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Vuelven a aparecer las grietas en la Unión Europea

Carlos Montero - Miercoles, 11 de Febrero

El ministro de Finanzas de Alemania lo resumió perfectamente. "Nadie está obligando a nada a Grecia", dijo a los periodistas en Bruselas. "Pero se cumplirán las obligaciones". Un día antes, los griegos, irritados por esas mismas obligaciones después de muchos años de recesión, habían elegido un gobierno liderado por el partido anti-austeridad Syriza. Es verdad que los problemas de Grecia fueron creados por el mismo país, pero después de cinco años de control de una "troika" extranjera - la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI - que ha aplicado los términos del rescate a Grecia, no es difícil ver por qué algunos griegos creen que han sido obligados a pasar por muchas penurias.

Schäuble, el ayatolá de la austeridad en Europa, pone de relieve las renovadas tensiones en el seno de la zona euro. La elaboración de cómo redistribuir el dolor de la enorme deuda de Grecia es sólo el comienzo. Yanis Varoufakis, el nuevo ministro de Finanzas griego, estuvo la semana pasando recorriendo las capitales europeas buscando un acuerdo. Sus propuestas fueron vagas, pero el rechazo unánime entre los acreedores para no considerar una quita de deuda, le obligaron a considerar esquemas ingeniosos, incluidos canjes por bonos vinculados con el PIB.

Pero los planes alternativos recibieron una tibia recepción, dice The Economist. "Los bancos de Grecia tienen el problema más urgente, sobre todo después de que el BCE anunciara que no aceptaría más bonos del gobierno griego como garantía. Las altas autoridades de la Unión Europea se ven frustradas por el enfoque caótico de los griegos y preferirían extender el actual rescate, que expira a finales de febrero. Varoufakis parece haber descartado esa posibilidad. A pesar de todo, todo apunta a que el gobierno griego está aprendiendo de los límites de la paciencia de sus acreedores. Es probable que el camino esté lleno de baches, pero el dinero inteligente todavía está apostando a un eventual acuerdo.

Aunque se han tomado algunas medidas para evitar el contagio de Grecia, las altas autoridades de la UE no están nada tranquilas por el riesgo de que Grecia abandone el euro. Sin embargo, cuanto más se le ofrezca a Syriza, más riesgo hay a que las peticiones se disparen en otras regiones más moderadas. Esto irrita a los gobiernos de centro-derecha en países como España y Portugal, que han contado a sus votantes que no hay alternativa a la austeridad y a las reformas; y asusta a los partidos de centro-izquierda que pueden perder más apoyos si los votantes acuden a las alternativas más radicales. Algunas autoridades reconocen abiertamente que el dilema es insoluble.

Los miembros de la zona euro han estado sorprendentemente unidos, hasta el momento, sobre la mejor manera de gestionar Grecia. Pero bajo la superficie están surgiendo algunas nuevas fisuras intrigantes. Los países mediterráneos se han unido a los guardianes del norte para obligar a Grecia a caminar por la línea dura. Francia e Italia niegan las solicitudes griegas para la cancelación de la deuda, en parte porque tienen grandes préstamos a Grecia.

Tampoco es Grecia el único problema del euro. El BCE difiere con Alemania sobre la flexibilización cuantitativa y la política fiscal. También se enfrenta a dilemas propios. Como fundadores de la economía europea, el banco central está tentado a llenar el vacío político dejado por las disputas entre los gobiernos. Sin embargo, los banqueros centrales no gozan de legitimidad democrática: lo último que Mario Draghi, presidente del BCE, quiere es tener que decidir si Grecia se mantiene o no en el euro.

Hay variedad de opiniones en Europa sobre cómo atajar el asunto. Para algunos, los griegos, y todos los demás países en problemas, tienen que reformar sus economías y pagar sus deudas. Para otros, los alemanes deben aceptar que algunas deudas no podrán ser pagadas y superar su obsesión por el equilibrio presupuestario. Si la triste experiencia de los últimos años nos enseña algo, es que el consenso económico no conduce a un consenso político. Se podría encontrar algún tipo de solución para la deuda griega; pero eso no va a disipar el desafío populista, ni en Grecia ni en otros lugares.

No es suficiente una voluntad de hierro

En la zona euro, la política ha avanzado en gran medida a través de las gestiones de las distintas crisis y acuerdos de última hora. Eso no puede solucionar los problemas de una zona monetaria de 19 países cuyos miembros tienen ideas muy diferentes sobre cómo arreglar la situación. Tampoco puede dejarse de lado la política. Se han hecho grandes esfuerzos para construir barreras contra el contagio financiero, y reforzar las reglas económicas y fiscales. Pero en ausencia de confianza, hasta ahora sólo hemos obtenido un fondo de rescate y una unión bancaria.

Los europeos se enfrentan a preguntas que siguen tratando de ignorar. Importantes figuras como Donald Tusk, jefe del Consejo Europeo, están pensando en cómo mejorar la política de la zona euro, tal vez empezando a poner en marcha el viejo motor franco-alemán. Pero no puede haber progreso cuando los griegos y alemanes se ven entre sí, respectivamente, como "austerianos" sin corazón e infractores reincidentes. Cada miembro del euro sacrifico parte de su soberanía al unirse; lo que esta crisis revela es que esto aún no se ha asimilado.

Europa va a encontrar una manera de salir de la situación actual, y las fisuras se volverán a llenar de polvo. Hasta el próximo terremoto."


Fuentes: The Economist




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