la nieve ya que era el momento justo de seguir las pisadas de la liebre y encontrar donde estaba encamada, que aunque con los ojos abiertos las mataba bien con una rama de almendro.
También en estos días de nieve los jabalíes eran fáciles de seguir por el rastro que dejaban, no solo con las patas, sino también con el hocico, intentando encontrar alguna raíz tierna debajo de la nieve. De una manera u otra ya se había enfrentado con más de cuatro donde los perros jugaban una gran baza y sobre todo los galgos ya que frenaban al jabalí y les daba tiempo a llegar para luego dispararle a la frente, más de una vez el jabalí a embestido al indio al ser acosado por los perros y con la sangre fría  y esperando al gorrino a una distancia prudencial y apuntando con la escopeta a la frente ha ido a caer el jabalí a sus pies después de un disparo certero, que al menor fallo el jabalí se podía haber ensañado con él, ya que un jabalí acosado en tan fiero como un búfalo cafre.

Cuando se formó el coto de Belmontejo admitían socios a todos aquellos que eran hijos del pueblo ó a todos los que tuviesen fincas en dicho termino, el indio se apunto, aquellos años eran años de abundancia, y el indio venía de cazar de Belmontejo, los días hábiles,  con cinco ó seis piezas entre liebres y conejos y alguna que otra perdiz. Aunque los años ya no eran los mismos que cuando se subió al potro desbocado su agilidad aún era envidiada, hasta por el mismísimo Tragacete, y sus cacerías por dicho término eran envidiadas por todos los socios, sufriendo además los comentarios envidiosos por cuatro inútiles que ni sabían cazar ni iban a aprender nunca.

Aquí aprendió un poco a serenarse y de siempre ir tras la peluda, igual en el monte, que en el barbecho más encrespado se dedicó a la perdiz lo que también le fue fácil ya que aunque su edad pasaba de los cincuenta siempre traía una percha considerable, ó mejor dicho los bolsillos llenos de perdices ya que nunca ha llevado morral, y atadas a la cintura 4 ó 5 liebres, con lo molesto que eso es para andar, aún buscaba la sexta. Sus sabuesos eran todos envidiados por los demás cazadores, y eso que él no les hacía gran caso ya que su intuición era casi más segura que el olfato de ese gran perro que siempre llevaba,  que después de ir matándole piezas y piezas, al perro más tonto lo hacía bueno.


Antiguamente cuando él contaba con 20 ó 25 año, y aún se segaba a mano, estando segando en una parcela de caña los erizos, del piazo salió una banda de perdices, jóvenes y viejas, se encaró con una de ellas que le hizo correr hasta el pinillo, donde agotada fue cogida por el indio, lo curioso es que la dichosa perdiz era la madre de las demás y aunque no suelen dar más de 3 ó 4 vuelos los vuelos son muy largos y hasta que un corredor llegue a donde se ha parado la perdiz ya está suficientemente descansada para dar el siguiente, pero el indio no corría, [ el indio también volaba.]

Alguna vez yo he ido a cazar con él y verdaderamente es envidiable, su forma de cazar, esa alegría que tiene, esa forma de dar explicaciones de donde esta la liebre, ó aunque no lo explica saber donde esta echada por que el aire viene del norte ó del sur, ó por que por aquí a pisado esta noche y no solo una sino dos, ó por que simplemente su intuición junto con su sabiduría y su olfato de rastreador no deja muchas posibilidades de fallar y eso que su escopeta, de alguna caída va atada en la culata al lado del tambor con unos alambres de sujeción hasta que le compró a Nino la suya que por lo menos va con tornillos y no con alambres. Como digo su forma de cazar es airosa, con alegría, con inquietud, con un cabeceo de izquierda a derecha, de arriba abajo que no dejaba de divisar ni la más insigne lagartija, todo lo que está en el ángulo de sus ojos y hasta incluso por su espalda, era bien divisado por esos avispados ojos.


Ahora que a pasado los sesenta y que su forma física es envidiable añora los años en que en la media veda se colocaba en el arenero de la almarcha, en ucero, donde está la hilá de almendros en toda la cumbre, a última hora de la tarde a esperar que de sus bocas saliese algún conejo para después de un sonoro disparo llevarlo a su casa solo por que ya llevaba demasiado tiempo sin probar un conejo de campo, y añora esos tiempos que no hace ni dos años, por que ahora la media veda no se abre, y el miedo que no ha conocido nunca, ahora por lo menos le respeta ya que un tiro donde evidentemente no se puede cazar escandaliza mucho.


