Ya lo sabrán todos Uds.: la compañía Braun, cuya propietaria es
Gillette, propiedad, ésta, de Procter & Gamble (¿quién será la que
le absorba a ella?), ha anunciado el cierre de la única fábrica con que
contaba en el reino, la situada en la localidad barcelonesa de
Esplugues de Llobregat, una planta que, cuando hace casi 45 años fue
construida, se encontraba en las superafueras de un pueblo formado por
casas individuales (pocas) y las primeras torres-colmena de las
muchísimas posteriormente levantadas -Esplugues, Cornellá, Sant Boi,
l’Hospitalet- en las que fue colocada la emigración que conformó la
mano de obra que contribuyó al crecimiento industrial de la comarca del
Baix Llobregat, planta que, hoy, se halla en el puro centro de
Espulgues.
El cierre de esta fábrica -690 empleos fijos, 80
eventuales, 1.500 indirectos- representa la quintaesencia, el ejemplo
más palpable, de esa cosa llamada globalización. Se lo explico.
La planta de Braun en Espulgues está especializada
en pequeños electrodomésticos de bajo valor añadido, lo que es igual a
beneficios reducidos, aunque -puede- que a márgenes unitarios muy
elevados. El hecho es que a pesar de que en los últimos años la
actividad de Braun en el reino ha arrojado beneficios (la casa central
dice que la planta de Esplugues, no), de que la matriz no se ha quejado
de la baja productividad del factor trabajo empleado y de que la
conflictividad laboral ha sido nula, la alta dirección de esa matriz ha
decidido cerrar la fábrica a fin de… reducir costes, trasladando la
producción a China y a los PECOS. ¿Por qué?
Pues porque resulta que hoy es absolutamente
imprescindible que exista una correlación entre ‘Valor Añadido’ y
‘Costes ocasionados para generarlo’, y resulta que en Esplugues, con
independencia de los beneficios que la planta pudiese producir, con
independencia del margen neto que pudiera generar, su ‘valor’ y sus
‘costes’ han dejado de estar relacionados porque… en otro lugar pueden
volver a estarlo.
Braun podía haber optado por incrementar la
productividad brutalmente en su planta de Esplugues a base de realizar
inversiones astronómicas y dedicar esa productividad extra a reducir
los costes de producción, pero, al margen de que ello habría dado lugar
a una reducción de plantilla salvaje, la pasta que esa inversión
hubiese costado y los gastos que su puesta en marcha hubieran supuesto,
no hubieran venido compensados por el valor añadido generado por unidad
producida -segundo principio que en la globalización debe ser
cumplido-. En China, por ejemplo, por mucha menos pasta y con muchos
menos esfuerzos, puede Braun cumplir esos dos principios en relación a
los bienes fabricados en Esplugues.
Esto, en el fondo, es como la mujer del Cesar, que,
además de ser honrada, debe parecerlo. No basta con tener una alta
productividad, además, de entrada, los costes de producción deben
guardar una relación muy concreta con los cacharros que se fabrican.
¡Pues vaya!; como decía aquel: ‘además de puta pagar la cama’.
Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.
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