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Pobreza y economía M: entre el festejo prematuro y la subestimación

Germán Fermo - Sabado, 07 de Abril

Las múltiples dimensiones de nuestra pobreza. El dilema de la pobreza argentina trasciende abruptamente a una cifra fría del INDEC. Somos pobres de república, de instituciones, de objetivos de largo plazo, de concebir al sacrificio individual como clave para el éxito. Somos hasta capaces de perder el tiempo debatiendo si una selección es derrotada en un insignificante partido de fútbol convirtiéndolo en causa nacional, pero por largas décadas fuimos testigos silenciosos del colapso de nuestro país en el ranking del mundo y a nadie pareció importarle. Somos también muy pobres de paciencia, exigimos a cada gobierno de turno resultados inmediatos a cero costo pero a la vez, permitimos por décadas un despilfarro fiscal que condiciona cualquier intento de corrección a futuro.

Somos pobres de justicia, parecería existir una ley para los amigos del poder y otra muy distinta para el resto de los ciudadanos. Somos pobres de cuestionamiento, escuchamos una y otra vez relatos mágicos, sin atrevernos a desafiarlos y ni siquiera somos capaces de exigirle a nuestro honorable cuerpo de legisladores que devuelvan los pasajes que no usan y pagamos los privados. Somos también pobres de respeto al prójimo, sólo basta con que algo nos frustre en lo individual, para piquetear al resto de la sociedad, chantajeándola a cambio de una limosna social. Somos pobres de autocrítica, observamos pasivamente cómo la Argentina fue arrasada en el pasado y hoy por obra de la alquimia queremos saltar de la recesión a la expansión vía endeudamiento, sin hacernos cargo de los excesos que autorizamos con la complicidad de nuestro voto.

Somos pobres de plantarnos y decir basta a tanto abuso del Estado al ciudadano. Somos pobres de palabra porque nos gusta pedir prestado y al mismo tiempo, defaultear más tarde echándole la culpa al otro. Somos pendularmente pobres de identidad, alternamos entre versiones extremas y blandas de un populismo que no nos conduce a nada. Pero por sobre todo, somos pobres de utopías, el populismo cercenó nuestra capacidad de imaginarnos un futuro mejor y posible. Un país pobre en sueños, es un país fantasmagórico que simplemente, dejó de existir. La pobreza más extrema del ser humano no radica en lo material, la forma más cruel y siniestra de empobrecer a otro es secándolo de intelecto, aquí está la clave de supervivencia del populismo extremo, mucho “fulbo” y poco libro. Desterraremos nuestra despiadada pobreza solo cuando nos permitamos la utopía de imaginar a un chico carenciado que a los cinco años ingrese a la escuela primaria y culmine tres décadas después siendo universitario y no en la cárcel.

Esos chicos ricos en educación ¿votarían el populismo de los últimos setenta años Ojalá llegue ese día en donde nuestros políticos dejen de hablarle a los pobres desde la cómoda lejanía que permite la riqueza y se involucren con su propio ejemplo, dignificando el cargo. Quizá entonces, el primer paso hacia un desarrollo sostenible sea ser más prudentes a la hora de celebrar resultados coyunturales e irrelevantes para el largo plazo. Será formidable aplaudir la reducción de la pobreza pero hagámoslo sólo cuando dicho logro sea robusto y estable digamos, dentro de unos 25 años y después de un histórico sendero de concientización y esfuerzo. A pesar de que nos narren otra historieta, los grotescos errores de las últimas décadas nos impiden un tiempo de celebración y nos reclaman por el contrario, profundos sacrificios.

Aplaudir prematuramente resultados coyunturales nos convierte en un país chiquito. Detrás de las escasas buenas noticias que ofrece la economía argentina hay gasto y detrás del mismo hay deuda, lo genuino se evidencia como el gran ausente de la ecuación. En este contexto, la proporción de argentinos en la franja de pobreza e indigencia ha disminuido, lo cual parecería anunciarse con bombos y platillos, especialmente frente a una sociedad que toma cualquier dato que escucha por TV sin cuestionar demasiado y vive la coyuntura con una psicología que ronda lo esquizofrénico. Nuestra clase política es experta en el arte de confundir, relatando verdades a medias y usufructuando conscientemente la permanente ausencia, desinformación, ingenuidad y miopía de los argentinos.

Así como se celebra el dato de pobreza, se deberían comunicar con la misma elocuencia los múltiples dramas que todavía no hemos podido resolver: déficit agregado en 10% del PBI, déficit de cuenta corriente en 4% del PBI, endeudamiento externo creciendo en 35.000 millones de dólares anuales, presión tributaria en máximos, una inversión muy inferior al promedio de la región, un stock de Lebacs en 60.000 millones de dólares, un PBI per cápita en 2017 inferior al 2015, una inflación que se estanca al 25%, un riesgo país que con excepción de Venezuela, sigue siendo el más alto de Latinoamérica. El rebote que hoy observamos no implica riqueza real, es sólo la efímera reacción de una economía que sigue tan maniatada como en los tiempos K. En el mejor de los casos, los logros de la coyuntura actual son sumamente mediocres y lamentablemente, nuestra severa realidad nos obliga a mucho más que a la mediocridad sistemática si es que no queremos terminar como siempre.