Como digo, más de una vez me he ido con él de caza, sobre todo a Ucero, sitio libre donde después de dos días de caza no se veían ni saltamontes ya que es un sito llano muy apropiado para los galgos y lo cazan casi todo el año por lo que los animales se esconde en la zona prohibida de caza del pantano de Alarcón, que allí están más tranquilos y que casi nadie los molestan. Un día después de haber estado lloviendo toda la noche, cogimos las escopetas el indio y yo, aunque pudimos llegar a los chopos donde el indio se dio una vuelta por la rambla decidimos ir a la Almarcha a almorzar ya que otra cosa no se podía hacer, después de un buen almuerzo y un par de chupitos, cogimos dirección al pueblo y al llegar a Olivares cogimos la carretera de la caserna para intentar adentrarnos de nuevo en Ucero pues estaban cazando a aquellas horas el maíz de “Martinete” donde se resguardan muchos gorrinos y ver si alguno se les escapaba por aquél ángulo y poder tirarles nosotros, la acción no nos sirvió de nada ya que los caminos estaban intransitables, volviendo de nuevo para la carretera de la caserna, al alzar yo la vista al frente diviso una cosa negra al otro lado de la carretera bastante lejos de donde estábamos de forma improvisada grito “mira el jabalí” aunque evidentemente no me lo creía ya que dije la frase de forma impulsiva, pero en ese momento me di cuenta de que era realmente un jabalí, y el indio también al darme golpes en mi brazo para que hablase flojo y viésemos la forma de actuar, pero el jabalí también nos vio, ó nos olió ó simplemente nos escucho aunque solo hubiese sido el ruido del motor del coche, ya que aunque nosotros hablásemos no creo posible que nos oyera ya que estábamos dentro del coche con los cristales bajados y a más de 400 metros de él.

Oliéndose el peligro el gorrino dio la vuelta y tiró dirección de una rambla que es el colector del pueblo de Olivares solo que ya a unos kilómetros, metiendo primera y acelerando el coche cogimos la dirección a Olivares por el puente la caserna en espera de ver la trayectoria del gorrino, que bien pensábamos que iría en dirección a las tierras del Embalse de Alarcón ó dirigirse en dirección recta cruzar la carretera comarcal y irse a los montes que había en esa trayectoria, pero no fue así, el gorrino cogió la rambla en dirección a Olivares, con un poco de suerte lo divisé entre los cañizos y no me quepo duda de que su trayectoria iba hacia donde nosotros estábamos, aunque aún nos quedaba un buen trecho para llegar a la misma rambla, con el coche en marcha cruzamos la rambla antes del que el gorrino estuviese más cerca y con la suerte de que por donde circulábamos era una antigua carretera perfectamente asfaltada, a cien metros de la rambla paré el coche y nos manteníamos los dos subidos y yo viendo que el jabalí, bastante grande por lo que se podía ver entre los cañizos, con el coche en punto muerto y sin marcha esperábamos el momento justo para lanzarlo, ya que era cuesta abajo, y acercarnos un poco más a la rambla, el coche bajaba despacio pero con una aceleración por su peso cada vez mayor, al llegar a unos 40 mts, de la rambla el indio se lanzó del coche y con la escopeta cargada con dos cartuchos de postas (cosa que a mí no me gusta ya que las balas son más efectivas) corriendo agachado para no ser divisado se puso a una distancia de 10, 12 metros por donde el gorrino debería salir a la carretera con la escopeta apretada a su hombro y la posición inclinada, propia de un cazador que quiere hacer un buen disparo, en espera de que el bicho asomase, no tardó más de dos minutos y el gorrino subió a la carretera donde de alguna manera localizó al indio y se paró de una embestida lo que aprovechó el indio para disparar un  solo tiro que hizo encogerse al animal, en su carrera y aún el animal en la carretera disparó el segundo cartucho, el animal cogió entonces un barbecho recién labrado de vertederas y lleno de agua, el indio siguió sus pasos al mismo tiempo que cargaba de nuevo la escopeta, yo arranque el coche y tiré en dirección de donde pensaba que el gorrino iba a salir a la carretera de la caserna, pero al estar a la altura del indio y del gorrino vi que el gorrino no corría casi y se tambaleaba aunque no llegaba a caer, el indio mas cerca de él empuñó la escopeta para descargar otro disparo al mismo tiempo que ya le gritaba que no tirase que el gorrino estaba a punto de agonizar, me hizo caso y no disparó en el momento que el gorrino dio la vuelta y se encaró de cara al indio que estaba a 7 u 8 metros, pero no pudo avanzar tambaleándose de un lado a otro cayó a plomo y con las patas hacia arriba, el indio con la lengua fuera llegó hasta él y aunque no estaba muerto y emitía graznidos, el indio se sentó encima de él y de la misma forma con graznidos quiso imitar al moribundo animal.

