Memoria
Santiago Niño Becerra - Martes, 10 de Febrero¡Ay! ¡Cuan endeble es la memoria!. Rebobinemos hasta 1999, o antes, cuando empiezan a barajarse los nombre de los países que serán miembros de la Zona Euro. Circularon un sin fin de listas, y en esas listas se repetían dos constantes: los países de la nunca oficial Área del Marco estaban todos, y los países del Sur de Europa no estaban nunca; bueno, para ser exactos, Italia eaparecía en alguna lista. Es decir, Grecia, se daba por supuesto por todo el mundo, no-iba-a-estar-en-el-euro. ¿Por qué?, pues porque su economía no cumplía los mínimos de estabilidad requeridos. España, evidentemente, tampoco estaba.
Luego álguienes tuvieron una de esas superideas que abundan tan poco: si metemos a todos en el euro, como en la Europa central sobra dinero a mansalva (‘dinero’ = ‘bits de ordenador’), y si igualamos las primas de riesgo de todos los que entren en el euro, ese dinero viajará al Sur porque allí hay posibilidades enormes de negocio. Dicho y hecho: Grecia y España y Portugal pasaron a ser tan fiables como Alemania y Holanda; el Sur de Europa (e Irlanda) entró en el euro, y apoyados en cosas como las subprimes y la Ley del Suelo (curiosamente aquí se había reelaborado en 1997), España, Grecia y compañía empezaron a ir más que bien.
Entre el 2003 y el 2007 Grecia y el grupo del Sur fueron como una moto. Todo el mundo se creía todo, nadie dudaba de nada y las ganancias subían y subían, … a la misma velocidad que lo hacía la deuda privada. Luego llegó lo que ya saben que se intentó enderezar con los planes E que disparó la deuda pública imprescindible para financiar los crecientes déficits –más posibilidades de negocio–.
Cuando esa vía se acabó se empezó con los rescates, los viajes de los Men in Black, los ajustes, los controles, las advertencias si no se pagaba lo que se debía, los peligros de contagio y de hundimiento generalizado si los compromisos no se cumplían; y salió a la luz el artero engaño al que Grecia había sometido durante una década a sus confiados socios. Y llegó la paz y dejó de hablarse de los PIIGS porque de una enfermedad, cuanto menos se hable, mejor. Hasta que en un sitio llamado Grecia alguien ha dicho lo evidente: que así no se podía seguir porque la ciudadanía no aguantaba más.
Estoy convencido que entre mediados del 2010, cuando la crisis verdaderamente empezó al darse por acabada la fase de ‘intentar salir vía gasto’, y mediados del 2014, distintos expertos de conglomerados financieros han estado trabajando a fin de diseñar una estrategia para soslayar la salida de Grecia del euro, minimizar daños, y acotar consecuencias. Y como ya la tienen, ya da igual que Grecia ‘se vaya’; porque, y el mecanismo es genial, sería Grecia quien se iría del euro: la UEM, el resto de sus miembros, desea que Grecia se quede, pero para quedarse debe cumplir lo que se le ha dicho, y como alguien que puede ganar las elecciones griegas dice que se debería cambiar la baraja para seguir jugando, sería Grecia quien se iría al ser mala y romper las reglas.
Pienso que Grecia ni se irá, ni la echarán, por dos razones muy simples: una: porque a alguien díscolo, mejor tenerlo dentro y controlado, aunque ese alguien sea débil, y dos: porque es mejor cobrar algo por las buenas que nada por las malas. Lo que sucede es que hay que representar el papel: en Grecia, Syriza tiene que firmar un documento que aún no ha firmado, y los acreedores tienen que poner en negro sobre blando lo evidente: que Grecia puede pagar muy poco de lo que debe a no ser que en Grecia se instaure una dictadura tipo las latinoamericanas de los 80. Pero todo eso hay que escenificarlo.
Lo que si está claro es que, en el supuesto de que todo fallase, ya hay un plan B: Grecia se puede ir del euro: el resto podría asumir su triste partida. Habría que pagarlo entre todos, claro (aunque, como siempre unos pagarían más que otros), pero todo sería por la causa. Amén.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.
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