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HABAS CONTADAS

Santiago Niño Becerra - Viernes, 26 de Mayo abacp
Uds. recordarán que ya he hablado -varias veces- del tema, sin embargo, parece que quienes debieran enterarse no se enteran. (Con seguridad, no habrán asistido a mis clases). La inflación, esa cosa que desde 1973 pone tan nerviosas a muchas personas físicas y jurídicas, no es nada diabólico, ni esotérico, ni místico, ni arcano, ni, ni siquiera, misterioso. La inflación, o bien es provocada por quienes tienen poder para manipular la oferta, o es consecuencia de una demanda que supera la capacidad de la oferta, o está ocasionada por un entorno en el que la oferta sabe que la demanda va a aceptar los incrementos de precios que ella quiera llevar a cabo, o está motivada por un desastre tipo conflicto bélico. No hay más razones; no las busquen porque no las hay.
Ahora, de pronto, de ayer para hoy, nos cuentan que la inflación que están causando los impactos ocasionados por el alza de los precios del crudo es la bestia negra que nos está acechando y que puede devorarnos de una sola dentellada. ¡Por favor!; ¿ahora?; ¿qué ha cambiado en el entorno petrolífero de hoy en relación al de hace quince días para que la inflación se haya convertido en el coco que va a engullirnos?; ¿no serán otras las razones?

Quienes de Uds. tengan edad suficiente recordarán que los primeros años 70 fueron el momento en el que la inflación adquirió su carácter diabólico, lo que dio lugar al cambio de modelo económico al uso; entonces, al anterior, al keynesiano, se le acusó de no saber controlar la inflación. La realidad es otra muy distinta: Keynes, persona cabal donde las haya, jamás imaginó que ningún país pudiese incrementar la oferta monetaria por encima de la necesidad -real- de dinero del sistema para funcionar correctamente, sin embargo, esa obviedad fue conculcada.

Yendo más atrás, a la década de los años 20, el modelo entonces vigente, tanto para particulares como para empresas, se sustentaba en un principio terrible pero muy simple: ‘si no sabes/puedes apañártelas, te jodes’. En los años 20 la productividad se disparó y, de resultas de ello, las cantidades producidas de casi todo; la salida fue dar créditos a mansalva a fin de que la demanda absorbiese toda esa nueva producción; de rebote, la especulación se disparó.

Decía dos párrafos atrás que, tal vez, las razones de este repentino repunte de la inflación puedan ser otras a las dichas. Veamos. Cierto es que la demanda de productos derivados del petróleo está aumentando y que ese aumento está próximo a agotar la capacidad de la oferta de su materia prima; a ello se añade el hecho de que las reservas de crudo que se van descubriendo, muestran una tendencia más baja que la tendencia esperada de la demanda. La consecuencia de todo ello son incrementos en el precio de los derivados del crudo, lo que supone aumentos en los costes de producción.

Sin embargo, ¡sin embargo! -y aquí radica el quid de la cuestión- los productores e integrantes de  la ‘cadena logística de distribución’ (en cristiano: los intermediarios) de casi todo: de casas, de tomates, de recambios para máquinas herramientas, de servicios de relax, de servicios de consultoría, de pastillas de café con leche, saben que pueden trasladar a los precios finales de esos bienes y servicios que fabrican, elaboran y distribuyen, sus incrementos de costes, y lo saben porque la demanda -otras empresas y la gente de la calle- tiene capacidad ¿de compra para pagarlos?, NO, tiene capacidad de endeudamiento para absorberlos. Y, ¿por qué la tiene?, pues porque, graciosamente, se la han dado los que podían darla, a fin de que la rueda siguiese girando; ¡huy!, ¡perdón!, de que el PIB continuase creciendo.

Si consecuencias tan horrorosas iba a tener el aumento de los precios del crudo, ¿por qué no se han dedicado recursos, DE VERDAD, a aumentar la productividad de los derivados del petróleo y a buscar elementos alternativos a esos derivados?. Si tan horrible es la inflación, ¿por qué se ha ido dando y continuado dando, endeudamiento y más endeudamiento a empresas y particulares?. Pues por un único motivo: porque hacer girar la rueda de la manera como ha estado girando es mucho más sencillo -y barato- que pensar en un sistema nuevo para que gire de otra manera, debido a que es más fácil hacer eso que sustituir esta rueda por otra; porque, en definitiva, esta rueda, girando de la manera que gira, gira, ¿acaso se pretendía otra cosa?.

En catalán, existe un expresión para indicar que las cosas son como son y que hay lo que hay, y no hay más: “Todo son habas contadas”. Piensen en ella: se adapta, como anillo al dedo, a lo que está pasando hoy.

(Para cuando la rueda deje de girar, que va a dejar de girar, no lo duden, les sugiero que relean “The Great Crash 1929” de John Kenneth Galbraith (tienen traducción en español editada por Ariel), y que repasen lo sucedido entre 1971 y 1979. Háganlo; pasado mañana me lo agradecerán).

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.




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