En ese mismo momento cazadores socios del coto de Olivares iban en dirección al pueblo sin imaginar lo que estaba aconteciendo a pocos metros de la carretera. El problema estaba ahora para sacar al animal de aquel barbecho lleno de agua y barro y por un solo hombre y de un peso aproximado de 100 kilos. El indio fue arrastrando al gorrino poco a poco y haciendo descansos continuados ya que cada vez llevaban más barro lo mismo el gorrino que el indio, pero al final llego a la carretera y pude ver que se trataba de un macho joven pero bien alimentado ya que sus colmillos, que aún conservo, no eran demasiado grandes pero su peso si que era demasiado para la juventud del marrano. Echando el jabalí al coche, un gof con un gran maletero vimos que sus dimensiones eran exageradas ya que apenas cavía en él, lo enseñe, si lo enseñé, a la familia pero lo enseñé, de casa en casa, pero era imprescindible enseñarlo ya que así somos los cazadores, mentirosos y si algo sale bien querer dar envidia. Lo llevamos al corral y enganchado en la pala del tractor se procedió a sollejarlo, estudiando los disparos se pudo comprobar que solo le dio el primer tiro pero eso sí, dos postas tenia en el corazón, por eso el animal no anduvo mas de 100 metros ya que el corazón dejo de funcionar, fue analizado y hecho salón y comido por el que quiso y quien quisimos nosotros.


En otra ocasión, un jueves por la tarde, nos fuimos a Ucero a ver si veíamos alguna peluda, cosa que resultaría difícil en esa época de la temporada donde lo libre estaba más que saturado, el indio me posicionó en un camino ya pegando a la mojonera de la Almarcha por donde él aseguraba que si salía adelantada alguna liebre iría a pasar por allí para perderse en un monte poco arbolado del coto de la Almarcha, ese día no me lleve la repetidora y me lleve una escopeta paralela que heredé de mi padre, en poco tiempo divisé una liebre que venía por el comino tal y como el indio suponía, a una distancia prudencial me encaré con ella y disparé, vi que la liebre seguía corriendo pero de manera poco elegante lo que supuse que la liebre iba herida pero no sabia hasta que punto, volví a disparar y tengo la seguridad de que también  el disparo impactó con el cuerpo de la liebre pero siguió corriendo cruzándose a diez pasos de donde yo estaba, y a pocos metros donde un zopetero ya no me dejaba divisar en otro lado por lo que la liebre dejé de verla, con maldiciones por mi boca y jurando no llevar más la dichosa escopeta a ninguna cacería subí el zopetero y al poco descubrí la liebre a unos veinte metros inerte en una senda que tiraba al monte, poco tiempo después el indio cansado de no ver nada nos dirigimos al pueblo.

