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Esperar acontecimientos se está convirtiendo en algo habitual entre las autoridades económicas

José Luis Martínez Campuzano - Martes, 22 de Febrero Como era de esperar, no se han producido acuerdos tangibles de importancia en la reunión de dos días de ministros de finanzas del G20. Y eso que había asuntos importantes encima de la mesa. Como mucho, se ha aceptado considerar tres indicadores de riesgo a nivel internacional: deuda y déficit, ahorro e inversión y balanza comercial y la balanza financiera. Claro que hablamos de meras recomendaciones sobre la evolución de estos indicadores, nada de restricciones obligatorias. Además, deben considerarse en conjunto. Sin duda, buenas palabras. Y hasta octubre o quizás más adelante. Así se ha despedido la representante francesa, organizadora de la Reunión. Deuda y déficit. ¿Públicos? Sí, tiene sentido. El déficit se traduce obligatoriamente en deuda, si no hay un descenso de los activos financieros. En algunos casos, a través de privatizaciones, es factible. Pero no es habitual en estos momentos, cuando los ingresos por potenciales privatizaciones (en los países desarrollados, a los que va dirigida esta recomendación) son marginales.

Ahorro e inversión. Un elevado ahorro interno para financiar la inversión. Pero, el ahorro es la alternativa al consumo. En definitiva, mantener un consumo moderado de forma que el ahorro financie la inversión. Y la inversión empresarial deben mirar al exterior en busca de alternativas ante la ralentización del consumo interno. Pero, esto no es fácil. Y la competencia es feroz. ¿La consecuencia? La inversión se mantendrá contenida, más aún cuando la capacidad de producción sigue siendo aún elevada.
Balanza comercial y su financiación (de la balanza corriente). China se ha opuesto a que el indicador sea la balanza corriente. Pero la balanza corriente y la balanza financiera son una identidad contable. En el caso de China, el resultado es un superávit en la balanza de bienes y servicios y superávit, a través de la inversiones directas y de cartera, en la financiera que se traduce en un fuerte aumento de las reservas. El resto, entre la elevada liquidez y dificultad para controlar la liquidez, ya lo conocen. También su resultado, entre subidas de tipos de interés y restricciones al crédito de la banca china.
Ahora, veamos todos estos indicadores en conjunto. El escaso ahorro interno no cubre la necesidad de financiación del sector público en muchos países desarrollados (excepción de Japón y Alemania). La elevada inversión y déficit público en países emergentes no es capaz de absorber el elevado ahorro interno, lo que al final se traduce en saldos positivos en sus balanzas exteriores. Al mismo tiempo, su elevado crecimiento y la elevada incertidumbre en las economías y finanzas de los países desarrollados se traducen en una continua presión de los flujos financieros internacionales.

¿Moraleja? En octubre seguiremos hablando del tema. Sí, las autoridades internacionales parecen ahora retrasar en el tiempo cualquier discusión que no genere resultados claros y soportados por todas las partes. Poco a poco. ¡Qué diferencia de la situación existente dos años atrás! Yo mismo siempre he considerado que la mera existencia del G20 era ya un paso importante adelante. Ahora cada vez más tengo la sensación de que es un G7 ampliado.
Pero el aplazamiento de decisiones clave no es sólo a nivel de los países desarrollados y emergentes. También entre los desarrollados. Y dentro de los emergentes. Realmente, dentro de cada país. Veamos otros ejemplos. En Europa cada vez hay menos analistas que esperan resultados claros en las próximas (son dos por el momento, pero pueden ser más) cumbres que se celebrarán en marzo. Bajo la máxima de esperar a tener un acuerdo de conjunto todo parece ya predispuesto para seguir con las negociaciones más allá de este mes, hasta el verano como anticipaba recientemente la Ministra de economía de España. ¿Y si finalmente hay acuerdo en marzo? Pues bien. Pero ya no es lo más probable. De hecho, son las autoridades de países centrales las que ya no ven tanta prisa en alcanzar un acuerdo cuando los mercados ya se han tranquilizado. Pero, ¿no se han tranquilizado los mercados esperando este acuerdo? Cada vez es más complicado entender a los políticos. Y a los mercados, de hecho.
La política monetaria es otra fuente de discusión entre los economistas. Un ejemplo reciente lo hemos tenido en UK. Elevada inflación y bajo crecimiento, por un lado. Un banco central que no tiene muy claro si la inflación va a subir o reducirse; si el crecimiento se va a recuperar, o quizás se debilite. ¿Resultado? Tablas.
Pero, sin duda, es la Fed la que está centrando más la atención de los analistas. Para algunos, el objetivo es crear expectativas de inflación cuando algunos de sus consejeros (cada vez menos) siguen viendo un riesgo de excesivamente baja inflación (ya no confundir con deflación). Para otros, el riesgo de que esta política demasiado expansiva se les vaya de las manos y lleven a un escenario de elevada inflación. ¿Dónde está el equilibrio? ¿y quién lo puede saber? Por el momento la estrategia es evidente de esperar y ver.

Como ven, esperar acontecimientos se está convirtiendo en algo ya habitual entre las autoridades económicas mundiales. Pero esto no manda un mensaje muy favorable a los agentes económicos, empresas y familias. Y entidades financieras, no nos olvidemos. Bueno, al menos los mercados nos siguen dando alegrías. Otra cosa diferente es encontrar el argumento de por qué las bolsas siguen subiendo pese a potenciales catalizadores de caídas en el futuro. Mejor no hacer preguntas. Quizás, ya saben, en octubre.

José Luis Martínez Campuzano es Estratega de Citi en España




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