Me preocupa profundamente entonces que se relate la parte de la historia que pinta bien, sin describir las razones subyacentes y observar lo que percibo como una exagerada e irresponsable euforia respecto a los datos de pobreza como si ya estuviéramos en plena campaña 2019. La reducción coyuntural de la pobreza reportada por el INDEC esconde un sustancial asistencialismo social, por lo que detrás de este número hay gasto público, que a su vez se sigue financiando con endeudamiento externo a escala. Lo poco bueno que hoy se percibe en materia económica no es genuino, no corresponde a un país que se reestructuró mínimamente para poder crecer sanamente, sino a una nación que decidió apostar a los errores del pasado con un nuevo ciclo “mágico” de endeudamiento y gasto público bajo el supuesto de que “esta vez, con fe y esperanza, todo va a salir bien”. Decir que una persona que antes era pobre hoy no lo es más, sólo significa que este individuo ha incrementado en algunos pesos su escaso patrimonio, implicando que los avances coyunturales son mínimos y para una sociedad adulta y consciente no debería dar lugar ni al más mínimo de los festejos, sino a una profunda reflexión: ¿qué hicimos para terminar así de mal y qué deberíamos dejar de hacer si es que alguna vez queremos superar a África? El gradualismo obliga a comunicar malas noticias permanentemente generando a su vez, la crónica necesidad de anunciar todo lo bueno que ande dando vueltas por más pequeño que sea y aquí estamos, aplaudiendo prematuramente un número que si bien es alentador y bienvenido, para el largo plazo significa muy poco. Ni siquiera podemos afirmar que esta cifra todavía, sea robusta y sostenible en el tiempo y por el bien de todos, ojalá que así sea.

El estado argentino es un implacable generador de pobres y todavía no nos dimos cuenta. Los argentinos seguimos sin comprender que el principal generador de pobres es el estado, un sistemático y despiadado destructor de riqueza ajena, al cual mayoritariamente defendemos. Hasta tanto no entendamos algo así de básico y obvio, imaginar la resolución de la pobreza resulta en un ejercicio sumamente inocente. El modelo estatista actual, pergeñado desde hace décadas, exacerbado en los últimos años K y preservado durante esta gestión M, está devorándose al sector privado hasta su mismísima extinción. La única forma de desterrar pobreza es generando riqueza genuina y hasta tanto no nos animemos a destrabar la mañatada economía argentina, darle al sector privado el protagonismo que se merece y nos convenzamos de que ello es absolutamente indispensable, el crecimiento económico de largo plazo, única fuente de eliminación sistemática de pobreza, resultará en otro cuento chino de políticos. Lo cierto es que lejos de este permanente y agobiante marketing electoral que nos empaña la razón, la pobreza es un concepto estructural. Así como su gestación llevó décadas, toda reducción sostenible nos obligará a un largo tránsito que ni siquiera hemos comenzado. Me pregunto entonces, si este prematuro acto de celebración no es paradójicamente, una falta de respeto a los mismos pobres que decimos defender.

¿Drama u oportunidad? Quizá esta pobreza multidimensional que padecemos no sea sólo un drama, quizá la tragedia a la que hoy nos expone sea la oportunidad de intentar cambiar de fondo la esencia de un populismo extremo que se convirtió en una máquina muy exitosa de generación de pobres. Quizá alguna vez, decidamos trabajar arduamente para sentirnos orgullosos de una Argentina a la que el populismo convirtió en un pequeño terruño de personas compitiendo desesperadamente por una torta que se viene achicando. Quizá alguna vez erradiquemos nuestra pobreza multidimensional comprendiendo que la grandeza de una nación se manifiesta en los sueños que la definen. Quizá alguna vez dejemos de votar mediocridad sistemática y comencemos a exigir una clase política que en vez de avergonzarnos, nos enorgullezca y exalte. El cambio que necesitamos es tan enorme que necesita de la plena convicción de la sociedad argentina y nos plantea como en otras circunstancias preguntas simples pero a la vez, contundentes e incómodas. ¿Qué tan multidimensionalmente pobres queremos seguir siendo? ¿Qué tal si nos permitimos ser ambiciosamente utópicos? ¿Qué tal si dejamos que un libro finalmente destierre al pancho y la coca? ¿Qué tal si nos dejamos seducir por la utopía de un futuro mejor basado en nuestro esfuerzo individual independientemente de un estado destructivo que en lo aparente nos protege? El cambio depende de nosotros como nunca antes, permitámonos trascender a esta ostentosa y lejana clase política que habla de los pobres en tercera persona, principal beneficiada del estado actual de cosas y garantía por lo tanto, de nuestra incorregible decadencia.

Sherman
Director, MacroFinance
gf@germanfermo.com
Twitter: @germanfermo
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