Cogimos la carretera de la Caserna para después coger la comarcal que va de Valverde a Villaverde, al llegar justo al lado de la parcela del huevo que tiene en la herrada a doscientos metros de la rotonda, miro a la izquierda y cual es mi sorpresa al ver a cincuenta metros de la carretera una jauría de 14 ó  15 jabalíes, grandes y pequeños, paramos el coche y desde la ventanilla con la escopeta del indio cargado con postas hace dos disparos que por supuesto impactaron  en el cuerpo de algunos de los animales ( 1er. Error – si yo tenía la escopeta a mano ¿por qué no disparé yo al mismo tiempo que el indio y pienso que al llevar balas hubiese quedado muerto alguno en el acto), los animales salieron corriendo en dirección a la viña de Pedro Honorio donde mi Golf ya metido en los rastrojos seguía a la manada de cerca, recuerdo que el indio ya había cargado la escopeta con mas postas y disparó de nuevo desde el coche a una buena distancia pero no cayó ningún gorrino, lo único que pasó fue que tres ó cuatro siguieron en dirección a la viña de severo para entrar en el pantano y el resto en dirección a la viña de pizo, el  coche seguía por los rastrojos y barbechos pero yo no podía sacar la escopeta, antes de la viña de pizo en un piazo de Eladio la manada se me cruza y yo ni corto ni perezoso me encaro con uno pequeño y lo atropello con el coche, viendo por el retrovisor que esta pataleando y que no le queda mucha vida, le doy la vuelta a los gorrinos y los adelanto un poco, el tiempo suficiente para que el indio se baje y corriendo tras ellos vuelve a dispararles dos disparos sin que se les note nada a ningún gorrino, con todos mis nervios y viendo que se estaba desperdiciando mucha puntería y con mi escopeta ya cargada me dirijo en dirección al corral de flata en la herrada donde parece que va a llegar la manada, llegamos un poco antes que los gorrinos y el indio se baja a esperarlos pero los gorrinos se tuercen y se tiran por la viña de Andrés el indio sale corriendo en dirección a los animales y yo desde el coche y acelerando les corto el paso y me los coloco al lado justo del coche pero ni les disparo ni intento atropellar ninguno (2º error ) viendo la derecera que llevan me dirijo a toda velocidad por el camino que va a los pinos de Martín viendo que los gorrinos siguen por el lado derecho al camino, par el coche al lado de unas matas de chaparro y esperando que los gorrinos siguiesen el mismo rumbo y tirarles casi a boca-jarro el otro lado de las matas, pero cual es mi desilusión al ver que uno tras otro cruzan el camino a meterse a la viña que hay al lado izquierdo y aunque les disparo dos tiros era muy difícil darles por la distancia y por que los gorrinos llevaban un trote bastante fuerte, después de decir mil maldiciones cojo el coche y me dirijo al camino de la herrada a recoger al indio, me dice que vamos a ver donde se han ido los otros que al parecer eran una gorrina grande y dos crías de unos 40 kilos, el indio se baja en la viña de severo ( 3er. Error, no coge la escopeta suya) y empieza rastrear cogiendo enseguida el rastro reciente de los gorrinos asegurando que van tres, uno de ellos grande y dos más pequeños y que edemas van echando sangre, me dice que me coloque al final del camino por si se han quedado en las matas que hay en la linde del terreno del pantano con la parcela de Pepe, efectivamente al poco tiempo veo un gorrinete con dirección al río y a una distancia bastante lejos para un disparo de escopeta, pero no obstante apunto y hago un disparo con un cartucho de postas y que evidentemente no hago blanco, oigo voces del indio y al rato veo otro gorrinete del mismo tamaño que el anterior y por la misma derecera, levanto el arma cargada con un cartucho de bala y con poca alegría sigo con la mirilla el recorrido del gorrino que va a bastante velocidad,  disparo y cual es mi asombro que veo el gorrino dando vueltas como si fuese una liebre, me acerco con el coche y puedo ver que por el cuello el animal está echando sangre y que yacía ya muerto, el indio sigue el rastro del otro pequeño ya que la madre a tirado en dirección a la herrada, y va descubriendo más sangre, lo que quiere decir que esta herido de cuando les tiró el indio en la parcela del huevo, como ya casi anochecía y fueron muchos los tiros que se tiraron llamo al indio para irnos pero no sin antes recoger al otro que había atropellado y que aun estaba en el sitio.


Al otro día el indio me comenta que temprano estuvo buscando el gorrino herido y evidentemente encontró donde hizo una cama donde estuvo echado se supone hasta que la madre lo encontró pues posiblemente por la noche lo estuvo buscando.


