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CAPITAL RIESGO, LA NUEVA FIEBRE DEL ORO

Moisés Romero - Viernes, 13 de Mayo
{mosimage}Media docena de valores de capitalización media y pequeña saltaron ayer de la cama en la que estaban postrados al olor de la pócima milagrosa, de la irrupción renovada de los fondos de capital riesgo en la Bolsa española, en lí­nea con lo que sucede en otros mercados del mundo. Bastó sólo el olor inconfundible de la cataplasma para que el enfermo se pusiera en pie. El resto lo hizo la imaginación, la incontinencia verbal y psicológica, porque siempre hay agitadores, profesionales del abanico y vendedores de crecepelo. La nueva fiebre del oro se llama capital riesgo. Uno se pregunta ¿por qué el capital riesgo compra empresas que los empresarios de siempre, los que saben de qué va el asunto, no compran ni por asomo a los precios actuales? La respuesta está en los tipos de interés, excepcionalmente bajos, que para estos fondos significa barra libre y disparar contra todo lo que se mueve.
Cortefiel, Faes, NH Hoteles, Zeltia, Gamesa, Ercros, Telepizza y una lista amplia en la que caben todas las compañí­as de capitalización media y pequeña que cotizan en la Bolsa española, sin excepciones, son objetivos inmediatos, al decir de los mentideros bursátiles habituales, de los nuevos amos de la Bolsa. La nueva fiebre del oro, los buscadores de minas abandonadas, los que eran capaces de perder la vida por unas pepitas de oro, que luego eran mal pagadas por los usureros, tienen en la Bolsa actual un reflejo fiel de lo que sucedió antaño. Se trata de la irrupción, del desenfreno de los fondos de capital riesgo. Compran todo y disparan contra todo lo que se mueve. Luego llegarán las horas bajas y los fiascos, como ha sucedido en situaciones anteriores.

El asunto enciende los ánimos de los ortodoxos y jalea el espirí­tu, el ansia, de los más voraces especuladores a corto plazo. La irrupción en la Bolsa española de los fondos de capital riesgo, en lí­nea con las tendencias de los mercados más dinámicos y maduros del mundo, ha puesto en guardia a los profesionales avisados de la vieja escuela. La reflexión que hacen inquieta ¿por qué pagan lo que pagan los fondos de capital riesgo cuando los empresarios que conocen las empresas sobre las que ofertan los fondos no han querido pagar lo mismo? ¿Quién se equivoca?

El intercambio de parejas que vive la Bolsa española desde hace un año alcanza un ritmo vertiginoso en lo que va de 2005. Los empresarios de siempre se refugian en sus cuarteles de invierno y los fondos de capital riesgo toman las riendas, con incursiones, que no cesan, en varias compañí­as cotizadas. Dicen aquéllos que las empresas no valen lo que pagan los fondos de capital riesgo y que por eso no quieren participar en la orgí­a de entradas en compañí­as de capitalización media y pequeña. Argumentan los responsables de fondos de capital riesgo, que sus movimientos están muy bien medidos, ajustados a las necesidades del momento y que siempre se fijan en compañí­as con demostrada capacidad de crecimiento.

Las dos partes, empero, exageran sus términos y sobrevaloran sus pronunciamientos. Se jactan de su poder, cada uno en su parcela. Es normal que el empresario quiera pagar menos de lo que paga el mercado por una empresa y también, que a los fondos de capital riesgo se les vaya la mano un tanto, porque los tipos de interés siguen en mí­nimos históricos y el dinero fluye debajo de las piedras con mucha facilidad. Nadie debe olvidar que el fenómeno no es nuevo ni en España ni en el resto del mundo. Este tipo de fondos es viejo como la Bolsa misma. Siempre salen al calor de la mejora de las tendencias bursátiles y no siempre dejan precisamente, buen sabor de boca a sus partí­cipes. Con frecuencia se convierten en ratoneras, pero eso sí­, ratoneras de oro.

Papeles cambiados, de cualquier modo, en el mercado de acciones, que para los analistas más frí­os es fruto de la evolución de los tiempos y de la necesidad de acomodar los hábitos y costumbres a las modas del momento. Sin entrar en las diferentes filosofí­as, en la del empresario, porque no compra las empresas, y en la de los fondos, porque disparan contra todo lo que se mueve, la sensación cierta es que hay sobrevaloración de activos gracias al empuje de una liquidez inmensa, que se autoalimenta con tipos de interés excepcionalmente bajos.

Lo normal es que la situación se ajuste con el paso del tiempo, de tal modo que alzas mesuradas de los tipos de interés dificulten el acceso de estos fondos de capital riesgo al dinero barato, a la barra libre para todos y que por derivación, muchas compañí­as, principalmente medianas y pequeñas, experimenten una cura de adelgazamiento. Por eso, los inversores deben ser temerosos de éstos y otros fondos. La historia está llena de fiascos.


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Moisés Romero




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