La Carta de la Bolsa La Carta de la Bolsa

UNA VISITA A LA GALERÍA DE LOS ESPEJOS

Moisés Romero - Viernes, 25 de Agosto
Hay espejos ideados para deformar la realidad y proyectar figuras esbeltas, si así lo desea el que se mira en él. O semejantes a monstruos infernales en lo alto y en lo ancho. La primera vez que vimos un espejo mágico fue en una tienda de moda parisina. Una señora entrada en carnes le echó el ojo a un vestido de seda, vaporoso. Solicitó la prenda y los que estábamos allí pudimos ver cómo saltaban las costuras. La damisela parecía embutida en una gasa blanquecina, atrapada en un trapo. El espejo obró el milagro, porque ella lo quería de esa manera. Se miró de arriba a abajo y vió allí una figura esbelta, delgada vistiendo un tejido ajustado. Nada más lejos de la realidad. La señora, no obstante, compró la prenda y enfiló la calle cuesta arriba dando pequeños brincos excitada por la compra que había hecho. En la Bolsa actual hay espejos capces de deformar la realidad. Lo peor es que aparezcan monstruos de siete cabezas y asusten al gentío.

Se ha dicho desde siempre que la Bolsa es capaz por sí misma, sin estímulos adicionales, de crear tendencias al margen de la realidad. Hay ciclos en los que el divorcio de los mercados de acciones con la economía real dejan atónitos a los más escépticos. Y al revés, porque en determinadas ocasiones la pujanza económica y la alegría de los consumidores no se corresponde con un escenario similar en las Bolsas. A veces, también, se producen sobrerreacciones en uno u otro sentido fruto de la excitación y pasión de los compradores y vendedores y de la actuación casi concertada de los fondos que replican los índices.

Si hay un mercado en el que el túnel de los espejos, como los que existen en algunos parques de atracciones, domina la situación actual ese es el bursátil. Cómo en las ferias, los participantes pasan alborazados desde unas estancias a otras. Aquí se ven gordos, como balones de playa, auténticos flotadores. Más allá se contemplan estilizados como hilos de humo. Allí se observan con el rostro deformado, incluso tullidos. Un poco más lejos, el espejo mágico les muestra su mejor cara.

En la Bolsa actual son muchos los inversores, privados e institucionales, los que visitan el túnel de los espejos no como divertimento sino como refrendo de lo que sienten. O sea, quieren que el espejo, como en el cuento, les hable y les diga que no hay en el mundo nadie más guapos que ellos. En la Bolsa actual, unos dicen que el vaso está medio lleno y otros que medio vacío. Aquellos apuntan escenarios económicos más complejos, con el consumidor atrapado en su propia vorágine por la subida de tipos. Éstos, por su parte, consideran que si el mercado ha sido capaz de mantener el tipo y consolidar la tendencia alcista de fondo con un entorno tan complejo cabe esperar que las cosas aún vayan mejor cuando las aguas discurran más tranquilas.

Hay en la coyuntura actual, no obstante, elementos que deben hacer reflexionar a los actores. Primero, la prima de riesgo inducida por el alza de los tipos de interés y, lo que es peor, por las advertencias, principalmente del Banco Central Europeo, de que seguirán subiendo. Esta prima ha generado más volatilidad. Ambas variables llevaban dos años sin influir en el proceso de formación de los cambios, es decir, sin afectar a las cotizaciones.

Es el miedo a los resultados empresariales futuros el que más preocupa a los grandes gestores. Los resultados del primeri semnestre han vuelto a superar, en promedio, las expectativas del mercado, pero las advertencias de que los próximos trimestres serán peores han sido ahora más que las efecuadas meses atrás. En términos de valoración los precios estarían muy ajustados si se cumple este presagio.

Los mercados, en cualqueir caso, abren y cierran sus puertas todos los días. Por ellos desfilan multitud de actores. Ahora está de moda acudir al túnel, a la galería de los espejos para abundar en la teoría de la autoestima.

twitter.com/moisesssromero @MoisesssRomero

Moisés Romero




[Volver]
Lo más leído hoy en La Carta