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¿Estamos en un mercado de niños?

Carlos Montero - Jueves, 19 de Noviembre

Se ha hablado mucho en los mercados sobre el reciente mal comportamiento de las bolsas y de los bonos gubernamentales respecto a las letras del Tesoro de los EE.UU. En el último año la rentabilidad de estas últimas superó a las de los bonos y las acciones, lo cual los inversores definieron como un hecho muy inusual. ¿Pero es realmente así?

Mark Hulbert, analista de MW, señaló que en los dos últimos siglos, según los datos de Jeremy Siegel, la rentabilidad anual de las Letras de EE.UU. superó a la de acciones y bonos del gobierno en un promedio de más uno de cada cinco años (gráfico adjunto).

Hulbert destaca la importancia de que los inversores conozcan este dato histórico para que no cometan errores por asumir suposiciones falsas.

“Es interesante señalar a este respecto que el mercado bajista de 2008-2009 sólo tuvo un éxito parcial en educar a los inversores. Esta es la causa porque los bonos subieron durante la debacle de las acciones, seduciendo a los inversores en la falsa sensación de seguridad de que todo iría bien siempre y cuando diversificaran sus carteras entre acciones y bonos”, afirma Hulbert. Suposición equivocada.

Si extendemos el plazo vemos que tampoco es tan inusual que las letras superen la rentabilidad de las acciones y los bonos, de hecho lo hacen en más de un año de cada 10.

Una de las más hilarantes descripciones del papel que juega la memoria histórica en la evolución de los ciclos de mercado aparece en el clásico de la inversión “El Juego del Dinero” escrito por Adam Smith. En este libro se muestra como el mercado oscila entre dos ambientes de diferentes sentimientos dependiendo de si la memoria histórica ayuda o estorba.

Por un lado existen los llamados “mercados de niños” en el que los que ganan más dinero son demasiado jóvenes para recordar el último mercado bajista. En el otro extremo se encuentran los períodos en que es crucial recordar que los mercados pueden bajar tan fácilmente como subir.

Smith describió a un amigo suyo llamado El Gran Winfield que contrataba a jóvenes gestores que no llegaban a los 30 años de edad: “La fortaleza de mis ‘hijos’ es que son demasiado jóvenes para recordar nada malo, y que están haciendo tanto dinero que se sienten invencibles. Ahora, tú y yo sabemos que un día la orquesta se detendrá y el viento traspasará los cristales rotos, helando a todos aquellos que no tengan edad suficiente para recordar”.




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