Ha pasado mucho tiempo desde que no he reiniciado este texto por lo que vamos a concretar fechas. 30 de octubre de 2011, día de caza en el coto de Villaverde y Pasaconsol, después de dos domingos cazando con el grupo “los Marqueses” mi suerte no ha sido premiada y tres liebres que he visto no han estado a tiro de escopeta por lo que los animales han pasado desapercibidos del peligro que les hubiese ocasionada tomar otra derecera, bueno en vista de la mala suerte, el indio me comenta que el 30 de octubre se abre la veda en Olivares de Jucar y posiblemente levantarían algún corzo y  que probablemente rondaría por las laderas del cerro guru-guru y sus estribaciones, como ha de ser,  el día previsto y con el cambio de hora, aproximadamente a las 7,20 horas me presento por el barrio el chocolate a ver que dice el indio, Santiago de guasa le dice al indio que he estado todo la noche retirando corzos que se me metían en la cama, las risas eran muy cachondas, sobre las 7,40 h. Vamos en dirección a las cuestas de Olivares como habíamos previsto, el indio se coloca en unas piedras en la parte oeste del cerro guru-guru y yo en una parcela que hay al final del ramblón donde hace una horquilla, ya llevábamos alrededor de una hora y por allí no se movía nada, por mi lado derecho veo a un cazador que avanzaba hacía mí y ese momento una banda de perdices, 15 ó veinte se abaten desde el lugar donde se encontraba el indio en mi dirección pasando por encima de mi cabeza a poco mas de cuatro metros, mi rabia es contenida al no poderles tirar ya que llevaba balas en la recamara de la escopeta, en ese momento veo un jabalí que cruza desde el lado de Olivares y por la parte izquierda del cerro guru-guru meterse en el ramblón y sin dejar de mirar no lo veo que cruce por los almendros de Ramón, llamo al indio por el móvil y le doy la noticia dice que me baje que él va ha seguir el ramblón abajo.

El indio en ese rastreo descubre las pisadas de algún jabalí y sobre todo de corzos, pero no se ve ni rastro de ellos, la siguiente idea es ojear los pinos de debajo de la casilla del haba, por si el cerdo se ha podido quedar echado en esa parte, no nos parece nada seguro. Los pinos son ojeados, yo con una posición privilegiada viendo la ladera de los pinos y todo el llano san Julián percatándome de la cantidad de coches que se asientan en la orilla del pantano para el ejercicio de la pesca, mi espera fue infructuosa igual que las voces del indio al ojear por se algún marrano estaba echado en los pinos. Después de que el indio llega a mi posición quedamos en hacer otro ojeo por las olivas del tío Eloy, que no sé por que le dicen eso ya que son de Jesús y de José, tampoco el indio fue capaz de levantar nada. La siguiente acción es la de cazar las laderas del vallejo de las puentes y mi posición seria la de colocarme arriba en los chaparros esperando que algún conejo se suba arriba y yo poderle tirar, después de un buen rato viendo al indio cazar la parte derecha del valle, veo como un gorrino viene desde el pinillo por los cardos y hierbas altas del pantano, de inmediato cojo el móvil y llamo al indio que aun no se había percatado de que el gorrino andaba a sus espaldas, le comento que derecera lleva el guarro indicando que va por la parte donde está la columna, al mismo tiempo el me dice que algo hay porque las urracas graznan demasiado, corto el móvil y meto, creo, un cartucho de postas y dos balas, en ese instante oigo un tiro, o dos, no lo sé bien, mi tarea se limitaba a mirar adelante pues el gorrino podría ir en dirección a mí, ya que por lo que se veía no quería cruzar la carretera, en ese momento diviso el gorrino en dirección de por donde había venido con un trote acelerado y en dirección a la parcela que el haba tiene en el pinillo, yo ya subido en el coche y con el corazón algo acelerado voy en dirección al gorrino por la carretera, veo al indio que no sé si me dice que me pare ó que siga, aunque en realidad yo no veo al gorrino y pensaba que tal vez aún no había cruzado la carretera, mirando acelerado para ambos lados veo al gorrino por la parte derecha del ramblón en dirección a las cuestas, de inmediato cojo el camino que va al corral de Joaquín y me lanzo a toda marcha a arrimarme al ramblón ya que el gorrino sé que va por hay pero que no lo veo, al acercarme logro verlo bastante adelantado por lo que la aceleración del coche, no se si en tercera ó cuarta, el pie si sé que no daba mas de sí, viendo que no quedaba mucho espacio para llegar a unas matas que se divisaban arriba, pienso en adelantar al gorrino unos treinta metros, y cambiando de sentido el coche lograr tirarle al gorrino desde la ventanilla al llegar a la altura, pero cual es mi sorpresa que mirando por el espejo retrovisor veo al guarro cruzar el ramblón y ponerse en el lado izquierdo por donde yo pasaba, alivio, si tira por el lado derecho yo no podría haber cruzado el ramblón y todo mi gozo se hubiese derrumbado, bueno teniendo el cerdo en mi lado un respiro di, que se me quito cuando siguiéndolo por la parcela del pobre severo y llegando a su altura vi las dimensiones de la bestia, extraordinario, macizo, fuerte, grande, inmenso, en ese momento comprendí a lo que me enfrentaba, pero no sabia hasta cuanto. Mi mente empezó a cavilar la forma de matarlo y mi primera reacción fue darle con el coche, pero al intentarlo el cerdo hacia zig-zag como las liebres y el coche empezó a dar bamboleos demasiado pronunciados lo que pensé que en el sitio donde estaba, en toda la parte alta de la parcela de severo podría volcar el coche o por lo menos casi, no sé hasta qué punto los P

