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Los tres errores más comunes de un mal inversor

Inversor Global - Viernes, 30 de Diciembre

A la hora de invertir en el mercado parece una tarea difícil para quienes no suelen operar en el mundo de las finanzas. Pero no es así: el mercado no es solamente para expertos en economía, aunque se necesita una adecuada capacitación como en cualquier ámbito y existen algunas cuestiones básicas que tienen que formar parte del sentido común del inversor.

El gran dilema que tiene un inversor es que en muchas ocasiones se deja llevar por determinados prejuicios, pero a veces esa actitud no dará los mejores resultados. Por este motivo, queremos hacer hincapié en tres pensamientos que, en caso de aplicarlos, llevarán al inversor por el mal camino a la hora de invertir:

El prejuicio de la confirmación

Este concepto recuerda a la película de Titanic, cuando varios tripulantes alertaban al capitán que se encontraba navegando en aguas donde habitaban grandes icebergs. Pero el capitán, cegado por su “optimismo” se dio cuenta de su error cuando ya era tarde.

Y lo que le ha pasado al capitán del Titanic suele ocurrirle a muchos inversores que a partir de una premisa no ven buen la realidad. En ocasiones, un inversor, convencido de que una acción puede rebotar ante una determinada circunstancia, apuesta fuerte e incluso frente a posibilidades que no crezca. Observa que las acciones caen frente a la verdadera realidad, pero mantienen que la tendencia deberá revertirse a corto plazo por algún factor. Al final, el inversor, al igual que el capitán, termina reconociendo su error y vende sus títulos de la compañía con una gran pérdida.

El prejuicio del optimismo absoluto

En ocasiones, el presente tiende a nublar la vista para conseguir una mejor percepción del futuro. Convencidos de que una tendencia de mercado puede continuar sin parar, algunos empiezan a apostar con fuerza y se encuentran con que un día el Dow Jones o el S&P 500 tienen un descensos del 20%, algo muy parecido al Crash financiero de 1987.

Por aquel entonces, los mercados crecían vertiginosamente y también se elevaban los precios de las materias primas, pero la economía había entrado en un proceso de ralentización. En agosto de 1987, el índice Dow Jones llevaba una revalorización acumulada interanual del 44%, pero en octubre vino la corrección y el índice cayó un 22,61% en una sola sesión. Aquella jornada se la denominó como el famoso “Lunes Negro”.

Esta situación transportada al presente parecería ser una radiografía de lo ocurrido hace 25 años. Con el S&P 500 en picos históricos pero con una economía estadounidense que no despega, no sería descabellado pensar que el mercado podría despertarse de un día para el otro con una estrepitosa caída.

El efecto contraproducente

En este caso, hay que citar un factor que va más allá de la cuestión financiera para adentrase en la psicología. Es habitual que cuando a una persona le niegan algo o le dicen que no haga una determinada cosa, no sólo no va a cambiar su opinión, sino que va a doblar su apuesta frente a su idea.

Es por eso que, en el mundo financiero, uno está permanentemente expuesto a analistas y asesores que nos indican “no compre ni venda aquí; compre y venda allí”. Por tanto, si mantiene sus ideas estrictamente, estaremos expuestos a ir a contracorriente, atentando quizás contra nuestros ahorros frente a un cambio en el mercado.

Si preferimos enfrentar al mercado en solitario, es necesario contar con los recursos necesarios para hacerlo. Por tal motivo, la capacitación es un punto clave.

 

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