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Lo que los líderes de la UE saben de Grecia y no se atreven a aceptar

Carlos Montero - Lunes, 23 de Marzo

La cuenta atrás para Grecia continúa. A pesar de las continuas promesas y amenazas por ambos bandos, la situación permanece básicamente en el mismo sitio de antes de la prórroga del rescate financiero: Grecia siendo reticente a las reformas, la UE asegurando que no continuará financiando al país sino las implanta. En este punto creemos conveniente sacar una foto fija del país y unas proyecciones de hacia dónde puede derivar esta situación. Para ello detallaré y comentaré el análisis de Peter Dorman, uno de los más claros que he leído desde que la crisis helena empezó:

Aquí están los hechos primordiales que son poco probable que cambien sin un cambio en la política actual:

1. Grecia está en las garras de una crisis económica y humanitaria. De hecho, a menos que haya un cambio sustancial en curso, se corre el riesgo de convertirse en un Estado fallido por completo.

2. La deuda soberana griega es impagable. La sociedad se derrumbará primero.

3. No existe la voluntad política en Europa para una unión de transferencias que mutualice las obligaciones y las necesidades de Grecia de forma permanente. Esto contrasta, por ejemplo, con Estados Unidos, donde la mayoría de la deuda soberana se mutualiza y se transfiere interestatalmente de forma rutinaria. Una unión de transferencia podría ser la mejor solución en Europa, pero es políticamente inviable.

4. En las circunstancias actuales, la salida de Grecia del euro (Grexit) sería visto en el país, y posiblemente en gran parte de Europa, como una catástrofe. La introducción del dracma de forma apresurada no tendría anclajes, y la conversión de los contratos sería caótico y perjudicial para los negocios. Los ahorros griegos o bien huirían o desaparecerían en gran parte, con peligrosas consecuencias políticas.

5. No obstante, Grecia era un mal candidato para entrar en la zona euro cuando lo hizo y es un mal candidato para permanecer en la zona hoy. Por encima de todo, le falta una parte suficientemente grande, diversificada y productiva del sector exportador que permita el crecimiento bajo un tipo de cambio fijo y sin la acumulación de desequilibrios en su cuenta corriente insostenible.

6. Grecia es un país pequeño, desde una perspectiva económica, y sus desafíos políticos-económicos son únicos. Una gestión adecuada del Grexit no tiene que conducir a políticas similares en países más grandes como España e Italia, cuyos desequilibrios no son estructurales como en Grecia.

7. Por último, la evolución política del antagonismo entre Grecia y los países acreedores es perniciosa. La retórica nacionalista de la victimización y el resentimiento, dondequiera que ocurra, es una amenaza probada para la paz y la cooperación internacional. Esto por sí solo debería ser razón suficiente para cambiar de rumbo.

En la actualidad el Grexit existe como una amenaza esgrimida por ambos lados para obtener concesiones de la otra parte. Es una amenaza en la medida en que sería catastrófico, ya sea para Grecia en forma de caos económico o para Europa en forma de contagio. Sin embargo, bien preparado, el Grexit podría ser una solución mutuamente beneficiosa.

¿Cómo sería una preparación adecuada? Aquí está el bosquejo de un plan:

En primer lugar, el Grexit se propone como un elemento de una solución integral cuya premisa política es la generosidad sustancial por parte de los países acreedores, con el entendimiento mutuo de que esto es estrictamente un evento de una sola vez.

En segundo lugar, como condición previa para el Grexit, la deuda soberana de Grecia existente se da de baja en gran parte, con una obligación residual (por debajo del 50% del PIB) claramente en consonancia con perspectivas favorables de crecimiento. Esto puede requerir que Europa asuma cierto grado de obligación de las deudas de Grecia con el FMI.

En tercer lugar, el BCE proporcionaría reservas en euros temporales al Banco de Grecia con el fin de apoyar una transición estable para volver al dracma. Esto podría tomar la forma de una línea de intercambio que se resuelva y termine en una fecha objetivo varios años después de la salida de Grecia del euro.

En cuarto lugar, la redenominación obligatoria de contratos y activos financieros cuyo pago corrientes sería en dracmas se permitiría que ocurriera durante un período de tiempo adecuado, por ejemplo un año. En otras palabras, al igual que con la adhesión a la eurozona, la salida de la zona euro implicaría un período de monedas duales con estricta paridad con el fin de facilitar la reconversión ordenada. El compromiso del BCE para apoyar la dracma mucho más allá del período de reconversión podría suscribir este proceso.

El resultado final sería una Grecia económicamente soberana y una zona euro ya no obligada a financiarla. Ambas partes se beneficiarían de mejores condiciones para el crecimiento económico y la tensión política se reduciría. De hecho, es probable que la reestructuración económica a gran escala necesaria en Grecia sólo se pueda lograr con unas circunstancias soberanas que permitan experimentar reformas profundas.

Un Grexit debe ser visto como una solución que incorpore la buena voluntad de todas las partes, cuyo objetivo sea el progreso y no el castigo. No iría acompañada de la expulsión de la UE o cualquier otra medida de retorsión. Después de un período de tiempo adecuado, Grecia podría volver a solicitar la membresía de la zona euro si así lo decide, sin perjuicio, ya sea en contra o a favor de la adhesión.

El aspecto más difícil de un Grexit gestionado adecuadamente sería la emisión de nueva deuda soberana griega durante el período de doble moneda. La solución típica de la zona euro sería imponer un límite superior a los déficits griegos durante el período, probablemente con adhesión a la línea del Crecimiento del Pacto de Estabilidad y, a cambio se apoyaría al dracma. Esto no sería lo ideal, pero dadas las circunstancias es probable que sea necesario para la venta de la operación. Y Grecia siempre tendría la opción de renunciar a la ayuda si tuviera confianza en su espacio monetario y fiscal.




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