Entonces mi reacción fue dispararle desde el coche ya que llevaba la escopeta cargada, primero con un cartucho de postas, seguidos de dos con bala, el cerdo aceleraba y yo con las dos manos en la escopeta y por la ventanilla deje el volante suelto ya que la parcela era de rastrojo y el coche andaba bien, al llegar casi a su altura, tal vez el gorrino adelantado unos diez metros y sin apuntar bien descargué los tres tiros en menos que canta un gallo, no sé cuantos les di, lo que si sé es que el cerdo llevaba una pata rota y que su velocidad no era la de antes, yo esperaba que el gorrino cayese pero seguía a su trote parcela arriba al mismo tiempo que yo cargaba las dos últimas balas que tenía en el momento que la bestia cruzaba el camino que va al cerro guru-guru, la cuneta era bastante alta y yo a toda velocidad tuve que recorrer un tramo para llegar a un sitio donde el coche pudiese cruzar al camino y así lo hice, al llegar a la siguiente parcela, creo que es de los serranos y también de rastrojo, ya diviso de nuevo al gorrino un poco adelantado pero yo acelero a tope, no sé en realidad que marcha llevaba, pero la aceleración hacía rugir el Patrol,  llegando a su altura, ahora si que apunto a conciencia y a los codillos viendo como el gorrino acusa el tiro pero no se para ni mucho menos yo creo que corre mas, sin dejar de apuntar y ahora estaba de culo apunto y veo como una de las pelotas del gorrino la dejo al descubierto con bastante sangre, entonces la bestia se da la vuelta y arremete contra el coche aunque creo que no llega a alcanzarlo ya que el coche sigue acelerado, entonces noto que está herido de muerte, y dándome cuenta de las dimensiones del bicho sobre todo del morro que es larguísimo, aunque yo le vuelvo a meter un cartucho del cinco en la recamara ya que no llevo mas balas, mi cuerpo también reacciona de repente con una tembaera que no puedo controlar, el cerdo sigue y sigue tal vez más de cincuenta metros hasta que veo que se para otra vez ya muy tocado por lo que pienso que no es necesario dispararle de nuevo ya que yo voy a su lado controlándolo muy despacio, en la parcela que tienen los inválidos al lado del corral de Joaquín la bestia se tumba no sin antes hacer intención de levantarse por lo menos la cabeza en plan amenazador,  al poco tiempo muere, pero yo por si acaso lo que hago es darle la vuelta con el coche y aunque casi aseguraría que estaba muerto no quiero bajarme. Aunque temblando no sé por qué, un grito de victoria se me escapa por la boca, divisando a el indio que viene por la carretera de olivares supuestamente cansado, me lanzo a recogerlo dando gritos de alegría y ya sin ninguna tembladera, Gustavo me llama por teléfono ya que está con el tractor al otro lado de la rambla echando abono y ha visto casi toda la escena preguntando que si necesito una mano, y si la necesitaba pero para echar la bestia en el coche de Carlos pues el mío iba lleno de cañas y más enseres.

El peso de la bestia fue demostrado cuando entre cinco tíos no se les arreglo nada bien subirlo en el picad. Llevado ya al sitio para proceder a su despiece aún más se podía ver sus grandes dimensiones así como la fortaleza de su piel que no se sollaba nada bien ni con un cuchillo afilado, sus vísceras estaban en perfecto estado, los hígados limpios como el jaspe, lo que suponía que la triquinosis no era fácil que la tuviese aunque como es natural se le cogió muestras para que lo analizase el veterinario...




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