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La paciencia, la cualidad más valiosa de un inversor

Carlos Montero - Jueves, 11 de Septiembre

Hace unos días un inversor particular me preguntaba cuál creía que a mi juicio era la cualidad más valiosa de un inversor, “¿la templanza, la valentía, el conocimiento, el control emocional…?”, me sugirió entre otros rasgos. Le contesté que aunque creía que todas eran cualidades muy útiles a la hora de acercarse a los mercados, en mi opinión la paciencia era entre todas la que otorgaba una mayor probabilidad de traducirse en beneficios financieros. Les explicaré el motivo con un caso que me sucedió en mi época de gestor profesional.

Hace ya algunos años la cartera de valores que gestionábamos entre tres compañeros y yo obtuvo una importante inyección de liquidez de un gran inversor institucional. En aquellos momentos manteníamos una posición de liquidez elevada y teníamos sobreponderados valores defensivos pues creíamos que los mercados tenderían a corregir en los próximos meses. A pesar que los selectivos se mantenían persistentemente en zona de máximos y la rentabilidad de nuestra cartera era inferior al de los índices de referencia, en ningún momento hubo dudas sobre lo acertada de nuestra estrategia. Pero todo eso cambió de la noche a la mañana.

Como les decía anteriormente, recibimos  de una gran corporación empresarial una importante inyección de liquidez que nos encargaron gestionar con absoluta autonomía y sin ninguna pauta operativa a priori. Lo más lógico hubiera sido replicar las posiciones actuales de nuestra cartera en ese nueva aportación monetaria, respetando el porcentaje de liquidez, así como el resto de parámetros de la asignación de activos…pero no lo hicimos.

Desde la primera reunión matinal “post aportación” se notaba en el equipo gestor que algo había cambiado. La intranquilidad era manifiesta. Aunque el equipo de analistas seguía defendiendo que los mercados corregirían en el corto/medio plazo, tanto el director de operaciones como los gestores responsables de esa cartera (yo entre ellos), empezamos a dudar de la estrategia seguida hasta entonces. Aunque la inyección monetaria de esa corporación era elevada, simplemente era una pequeña parte de lo que podría llegar a aportar a nuestra compañía si los resultados eran satisfactorios. Y es ahí donde residía el mayor problema.

En ese momento la rentabilidad de nuestra cartera, aun siendo positiva, no batía a los índices generales, por lo que todos estábamos de acuerdo en que no podíamos estar satisfechos con nuestra labor hasta ahora. Bueno, para ser totalmente sinceros, todos estaban de acuerdo menos yo, que defendía que si nuestros análisis eran ciertos y las bolsas terminaban bajando, ese pequeño diferencial con los mercados sería corregido y superado en los próximos meses. Simplemente teníamos que darnos algo más de tiempo y no impacientarnos porque el mercado siguiera en zona de máximos. Había suficientes indicadores que sugerían una creciente debilidad subyacente como para seguir confiando en nuestro escenario anterior.

Pero el tiempo no era lo que sobraba en esos momentos. Debíamos tener resultados positivos en los siguientes trimestres para acceder así a la totalidad de la inversión prevista.

El resultado final de esas discusiones fue que de la noche a la mañana cambiamos completamente nuestra estrategia operativa, no solo con la nueva aportación, sino con el resto de la cartera. Aumentamos de forma relevante nuestra exposición a bolsa, disminuimos la liquidez, rotamos parte de nuestras posiciones en sectores defensivos a otros de mayor crecimiento e incertidumbre. En suma, aumentamos considerablemente el riesgo implícito de nuestra cartera.

Los primeros meses fueron bien. La bolsa seguía subiendo y recuperamos parte del gap con los índices de referencia. Felicitaciones compartidas y algún otro suspiro de alivio en la sala. Pero yo me sentía incómodo. Por un lado porque había accedido a cambiar la estrategia de inversión en contra de todos los análisis anteriores y de los que estábamos “tan convencidos”, y por otra porque seguía creyendo firmemente que las bolsas terminarían cayendo. Y así sucedió.

Los mercados de valores donde estábamos posicionados corrigieron de media en los siguientes meses sobre el 12%. La rentabilidad de nuestra cartera cayó aún más. La fuerte aportación institucional de la que les hablaba sufrió pérdidas mayores pues se compró casi en zona de máximos y con un alto perfil de riesgo. Evidentemente perdimos el cliente institucional, y se cortó la progresión en la empresa del director de operaciones.

Todos lamentamos aquel cambio de estrategia, quizás uno de los errores más graves de mi carrera, y aprendimos que si nada hace cambiar nuestro escenario operativo, tenemos que tener la suficiente paciencia para dar tiempo a que el mercado evolucione en el sentido previsto.

La paciencia a la hora de operar, tanto para esperar a encontrar buenos precios de compra, como para dejar que las ganancias corran hacia nuestros precios objetivos, es, según mi opinión, una de las cualidades más rentables en los mercados.




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