“DÁDME UNA IDEA Y MOVERÉ LA BOLSA”
Moisés Romero - Lunes, 22 de Mayo
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La frase la pronunció hace mucho tiempo uno de los gurús más famosos de
Wall Street en lo que fue el plagio más sonado de la historia. (Ya
saben, lo de la palanca para mover el mundo que pidió el filósofo
sabio). La trama es, no obstante, muy interesante, porque delata que en
el desarrollo de los acontecimientos bursátiles desde hace muchos años
las nuevas ideas son las que han marcado el ritmo a seguir y las que
han proyectado expectativas. Sin ideas que admirar no hay sentimientos
enfrentados, que son los que influyen de manera decisiva en el proceso
de formación de los precios. A unos les gustan las nuevas ideas y
compran, otros las desprecian y venden. Gracias a ello, las
cotizaciones suben y bajan. Así de sencillo.
Las ideas tienen una vigencia temporal, como norma. Sólo algunas sobreviven al paso del tiempo. Las
nuevas ideas en la Bolsa van relacionadas, generalmente, con el
seguimiento de las modas impuestas por los grandes actores en el mercado, es decir, por los fondos apalancados, la banca de inversión y las instituciones que mayores masas de dinero mueven cada día. Hay ideas perversas,
como las que sucedieron a la crisis de los valores tecnológicos en
marzo de 2000. Lo que vendieron entonces los más poderosos es que la
quiebra de la confianza en el mercado (escándalos contables y
financieros) iba a pasar factura a los precios de las acciones. Y así
sucedió.
Antes de esta cura de adelgazamiento, lo que algunos denominaron poner los pies en el suelo, abundaron las ideas fantásticas, que fueron las que llevaron en volandas las cotizaciones de las acciones hasta alcanzar niveles estratosféricos. Fue la moda, allá por mediados y finales de los 90, de comprar valores muy endeudados y con fuertes pérdidas, porque la idea de entonces era que a mayor nivel de endeudamiento y de pérdidas mayor capacidad de crecimiento. Fue la moda de los valores tecnológicos, de la nueva economía. Fue la idea brillante de aquel ciclo, que luego puso contra las cuerdas a los índices bursátiles de todo el mundo. Hay, también, ideas muy simples, que, con frecuencia son las que perduran en el tiempo. Por ejemplo, comprar valores con bajos multiplicadores y altas rentabilidades por dividendo. Es la idea clásica, que se asienta en los valores de siempre y que ha dado rendimientos excepcionales en los últimos seis años, desde el hundimiento de los valores tecnológicos.
Aquí y ahora, los gurús buscan nuevas ideas ante el agotamiento, dicen, de las expectativas de los valores que más han tirado del carro en los últimos años. Una de las ideas de moda es la de las energías renovables y alternativas al petróleo. Los valores y commodities relacionados con el caso cuentan con una impresionante fuerza relativa desde que Bush, en el Discurso sobre el Estado de la Nación, dijera a los suyos (y a todos) que hay que eliminar la dependencia del petróleo en asuntos energéticos y buscar otras alternativas para que el mundo no se pare.
Antes de esta cura de adelgazamiento, lo que algunos denominaron poner los pies en el suelo, abundaron las ideas fantásticas, que fueron las que llevaron en volandas las cotizaciones de las acciones hasta alcanzar niveles estratosféricos. Fue la moda, allá por mediados y finales de los 90, de comprar valores muy endeudados y con fuertes pérdidas, porque la idea de entonces era que a mayor nivel de endeudamiento y de pérdidas mayor capacidad de crecimiento. Fue la moda de los valores tecnológicos, de la nueva economía. Fue la idea brillante de aquel ciclo, que luego puso contra las cuerdas a los índices bursátiles de todo el mundo. Hay, también, ideas muy simples, que, con frecuencia son las que perduran en el tiempo. Por ejemplo, comprar valores con bajos multiplicadores y altas rentabilidades por dividendo. Es la idea clásica, que se asienta en los valores de siempre y que ha dado rendimientos excepcionales en los últimos seis años, desde el hundimiento de los valores tecnológicos.
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twitter.com/moisesssromero @MoisesssRomero
Moisés Romero
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